Una espera… esperanzada

Gonzalo Rojas Sánchez | Sección: Religión, Sociedad

Los católicos del mundo entero esperamos con ansiedad la elección del nuevo Romano Pontífice que suceda a Francisco.

Para la Iglesia en Chile, en concreto, esa designación tendrá una especial importancia, dada la enorme tensión que se vivió en el mundo católico del país durante el último pontificado.

No tiene sentido recordar aquí en qué consistieron esas dificultades, porque para todos están aún muy presentes, pero sí corresponde reflexionar sobre cómo afectará al modo de enfrentarlas, la relación de los obispos chilenos con el nuevo Papa.

Existe la gran ventaja de que quien está al frente de la arquidiócesis de Santiago ha llegado a esa responsabilidad con anterioridad al nuevo Pontífice y que, además, monseñor Chomali, precisamente por su participación en el cónclave, podrá formarse una acabada impresión del modo en que la mayoría de los cardenales –asistidos obviamente por el Espíritu Santo– creen que debe gobernarse la Iglesia. Esa doble condición –por una parte el conocimiento de la arquidiócesis por haber sido antes durante cinco años Obispo auxiliar y ahora desde hace un año y medio su titular, y por otra, el contacto con el colegio cardenalicio– le permitirán a Monseñor Chomali desplegar sus capacidades de gobierno de un modo que pocos titulares en Santiago han podido disfrutar.

Un Papa al que haya contribuido a elegir, resultará siempre más cercano, humanamente hablando, que un pontífice al qué el Arzobispo le deba su cargo y su capelo cardenalicio. Esa sintonía puede resultar especialmente fructífera considerando tres factores muy especiales.

En primer lugar, que Monseñor Chomali ha mostrado ya un claro afán por recuperar para la Iglesia en Santiago y en Chile una tarea de orientación y formación que la prudencia pudo aconsejar se ejerciese con mucho menor despliegue en los últimos años. El impulso comunicacional que todo nuevo pontificado comienza a desarrollar, puede ser aprovechado por el arzobispo de Santiago, muy especialmente para volver a colocar los criterios católicos en el lugar que les corresponden, para contribuir así al bien común general y al mejoramiento de la vida cristiana en particular. La decisión de hablar aunando la verdad con la misericordia se presenta como un desafío de enorme trascendencia para la Iglesia en Chile, y, por eso mismo, para el país. O, dicho de otra manera, la voz católica, tan clara como cariñosa seguramente se volverá a oír con fuerza.

En segundo lugar, que muy probablemente el nuevo Papa busque con sus dos manos, la derecha y la izquierda, recuperar la sintonía con la conducción eclesial que algunos grupos de católicos –de unas y otras sensibilidades contrapuestas– consideraron poco amable para sus convicciones por parte de Francisco. Esas tensiones, perfectamente perceptibles en la Iglesia en Chile, podrían disminuir e incluso llegar a desaparecer, en la medida en que el nuevo Romano Pontífice pueda suavizar molestias recientes en sectores de su grey. Al arzobispo de Santiago –y a los obispos de todo Chile en general– la tarea de rearmonización se les facilitaría mucho.

Y, en tercer lugar, la oportunidad que se abre con la llegada a la conducción de la Pontificia Universidad Católica de Chile de un nuevo rector, el profesor Juan Carlos de la Llera, cuyo mandato tiene una sintonía muy especial con Monseñor Chomali y, además, se ha iniciado apenas unas semanas antes del nuevo pontificado. Sin duda hay otras universidades católicas muy importantes en el mundo, pero es muy difícil que alguna pueda equiparar el peso relativo que tiene la Pontificia Universidad Católica de Chile en nuestro país, por su enorme calidad académica y por la influencia que ejerce en todas las dimensiones de la vida nacional. Una adecuada articulación entre Arzobispo y rector –facilitada por su mutua condición de ingenieros y su trayectoria histórica común– puede conseguir que la Pontificia Universidad Católica de Chile sea la auténtica punta de lanza de múltiples tareas de evangelización, justamente a partir de una coherencia interna que se echó en falta en la rectoría anterior.

Chile ha resentido la pérdida de presencia y de influencia de la Iglesia Católica en los últimos años. Ahora se abre una gran oportunidad para recuperar esa tarea.