Jaime Guzmán y el desvío de la derecha

José Tomás Hargous Fuentes | Sección: Historia, Política

Esta semana conmemoramos un nuevo aniversario del asesinato de Jaime Guzmán. Como todos los años, la Fundación que lleva su nombre celebra una misa en su memoria y pidiendo por su descanso eterno, a la que asisten destacados dirigentes políticos y social que conocieron al asesinado senador o que comparten su legado político e intelectual. Así, es natural que personeros de la Unión Demócrata Independiente (UDI) y del Movimiento Gremial de la Universidad Católica (MGUC), al ser dos de los proyectos a los que más tiempo dedicó en vida, tengan un rol protagónico.

Sin embargo, este aniversario también es sintomático del desvarío en que se encuentra la centroderecha. El asesinato de Jaime Guzmán constituye un clivaje fundamental para comprender el devenir de la otrora Alianza, y que hemos abordado en esta tribuna recurrentemente. Como dijeran los dirigentes de la UDI al momento del día después del martirio de su líder, según narraron hace algunos años, sería el único momento en que se preguntaran “¿Qué haría Jaime?” –sí, la frase no es muy afortunada, pero su respuesta lo es menos–. 

Tristemente, en estos treinta y cinco años pareciera que los líderes de la UDI no han vuelto a cuestionarse qué habría hecho su fundador o, más adecuadamente, cuestionarse si estaban siguiendo los principios que el fundador defendía. Si vemos estas tres décadas, progresivamente no han hecho sino horadar su legado político e intelectual. No sólo han apoyado a candidatos presidenciales que en muchos sentidos son opuestos a la propuesta guzmaniana –Joaquín Lavín, dos veces Sebastián Piñera, entre medio Evelyn Matthei, Sebastián Sichel y ahora nuevamente Matthei–. 

También han terminado por desdibujar su partido. La UDI nació para defender un trilema de principios –serían un partido popular, de inspiración cristiana y partidario de la economía social de mercado–, y no para defender cuotas de poder. Guzmán concibió a la UDI más como una minoría creativa que como un partido de masas. Si bien siempre aspiró a llegar a toda la población, y no sólo a las clases altas, comprendía que conseguir mayorías no podía ser el objetivo último, porque se corría el riesgo de traicionar la identidad partidaria. Los cuarenta años de ese partido, otrora el más grande de Chile, han confirmado ese temor del abogado: los años noventa fueron marcados por la búsqueda incansable de dicha mayoría, con Joaquín Lavín a la cabeza; y a partir de 2010 buscaron transformarse en “el partido de Piñera”

En estas tres décadas “sin Jaime” han claudicado prácticamente todas las banderas de lucha del gremialismo, tanto el gremialismo “pre UDI” –el gremialismo universitario y la democracia protegida– como el posterior a 1983 –el gremialismo con expresión partidista–. Han transado la base de su proyecto político, la antropología cristiana –al apoyar el matrimonio homosexual–; han transado la defensa de un sistema social y económico articulado en torno al principio de subsidiariedad, al aceptar sistemáticamente el aumento de impuestos que no redundan en una mejor política social, incluyendo la última reforma de pensiones; han transado la despolitización de los cuerpos intermedios –hoy la Fundación Jaime Guzmán (FJG) en su directorio sólo tiene representantes de la UDI y sólo le brindan asesoría legislativa a dicho partido–. Como corolario de este historial de claudicaciones, han entregado su Constitución y dado su apoyo decidido a una candidata que no representa prácticamente ninguno de los principios que la UDI recoge en su declaración. 

Este panorama sería completamente negro si no hubiera una alternativa, que José Antonio Kast ha intentado encarnar, primero al interior de la UDI y, a partir de 2016, construyendo otro espacio político, que hoy lo constituyen Acción Republicana, Ideas Republicanas y el Partido Republicano –junto con Foro Republicano, que es el integrante más antiguo de la familia republicana–. En dichas agrupaciones se ha intentado mantener vivo el legado guzmaniano, defendiendo los principios que la UDI ha entregado a la izquierda. Pese a todos pájaros de mal agüero que decían que Kast no obtendría buenos resultados, en 2017 derrotaría a la Democracia Cristiana (DC), en 2021 igualaría en votos a Sebastián Piñera y en 2023 alcanzaría la primera mayoría en el Consejo Constitucional. Todo esto defendiendo los principios que inspiran la acción partidaria de los republicanos.

Pese a que las encuestas daban como vencedora incontestable a Evelyn Matthei, en los últimos meses José Antonio Kast ha vuelto a repuntar, y se muestra todavía como un candidato competitivo, capaz de derrotar a Carolina Tohá en un hipotético balotaje. Faltan siete meses para saber a ciencia cierta quién pasará a segunda vuelta. No desaprovechemos esta oportunidad de ser gobierno con nuestros principios. Estoy seguro de que Jaime Guzmán estaría orgulloso.