La cerveza tolkieniana

Roberto Astaburuaga Briseño | Sección: Arte y Cultura

No recuerdo con exactitud la edad que tenía cuando escuché por primera vez de El Señor de los Anillos, pero seguro tenía menos de 10 años. Con mi papá vimos “Las dos torres” y poco después, para Navidad, me regalaron los libros, en una edición que tenía en la portada a los integrantes de la Comunidad del Anillo, según la representación de las películas. Los leí cuando era niño, en mi adolescencia y como adulto.

Es común escuchar que El Principito es un libro que se lee en todas las edades y se pueden extraer distintas interpretaciones con cada nueva lectura. Con El Hobbit pasa algo parecido, y en El Señor de los Anillos es más evidente todavía, quizás por la diferencia de la épica que se le agrega a la fantasía. Así, a menor edad, el gozo de la lectura de la trilogía se relaciona con los elementos fantásticos de la Tierra Media ―sus criaturas, los poderes de Gandalf, la misteriosa fuerza del anillo― mientras que a medida que pasan los años, serán los elementos subyacentes los que despertarán interrogantes y la atracción por intentar responderlos (después de todo, se trata de un clásico, no de un bestseller).

La cerveza puede ser un buen ejemplo. Para un lector infantil, se trata de una característica propia de los hobbits, ajena al resto de las razas, salvo los enanos. Algo propio del folclore de la Comarca, como el tabaco para pipas, la jardinería y las casas bajo tierra. Es como una bebida mágica de los hobbits. Con la adolescencia, la cerveza está al centro de las conversaciones —no de las decisiones—, del anticipo de la aventura, del paso a la juventud y de las celebraciones. La cerveza es lo último de lo que se despide Sam al marcharse de la Comarca, es el tema de una de las canciones en Bree y aquello con lo que Merry y Pippin celebran en las bodegas de Isengard. 

De adultos, la curiosidad por la centralidad de la cerveza obliga a salir de la fantasía del escritor y entrar en su biografía. El gusto de Tolkien por la cerveza es conocido, como relatan sus biógrafos. Y hay un elemento del gusto por la cerveza en la vida de Tolkien que se traspasa a su obra. Tolkien no bebía solo, sino que junto a sus amigos. No se le conoce por haber tenido “problemas con la bebida” o desarrollar problemas de alcoholismo. De hecho, en un borrador de una carta a su amigo Lewis, sobre el comentario de este relativo a los tipos de matrimonios (el religioso, que ata para toda la vida, y el civil, que no tiene dicha exigencia), señala que la “temperancia alcohólica es la mejor manera de disfrutar el vino y la cerveza”.

La cerveza se asocia a los momentos con los amigos, y por ende, a la sana alegría. Podríamos decir que, para Tolkien y su obra, la cerveza es símbolo de amistad y de gozo. De hecho, el daño asociado al exceso de la bebida se refleja muy bien en la “charlatanería” y la pérdida de la prudencia. En la escena de la taberna de Bree, cuando Pippin “delata” a Frodo luego de tomar unas cervezas de más, provoca la escena en que este se pone el anillo y desaparece, y el posterior ataque de los Espectros a la aldea.

Un par de analogías imperfectas permiten apreciar el paso de la cerveza de la biografía del autor a su obra.

La primera es la amistad de Frodo y Sam como un reflejo de la amistad entre Tolkien y Lewis. Como relata Humphrey Carpenter, primer y mejor biógrafo de Tolkien, cuando este se juntaba con el autor de Las Crónicas de Narnia, las discusiones entre ambos tenían lugar “cuando podían reunirse por una o dos horas a beber cerveza en el Eastgae, un pub cercano”. De hecho, la relación entre ambos en un principio fue de desconfianza, pero Lewis pronto “empezó a sentir sincero afecto por ese hombre de rostro alargado y mirada vivaz a quien le gustaban la buena conversación, la risa y la cerveza”

Y la Comunidad del Anillo, también abusando de la analogía, podría ser la representación de los Inklings, el famosillo grupo de amigos de Tolkien en el que se comentaba sobre literatura propia y ajena, o uno de sus antecesores, el Viking Club

En este último, también en palabras de Carpenter, la triada cerveza-amistad-alegría se hacía presente: “E.V. Gordon compartía el sentido del humor de Tolkien. Ambos ayudaron a crear un Viking Club entre los estudiantes, que se reunían allí para beber grandes cantidades de cerveza, leer sagas y entonar canciones humorísticas. Éstas eran escritas en su mayoría por Tolkien y Gordon, quienes componían toscos poemas acerca de los estudiantes, traducían versos infantiles al anglosajón y cantaban canciones de bebedores en noruego antiguo”.

Una carta de Tolkien a su hijo Christopher, fechada en septiembre de 1944, demuestra, algo exageradamente, que la celebración sin cerveza no le hace justicia a la victoria: “Los Inklings han convenido ya en que el modo en que celebrarían la victoria, si quedan con vida para hacerlo, será ocupar una taberna en el campo por una semana cuando menos, dedicándola por entero a la cerveza y la conversación sin hacer caso alguno del reloj”.

Quizás el lector de estas líneas recuerde cuando leyó ese libro sobre aventuras de hobbits o vio las películas, y quiera juntarse con uno o dos amigos, para tomarse una cerveza.

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Suroeste el jueves 9 de mayo de 2024. La ilustración fue realizada por José Ignacio Aguirre para Revista Suroeste.