Una generación perdida

Alejandro Navas | Sección: Política, Sociedad

Así describía recientemente Keir Starmer, primer ministro británico, a la juventud de su país. Se calcula que un tercio de los jóvenes entre 18 y 24 años padece enfermedades psíquicas. Los servicios sanitarios no dan abasto para atender tanta demanda. Un estudio publicado en 2023, que analizaba la salud psíquica de la población de 71 países, situaba a Gran Bretaña en el puesto 70. Los expertos discuten las causas de este deterioro, que afecta a la totalidad de la población, pero se ceba de modo especial en los jóvenes: desde el mal tiempo hasta el Brexit, pasando por la desaparición de las redes sociales de apoyo y los efectos del neoliberalismo o de la pandemia.

La Seguridad Social se ve desbordada: 4 millones de británicos –el 10% de la población entre 16 y 65 años– no trabajan por motivos de salud y reciben ayudas del Estado. No hay dinero para tanto subsidio y el Gobierno acaba de anunciar recortes en las prestaciones, que afectarían a un millón de los actuales beneficiados y permitirían ahorrar 5.000 millones de libras. Muchos laboristas critican con indignación que sea justamente su Gobierno el que elimine la ayuda a los más necesitados, mientras la oposición conservadora deplora que los recortes son insuficientes.

Saltemos al Continente, al país que lleva fama de tener la psiquiatría más avanzada: Suiza. Doy la palabra a Mirjana Vidakovic y Evelyne Uhrig, directoras del Centro Psiquiátrico Appenzell Ausserrhoden (PZA), que comparten el diagnóstico de sus colegas ingleses y matizan en función del sexo: “Las chicas sufren los efectos de la pandemia, las redes sociales, la presión para triunfar, la falta de ejercicio, la conducta alimentaria, el rechazo del propio cuerpo. A esto se suma la situación del mundo: guerras y crisis por doquier. Muchas jóvenes se sienten solas e indefensas, sin apoyo o referencia en sus vidas. Ellas sufren especialmente depresión y ansiedad, trastornos alimentarios y autolesiones, mientras que los chicos reaccionan más bien con agresividad. Muchos varones consideran que mostrar sentimientos es síntoma de falta de virilidad. Las chicas son más sensibles, reaccionan ante los cambios en su entorno y buscan ayuda, en su círculo familiar o amistoso y acuden frecuentemente a la consulta. En cambio, los chicos tienden a ensimismarse y a intentar resolver los problemas por sí solos. Ninguna generación anterior estuvo tan expuesta a todo tipo de estímulos: muchos jóvenes pasan el día entero online. Sus cerebros no pueden filtrar tanta información, se ven sobrepasados. A la vez, desaparecen tradicionales factores de resiliencia, como el apoyo de familias estables, la comunicación cara a cara o un sistema de valores compartido. En ese caldo de cultivo surgen enfermedades mentales”.

He aducido testimonios cualificados, de expertos o de autoridades, pero cualquiera que trate con jóvenes percibe la gravedad de la situación, en toda Europa –y en América–. No es fácil ser joven hoy. De una parte, la modernidad exalta la juventud como categoría social privilegiada: el gran mito moderno, el progreso, apunta al futuro, y los jóvenes están llamados a protagonizarlo. Ellos cuentan con tiempo y con las condiciones necesarias para hacerlo realidad. Disfrutan de un grado inédito de libertad y bienestar. Nunca hubo hijos tan rodeados de atenciones por parte de sus padres. La juventud como etapa de la vida se dilata, y muchos jóvenes la disfrutan sin molestas cortapisas: no tienen que afrontar gravosas responsabilidades; un sistema educativo sin especiales exigencias los acoge durante muchos años; dedican más horas que nunca al ocio y a la diversión; el modelo autoritario de familia ha dado paso a otro mucho más dialogante, lo que amortigua el conflicto entre generaciones. En fin, ser joven hoy tendría que dar envidia.

Pero nuestros jóvenes no acaban de sentirse contentos del todo. La otra cara de la libertad son la incertidumbre y el riesgo, que se acentúan en un contexto global impredecible. La presión para atinar se agudiza y muchos jóvenes carecen de la necesaria madurez para elegir con acierto. Y cuando faltan valores o modelos sociales de implantación general, se dificulta la búsqueda del propio lugar en el mundo, pues la biología no nos dice cómo hay que vivir. Hay que practicar una suerte de bricolaje de la identidad para elaborar el proyecto de vida. La narrativa vigente adula a los jóvenes y les promete el oro y el moro, pero esa sociedad que exalta el ideal juvenil no les facilita bienes esenciales como trabajo o vivienda. ¿Qué mundo vamos a dejarles en herencia? Uno endeudado –la deuda de hoy son los impuestos y la inflación de mañana, que ellos van a pagar–, polarizado y enfrentado, contaminado… Un panorama desalentador, pero los jóvenes occidentales no exhiben talante revolucionario y reaccionan de una manera pacífica y resignada. En todo caso, expresan su rechazo del establishment político votando a partidos extremistas, de izquierda o de derecha. ¿Despertarán algún día?

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Diario de Navarra el martes 1 de abril de 2025.