El Problema de Trump
Julián Hoyos | Sección: Arte y Cultura, Historia, Política, Religión, Sociedad, Vida
Se encontraba Abraham Lincoln en plena carrera de candidatura al Senado por el Estado de Illinois, salón lleno, debatiendo frente a frente con Stephen Douglas, su opositor. En medio de la discusión, un hombre del público se levanta y gritando, le dice: “¡Háblanos de otra cosa que no sea Dredd Scott!”. Lincoln, hombre sereno y al tiempo, severo, le contesta: “Claro, me pides que hable de lo que no te duela”. Dredd Scott v. Sanford fue esa infame sentencia de la Corte Suprema que negó a los afroamericanos sus derechos constitucionales y los declaró “seres de orden inferior, no aptos para asociarse con la raza blanca”.
Cada nación enfrenta, en ciertos momentos de su historia, un problema determinante. Resolver ese problema ―posteriormente juzgado como el pecado más escandaloso de su pasado― define el estándar moral de su presente. Ese problema, en los Estados Unidos de Lincoln y de la Guerra Civil, fue la Esclavitud.
Junto al problema determinante se encuentran sus líderes; casi siempre la historia mide a sus líderes por cómo manejaron el problema determinante. Aquellos que guardaron silencio, o que fueron cómplices por asegurarse una vida tranquila, son muchas veces juzgados severamente. Y esos otros que le deciden hacer frente, son recordados honrando su legado. Lincoln fue uno de esos. Si algo estaba mal, si algo era injusto, en la mente de Lincoln, era la Esclavitud. Él estaba seguro de que su nación estaba siendo castigada por Dios con la guerra, por su pecado de Esclavitud.
Hoy, el problema determinante es otro. Al igual que el resto de los países de Occidente, Estados Unidos se enfrenta a la injusticia del aborto. Como les declaró la Madre Teresa de Calcuta: “si el aborto no está mal, nada está mal”. ¿Y qué líder tiene hoy Estados Unidos para hacerle frente? Pues, de sus dos candidatos presidenciales por lo menos, Kamala Harris no podría estar más a favor. Ha promovido y celebrado el aborto cuanto más ha podido y perseguido a los provida con todo el aparato estatal.
Por otro lado, está Trump. Con un récord de ejecución muy favorable para el movimiento provida durante su presidencia y, para muchos, el “presidente más provida de la historia de Estados Unidos”. O por lo menos, eso se pensaba.
Los últimos días, Donald Trump se ha dedicado a flexibilizar la postura provida suya y de su partido. Trump, desde la Convención Nacional Republicana, hizo que la protección de la vida desde la concepción dejara de ser parte de la plataforma oficial del partido. Un hecho que se dio por primera vez en su historia. Antes de escoger a su candidato vicepresidencial, fue lamentable ver como aquellos que tenían la aspiración, salieron en público y directamente cambiaron su posición anterior sobre el aborto, como Marco Rubio, Kari Lake o J.D. Vance, aprobando las famosas “tres causales de Reagan” y el uso de la mifepristona. Al final, fue escogido y presentado ante la convención, J.D. Vance, católico converso, quien en su campaña al Senado de Ohio se había declarado “pro vida al 100%”. También fueron lamentables las palabras de Eric Trump durante la Convención, cuando al preguntarle por la “nueva” postura de su padre respondió, “él siempre ha pensado así”.
Pero la metamorfosis no terminó ahí. Un tuit reciente de Trump declaró que su presidencia va a ser “grandiosa para los derechos reproductivos”. Luego, en una entrevista, J.D. Vance afirmó que, si el Senado llegase a aprobar una prohibición total del aborto, el presidente la vetaría. Y, por último, Trump hizo dos anuncios ante medios: promoviendo la financiación estatal a la fertilización in vitro —tema que moralmente desaprueban católicos y Bautistas del Sur, los dos más grandes grupos religiosos de los Estados Unidos—, y a favor de la cuarta enmienda propuesta por el Estado de Florida, que protege constitucionalmente el aborto “antes de la viabilidad”.
¿Dónde quedó hoy ese Partido Republicano fundado para acabar con la Esclavitud? ¿Dónde su reserva moral enfocada en la victoria política por razón de responder, acabar y superar la injusticia más determinante de su nación? Un desastre. Al menos eso le ha contestado el movimiento provida. Desde activistas clave como Lila Rose, hasta intelectuales como Ed Feser, muchos acusan a Trump de traicionar a su base. Se trata de un momento absolutamente decisivo. De cómo se desarrolle, dependerá el resto de los países. Hoy el movimiento provida de Estados Unidos se debate entre más o menos tres caminos: el abolicionista, el pragmático y el incrementalista.
