Notre Dame: un edificio para todos los tiempos
José Ignacio Aguirre | Sección: Arte y Cultura, Historia, Religión, Sociedad
“La arquitectura auténtica no es la encarnación del espíritu de la época, sino del espíritu, punto”.
–Leon Krier, Architecture of community
Se apretaron nuestros corazones cuando, hace cinco años, el fuego devoraba espectacularmente el techo y la aguja de la hermosa Notre Dame de París. Más se apretaron luego al ver las primeras propuestas para su reconstrucción tras el concurso internacional lanzado por el presidente de Francia. Las más compartidas en redes sociales mostraban, en colorinches renders, tejados curvilíneos de cristal, parques urbanos elevados, un frondoso invernadero y hasta un apiario que, si bien supuestamente restauraba uno que existía ya en el techo de la sacristía, prometía aportar al problema ecológico de la desaparición de las abejas. Propuestas enraizadas en las sensibilidades de hoy que, con sus impresionantes formas, convertirían a Notre Dame en un monumento universal de la contemporaneidad. Gracias a Dios y a los santos patronos de París, estas propuestas no pasaron más allá de Instagram, y el Estado de Francia, dueño del inmueble, optó oficialmente por reconstruirlo y dejarlo tal como estaba antes del incendio, limpiando también los siglos de polución que oscurecían sus piedras.
Naturalmente, como tratándose de un hermano pequeño que molestamente busca llamar la atención, el “espíritu moderno” apareció de todas formas con su aforismo que ordena valorar por sobre todo la innovación, la originalidad y la contemporaneidad, sea lo que sea que eso signifique. No es ninguna sorpresa, y esta vez se manifiesta a través de sus dos formas.
En primer lugar a través del nuevo mobiliario litúrgico: la pila bautismal, el ambón, la cátedra, el altar y lo que parece ser un nuevo sagrario, diseñados por Guillaume Bardet, en el contexto de su proyecto llamado precisamente la fabrique du present. Ante el encargo de Monseñor Ulrich, arzobispo de París, de que “deben tocar el alma de cada visitante […] y deben ser capaces de resistir la prueba del tiempo”, se optó por responder con diseños elegantes pero de una neutralidad radical: un minimalismo extremo, con una casi absoluta abstención del uso de lenguaje. En segundo lugar, aunque aún hay tiempo para arrepentirse, el espíritu moderno también parece que aparecerá en nuevos vitrales que reemplazarán a seis de la famosa restauración del siglo XIX. Estos quedaron intactos tras el fuego, pero aparentemente había que traerlos al siglo XXI. Es bastante posible que sean diseñados por Daniel Buren, artista que sigue preocupado de hacer un arte de vanguardia que subvierta los cánones establecidos en la década de los setenta y ochenta del siglo pasado.
Estas son las dos maneras en que se presenta siempre el arte contemporáneo: con una neutralidad radical o con disrupción contra un supuesto establishment. Intenta así establecer una especie de no-lenguaje buscando no pertenecer al siglo presente para trascender el tiempo. Pero el resultado siempre es que se hacen radicalmente temporales. Se convierten automáticamente en obras de este siglo y de ningún otro. Como ejemplo claro tenemos el altar que había antes del incendio: este, de hecho, sólo pertenecía al siglo XX. No pertenecía al siglo XXI ni al XII. Incluso más específico que el siglo XX: era una obra tan propia de los años sesenta que en realidad pasó de moda antes de construirse, en el año 1989. Y seguimos cayendo en el mismo error. No hay absolutamente ninguna duda de que estos nuevos elementos litúrgicos pasarán pronto de moda también.
Notre Dame de París, con un marcadísimo lenguaje gótico, ¿no estaba ya en el siglo XXI? Es impresionante cómo la obsesión por hacer contemporáneo lo atemporal necesariamente ha llevado a convertir lo eterno en caduco. Lo inmortal, en mortal. La magnífica catedral pertenece tanto al siglo XII cuando se comenzó a construir como al XIII en que fue casi completamente terminada. Tanto al siglo XIX cuando fue famosamente restaurada por Viollet-le-Duc como al siglo XXI en que los fieles vivos van a su misa. Pertenecerá también a los siglos XXII y XXXIII. Pertenece a este siglo y pertenece a todos. Su arquitectura sí es una verdad universal que trasciende generaciones y épocas.
No se trata, sin embargo, de que no sea posible construir algo nuevo. Es que la problemática de lo nuevo no está en qué tiempo fueron hechas, sino para quién fueron hechas. Notre Dame no se mantiene actual por el hecho de estar protegida por ser una reliquia antigua del gótico, sino porque cada persona que la ve, de cualquier cultura o época, se conmueve ante su belleza y la entiende. Esto ocurre porque su lenguaje se erige sobre una fundación firmísima: Stat crux dum volvitur orbis, el logos eterno. Lo mismo pasa con la arquitectura del renacimiento, del barroco, incluso del Beaux-Arts republicano o el Art Nouveau, cada una en distintos grados. Sólo así pueden ofrecer ejemplos de diseño para todos los tiempos, entendibles por todas las generaciones, en honrosa consideración de los hombres y mujeres tanto del pasado como del futuro.
Inquieta que un político de turno, laico o eclesiástico, crea tener autoridad sobre una catedral que trasciende su mandato. ¿Qué derecho tiene un presidente, obispo o, peor aún, un artista contemporáneo a decidir sobre los vitrales de Notre Dame? ¿Es que acaso nuestro siglo XXI es más importante que los que hubo antes? ¿O más importante que los que vendrán después? Algunos dirán que como estas ventanas son parte de una remodelación del siglo XIX, lejos ya de la Edad Media, no son originales y, por tanto, reemplazables. Pero entonces ¿por qué se reconstruyó fielmente la aguja tras el incendio si perteneció a la misma restauración? Estas contradicciones son fruto de una mentira detrás, ampliamente difundida especialmente en escuelas de arquitectura y restauración, que dice que la arquitectura debe reflejar el espíritu de su tiempo.
Ha sido ya la gran reapertura tras la reconstrucción y restauración casi total de la catedral Notre Dame de París. En sus primeras imágenes impresionaron los inmensos arcos ojivales ahora de su blanco prístino. Sorprendieron también los innumerables detalles y policromías tan propios de las piedras y las maderas góticas, restaurados a un esplendor que hace siglos no se veía. No es algo nuevo y, sin embargo, emociona por su inmensa novedad. Contra los dos aspectos en que se permitió que aparezca el “espíritu moderno”, contrasta este aspecto mucho más grande e importante: uno que ha implicado a una inmensa cantidad de talleres de artesanos que, usando técnicas tradicionales, prácticamente han revivido los procesos colectivos de construcción de los gremios medievales que levantaron la preciosa catedral hace ochocientos años, con plena conciencia de estar haciendo un monumento para la eternidad, no para el siglo actual. La más auténtica contemporaneidad es aquella enraizada en lo eterno.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Suroeste el lunes 9 de diciembre de 2024. La ilustración fue realizada por José Ignacio Aguirre para Revista Suroeste.