Volviendo a los cabales
Juan Pablo Zúñiga Hertz | Sección: Arte y Cultura, Política, Sociedad
Ganó Trump. Pude censar en primera fila los ánimos para las recientes elecciones americanas. Había tensión en el aire, pero una curiosa sensación de optimismo no en los republicanos sino en toda la población hastiada del manicomio woke. A su vez, ni en los más liberales de aquí, al sur del estado de California, se veía optimismo por una eventual victoria de Harris.
¿Será que Donald Trump hará America Great Again? Volver a los Estados Unidos de la era Reagan es imposible, así como volver inclusive a lo que fue la era del primer gobierno de Trump, por la sencilla razón que estos movimientos radicales de los que hemos sido testigos en la última década –todos con raigambre neomarxista– son profundamente tóxicos y dañinos, de manera que no tiene sentido pensar que, al asumir Trump, este reanudará donde quedó su primer gobierno.
Primero hay que ordenar la casa y evaluar si realmente hay cómo arreglar tanta cretinada producida por el progresismo, los que, tal como sus ancestros izquierdistas, para romper y gastar son campeones. Este mismo análisis habrá que hacer en Chile de aquí a un año, y es exactamente el mismo escenario al cual se enfrenta el gobierno de Milei en Argentina.
El por qué ganó Trump puede resultar complejo de analizar, pero, sin ser un especialista del tema sino simplemente un ciudadano, me atrevo a aventar algunas de las posibilidades que encuentran su símil con nuestro país. Tal como en Chile durante el plebiscito de la primera propuesta constitucional, las insanidades ultraprogresistas que tanto fascinan en los alrededores de San Francisco (Bay Area), el litoral y sur de California, se han transformado en repulsivas e intolerables para el resto del país.
Asimismo, los demócratas –profundamente radicalizados desde la época de Obama– tal como en Chile se dicen entender al pueblo, el cual no es más que objeto de experimentos sociales para ellos y simplemente no lo entienden. Es así como creyeron que los latinos votarían en masa por Harris pensando que la población latina es homogénea y próxima al imaginario izquierdoso, esto es, esos personajes más bien de raza negra e indígena y que como tales debieran de ser adictos a la retórica Black Lives Matter. No les resultó. Peor aún, la población masculina latina votó en masa por Trump.
El afán progresista por abrazar causas radicales también les costó caro. Posterior a la masacre del 7 de octubre en Israel, los demócratas –y Harris– se apresuraron a apoyar las manifestaciones pro-Hamás o simplemente guardaron silencio cómplice. La población judía del estado de Pensilvania les pasó la cuenta. Creyeron sería el bastión demócrata que les daría la victoria. No les resultó.
Tal como en Chile, el progresismo americano ha intentado acorralar la población cristiana, presentándonos –sí, me incluyo– a las vertientes Católica, Protestantes tradicionales (Presbiterianos) y Bautistas del sur, como retrógrados y obsoletos en este nuevo mundo de fantasías que fraguan en sus cerebritos. El llamado Bible belt (sur y medio-oeste norteamericano) no solo votó en masa por Trump, sino que se extendió hacia el resto del país. Nuevamente, al progresismo americano no les resultó.
Tal como en Chile, en EE.UU. o en cualquier otro país, al progresismo nada le resulta, puesto que de la contradicción es imposible sacar algo en limpio que sea duradero en el tiempo. Es así como se están desvaneciendo y cómo ya se ve que van en retirada. Pero cuidado, no nos ilusionemos pensando que todo volverá a ser como antes. No. Hay daños muy profundos que para ser reparados se requerirá mucho tiempo y energía. Otros daños serán permanentes a no ser que lo dañado sea sustituido. Como sea, hay esperanza, el mundo está volviendo a sus cabales. Por ello, compatriotas, paciencia, que no hay mal que dure cien años –o cuatro–.




