Solzhenitsyn, natalidad y valentía
Vicente Hargous Fuentes | Sección: Arte y Cultura, Familia, Historia, Política, Religión, Sociedad, Vida
Hace unos días se cumplieron 35 años de la caída del muro de Berlín. Más de tres décadas de hegemonía de una sociedad que, sin embargo, ya desde ese entonces se veía languideciendo de vacío, en medio de una sobreabundancia de bienes materiales. A pesar de la bonanza económica, el mundo occidental se marchita lenta pero ciertamente. Cae como una hoja del otoño que hoy en Estados Unidos ya parece invierno.
Ya en 1978 Aleksandr Solzhenitsyn advirtió en Harvard ―que muchos podrían considerar el centro intelectual de Estados Unidos― que “el declive de la valentía es quizás el rasgo más llamativo que un observador externo advierte en Occidente hoy en día […], especialmente entre las élites dirigentes e intelectuales” (Solzhenitsyn, Harvard Address). ―A decline in courage. Pudiendo ir a hablar sobre los males del mundo soviético, Solzhenitsyn optó por mostrar a los norteamericanos lo que no veían de sí mismos: “debilidad”, “mediocridad moral”, “cobardía”, “pérdida de voluntad”, una sociedad “espiritualmente exhausta”… La decadencia de Occidente, no del todo clara en esa época, le hacía incluso señalar ―en el contexto crítico de la Guerra Fría― que él no propondría el modelo occidental como un ejemplo para su propia patria, que se encontraba en las garras del totalitarismo.
¿Qué diría hoy Solzhenitsyn de la familia en Occidente? No solamente nos falta valentía personal para casarse y para formar familia, y valentía política para promover la familia y el matrimonio, sino que hoy vemos cómo la natalidad ha disminuido de modo terrorífico. Hay menos hijos por mujer, y además es cada vez mayor la cantidad de mujeres que simplemente no quieren tener hijos. Un estudio reciente proyecta que una de cada cuatro mujeres no tendrá absolutamente ningún hijo (L. Stone).
Normalmente, esta crisis se aborda desde sus consecuencias, especialmente económicas (no hace falta ser conservador ni de derecha para comprender la necesidad de nueva fuerza laboral para sostener cualquier sistema de pensiones), pero en ciertos ambientes ni siquiera esto es suficiente. Tal vez el mayor síntoma de nuestra decadencia sea no ya la crisis de natalidad por la que atravesamos, sino el cinismo con el que se habla de ella en los medios: “¿Quieres hijos? Finalmente, está bien simplemente decir que no” (E. Wiseman, ); “Tenerlo todo sin tener hijos” (L. Sandler); “Los adultos childfree no son egoístas” (C. Miranda). Se busca adornar incluso con cierto tono romántico la vida childfree (sin hijos). Y es que las generaciones de Millennials, X y Z, todos como grupo parecen oponerse a los baby-boomers: los DINK (double income, no kids). El nombre mismo de DINK ―“dos ingresos, sin hijos”― parece revelar precisamente el punto señalado por el Nobel ruso: no podemos juzgar a las personas concretas, pero es obvio que hay al menos algo de egoísmo en la decisión a priori de no tener ni un solo hijo, en ningún caso. En Occidente pareciera no haber espacio para la entrega, para compartir la vida y todo con otra persona, para dar vida.
Latinoamérica tampoco se libra de esta crisis: varios países de nuestra región tienen una tendencia acelerada a disminuir la cantidad de hijos por mujer ―particularmente Chile, con 1,5 hijos por mujer, seguido de Brasil y Colombia, con 1,6 y 1,7, respectivamente―, y no es casualidad que ellos sean justamente los países en los que el consumismo y el individualismo han permeado a fondo en la cultura. El modelo de desarrollo que hemos seguido en muchos países ha traído consigo cierto ethos, al que se refería Solzhenitzyn, y parece que tiene algo que ver con el fenómeno de la crisis de natalidad (en el caso chileno, para incomodidad de las élites dirigentes, esto fue advertido por Gonzalo Vial). Se trata, evidentemente, de un fenómeno cuya causa no es única, pero no parece fácil de descartar que sí refleja un ethos que hemos forjado, según el cual el individuo se basta a sí mismo y no le debe nada a la comunidad política, la familia no es políticamente relevante, el éxito económico es suficiente para una vida plena…
La conclusión de Solzhenitsyn es lapidaria respecto de dicho ethos liberal desprovisto de barreras de contención: “Por otra parte, se ha concedido un espacio ilimitado a la libertad destructiva e irresponsable. La sociedad ha resultado tener escasas defensas contra el abismo de la decadencia humana, por ejemplo, contra el abuso de la libertad para la violencia moral contra los jóvenes, como las películas llenas de pornografía, crimen y horror. Todo esto se considera parte de la libertad y se ve contrarrestado, en teoría, por el derecho de los jóvenes a no mirar y a no aceptar. La vida organizada legalmente ha demostrado así su incapacidad para defenderse de la corrosión del mal” (Solzhenitsyn, Harvard Address).
Nadie podría acusar al novelista ruso de ser contrario a la libertad humana. Se trata, por el contrario, de uno de sus defensores más insignes, uno que la defendió con su carne y su sangre, y no solamente con su pluma desde la cómoda tranquilidad de su escritorio. Pero la libertad tiene un sentido, y no puede ser pasado por alto, como él mismo afirma en su discurso: “Occidente ha alcanzado por fin los derechos del hombre, e incluso en exceso, pero el sentido de la responsabilidad del hombre ante Dios y la sociedad se ha ido debilitando cada vez más” (Solzhenitsyn, Harvard Address). ¿No será que en la búsqueda de una promoción de la libertad y los derechos humanos hemos perdido de vista para qué existen en primer lugar? ¿No tiene razón en que ya no se habla de una orientación a la vida buena y, en definitiva, a Dios? ¿No será que a muchas parejas les falta valentía para casarse y para tener hijos por buscar una falsa e inalcanzable seguridad económica?
No podemos seguir legislando como si nada de esto pasara, como si las decisiones de moral individual no tuvieran repercusiones políticas, como si el matrimonio no fuera importante (porque, por mucho que de hecho existan parejas que no se casen, es innegable que lo mejor para un niño es ser criado por su padre y su madre, en una unión estable). Se deben dar incentivos que permitan a los matrimonios jóvenes tener hijos, dar subsidios para apoyar la formación de familias, dar a las políticas públicas un enfoque de familia (Hungría podría ser un modelo interesante a seguir en todos esos aspectos). Pero sobre todo, se debe comenzar por comprender que el individualismo debe ser dejado atrás, que la mercantilización de lo invaluable es problemática y que el sentido de la libertad supera los límites de este mundo. En definitiva, quizás el camino sea recuperar esa valentía de la que hablaba Solzhenitsyn.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Suroeste el miércoles 13 de noviembre de 2024. La ilustración fue realizada por José Ignacio Aguirre para Revista Suroeste.