Del gordo barrigón al Niño Jesús

José Tomás Hargous Fuentes | Sección: Arte y Cultura, Familia, Historia, Política, Religión, Sociedad

Ya nos encontramos en la semana de Navidad, donde celebramos uno de los acontecimientos más importantes de la historia: el nacimiento del Dios hecho hombre para salvarnos. Esta fecha, así como el Domingo de Resurrección, ambas llamadas tradicionalmente Pascua –por el paso de Dios–, supusieron un antes y un después en la humanidad. 

Estos días han sido una ocasión propicia para los regalos. Ya en los primeros siglos del Cristianismo, para estas fiestas, el obispo San Nicolás de Myra/Bari, daba regalos a los niños y personas necesitadas. Su figura se volvería legendaria y trascendería en distintas culturas, como Mikulás, Father Christmas, Papa Nöel, Sinterklaas, Santa Claus o nuestro querido Viejo Pascuero. 

Desgraciadamente, en los últimos siglos este gordo y simpático personaje, producto de la publicidad, se ha ido tomado todo el protagonismo, dejando al Niño Jesús en un segundo, tercer o cuarto plano, cosa que no ocurría cuando los regalos eran traídos por los Reyes Magos. Tanto es así, que hoy muchos ya no dicen “Feliz Pascua” o “Feliz Navidad”, sino que un vacío “Felices Fiestas”, como si incluir en un mismo paquete la Navidad con fiestas de otras religiones, como Janucá, o el secular Año Nuevo tuviera algo de sentido. 

Estas fiestas coinciden con el término del año, y son un muy buen momento para detenerse y reflexionar sobre cómo fuimos este año y cómo queremos ser el 2025. Nada mejor que hacerlo con el ejemplo del Niño Jesús, que ya estamos poniendo en el pesebre que preside nuestras casas en este mes. En una sociedad que nos promueve y a ratos obliga el éxito profesional y económico, que nos desinvita a formar familia, que nos dice que todos deben saber lo que hago, en fin, que nos mete el amor propio hasta la médula, Jesús se presenta como un modelo muy distinto al que la sociedad aspira. 

En muchos sentidos, es el antiejemplo por excelencia en esta sociedad en crisis. Jesús, siendo el más grande de todos –es el mismo Dios–, se hizo el más pequeño posible. No sólo un niño; sino que un niño que nadie lo quiso alojar; que nació en medio de los animales; era un rey, pero sólo lo adoraron los pastores del lugar; que tuvo que huir a Egipto porque Herodes lo quería matar; que vivía en un pueblo pequeño del lugar más recóndito del Imperio Romano; que fue despreciado por sus vecinos y familiares; que no tenía donde dormir; que los judíos, finalmente, decidieron darle la peor pena posible. 

Y no sólo eso, sino que sería un hijo obediente, un predicador sin miedo a perder sus seguidores, un Dios que prefirió esconder su divinidad en una humanidad desconcertante. Era un profeta, pero era el hijo del carpintero; era el Mesías, pero venía de Nazaret; hacía milagros, pero dejó que los demonios tiraran una piara por el barranco. Pero le bastaron doce –once– débiles amigos para cambiar el mundo…

Podríamos seguir enumerando características y hechos, pero quedémonos con que el mejor propósito que podemos ponernos para el próximo año es parecernos a Él. En su campaña de Navidad de este año la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP) lo resume muy bien: “Las promesas electorales, las pseudoterapias y tus propósitos de año nuevo son un cuento. La Navidad, no: Dios ha nacido”. ¡Feliz Navidad!