Las humanidades en la universidad
Joaquín Fermandois | Sección: Arte y Cultura, Educación, Historia, Sociedad
Su presencia en la enseñanza superior se remonta al primer origen de la idea de academia, en la fuente del pensar y plantearse por qué pensamos y creamos; y por qué simplemente somos. Las humanidades no podrán jamás resolver los conflictos inherentes a la condición humana. Sin embargo, la vida y la cultura serán más pobres y la existencia más miserable sin su compañía. Construye aquello que normalmente designamos como civilización; no hay ninguna digna de tal nombre sin las artes y las letras.
Me atrevería a añadir que las ciencias sociales en gran medida también pertenecen a este género. Desde el Renacimiento la cultura es inimaginable sin ellas, tanto como fin en sí mismas como de complemento indispensable de ese tipo de formación que hace del ser humano algo más elevado que el simple dejarse llevar por los impulsos e “incentivos”. Constituyen, junto a la herencia espiritual, un punto de fuga para que el hombre busque su horizonte de explicación de sí mismo.
Existe un pequeño gran problema. El arte y las letras poseen capacidad evidente de despertar un notable entusiasmo en sus cultores. A la vez, a pesar de los argumentos de sus apologistas, no es nada de fácil explicar o justificar que tienen una utilidad para la vida, duda que jamás abandonará a la sociedad humana. Con la expansión masiva en gran parte del mundo de los sistemas universitarios a partir de 1945, en países desarrollados o subdesarrollados se multiplicaron los estudiantes universitarios, también las matrículas en artes y letras. Esto sucedió en los países desarrollados y subdesarrollados, dando origen a un proletariado académico resentido y colérico, muchos de ellos humanistas de formación mediocre; otros que podrían ser intelectuales o artistas de vanguardia.
En las universidades e instituciones de la educación superior habría que concebir el cultivo de la docencia en artes y letras de una forma distinta. Cierto, los cultores requieren de discípulos y continuadores de estas preguntas sin fin que nos abre esta experiencia, pero debería ser un núcleo limitado en número. En algunas áreas habría que tener en cuenta la formación de los pedagogos, hoy por hoy toda una crisis en nuestro país (pienso que una de sus raíces yace en que los profesores de enseñanza media pierden el contacto con su disciplina de origen), nudo crucial para nuestra educación.
Sin embargo, tan importante como estos aspectos, una legitimación más que necesaria de las humanidades en la educación superior es que en la docencia los cultores de estos oficios deben propagar su saber al resto del estudiantado universitario en su totalidad, otorgándoles —como sucede en algunos países— a sus cursos el mismo peso de rigor que reciben de sus propias materias de especialidad, entendiendo que los estilos de evaluación tienen un espíritu distinto.
Tanto las ciencias como las humanidades proceden de una fuente común, el hombre y su particularidad en el universo, y el rigor y la conjetura sistemática como métodos. Los humanos requieren de ambas; las sociedades creativas, desde la arcaica u originaria hasta las grandes civilizaciones, no se entienden sin esta convivencia frágil, manantial de lo que consideramos una vida lo más completa posible.
Estando a veces las humanidades en la educación superior arrinconadas bajo sospecha de “ineficientes”, es este fundamento lo que puede reforzar su legitimidad y necesidad en toda universidad. Ser parte de la formación de todas las profesiones e investigadores, como seres abiertos a otro aspecto fundacional de lo humano, constituye una de las fuentes últimas de su razón de ser.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio el martes 4 de marzo de 2025.