El abolicionista, es ese que aspira a una prohibición total, clara e inmediata. Algo así como una ley federal que prohíba el aborto en todas sus formas y en todo el territorio nacional. Este camino es, por así decirlo, el más digno, y muchas veces ha sido el único camino posible, aunque no ha sido históricamente el más exitoso. A veces, el problema del camino abolicionista es que es auto paralizante. Busca salvar al mundo en un solo respiro, generándose una situación donde ninguna forma de avance sirve, si no es la total. Y definitivamente no es lo mismo meta que estrategia. Se puede tener clara la meta, aunque para ella se requieran muchos pasos para llegar. La verdad es que, en el movimiento provida, nos ha ganado cierta incapacidad de ir creciendo a partir de medianas victorias. Y el problema es que, cuando nada nos sirve excepto la victoria ideal, terminamos sentados esperando a que llegue, mientras nos ponen a elegir entre líderes pésimos y otros “menos malos”, al tiempo que nuestra contraparte se llena de métodos sofisticados de avance. Sabemos muy bien describir y denunciar las tácticas del opositor: Ventana de Overton, Pendiente Resbaladiza, Litigio Estratégico, lobby, financiación internacional, campañas de desinformación, etc. ¿Y las nuestras?
Hasta que llegó Trump. Como un Mourinho aleccionando al Tottenham de Harry Kane, le dijo al mundo provida que su bondad y timidez los hace siempre perder. Que para vencer al ‘Bully’ se necesita otro. Que ya era hora de empezar a ganar, y que para eso se necesita pragmatismo, “vamos a ganar tanto, que se van a cansar de ganar”. El Trump del 2017 llegó con la promesa de elegir jueces provida y los resultados lo acompañaron, el 24 de junio del 2022 se revocó Roe v. Wade. Se eliminó el derecho al aborto y la cuestión quedó en manos de los Estados. Ganamos.
Pero el Trump del 2017 parece ser muy diferente al actual. O quizá es el mismo, pero su pragmatismo no fue la mejor idea. El problema de ese pragmatismo político es que se descarrila, y entonces termina valorando más el poder que aquello que se debía conseguir con el poder. Hoy, entonces cabe preguntarse, ¿de qué sirve ganar si con ganar poco se consigue? ¿Qué ganaría el movimiento provida con Trump y Vance, si se pronunciaron a favor de la Mifepristona, causante de más del 60% de abortos en Estados Unidos, o si prometieron financiar la Fertilización In Vitro, que en cada procedimiento acaba con más vidas que cualquier otra forma de aborto? Por supuesto que esto no significa nada cercanamente a favor de Kamala Harris, Walz o los demócratas que llegaron al nivel de parquear buses para realizar abortos justo afuera de la Convención Nacional Demócrata. En nada son iguales. Y tampoco pretende este análisis discutir la licitud de votar por Trump como “mal menor”, o “bien posible” (para este efecto, recomiendo leer la Encíclica Libertas de León XIII, Cap. IV. Sobre la Tolerancia). El problema en cuestión es la estrategia política para vencer el problema determinante de una nación. Y ante esto, el pragmatismo nos puede dejar exactamente en el mismo punto que el “malminorismo” al que quedan resignados los abolicionistas, que mientras esperan el candidato perfecto, terminan siempre escogiendo entre el lobo y el zorro. No es la estrategia correcta terminar siempre escogiendo entre un carro hacia al abismo a 20 Km/h y otro a 100. Muchos temen que esta estrategia de Trump los lleve a una situación como la europea, donde la gente se debate entre votar por partidos plenamente proaborto, y partidos proaborto moderados.
Algunos estrategas conservadores —y Trumpsplainers— explican que todo es pura cuestión táctica, que una vez se alcance el poder, con el poder se puede avanzar como nunca. Que la gran jugada de Trump, es eliminar la cuestión más polémica de su campaña desde el inicio, para que ya no tenga que ser el tema central y poderse dedicar a otros temas que le pueden generar más votos como la cuestión migratoria, la seguridad o la economía. Algo así como anular el tema, para que ya no pueda ser usado en su contra. Pero esto tiene dos problemas, primero, que la estrategia entonces les está saliendo mal, porque ahora en donde sea que se presenten todos les preguntan por el aborto, y dos, ¿cómo van a hacer para no contradecirse cuando lleguen al poder? Si el Senado llegase a aprobar una prohibición del aborto, ¿en realidad la vetarían? Y si lo que quieren es dejar que los Estados lo definan, ¿por qué Trump dijo que en Florida el límite de 6 semanas era “muy corto”? ¿O, que van a hacer con la Mifepristona y la FIVTE? ¿Mintieron?
Definitivamente debe existir otro camino, que sea ganador, pero sin traicionarse o desautorizarse. La verdad es que Trump pudo simplemente decir que la cuestión queda exclusivamente para los Estados, y dejarlo hasta ahí, cumplir su parte. No tuvo necesidad de enredarse con todo lo demás.
Debe existir y existe otro camino. Es el camino incrementalista. Este fue el de Lincoln: supo cuándo hacer silencio, cuándo no hacer del problema determinante el tema central, cuándo sí, y sobre todo, cómo trabajar por victorias intermedias, hasta que, gradualmente se logre la victoria esperada. Mucho antes de la Declaración de Emancipación y la 14a enmienda, Lincoln apoyó y firmó una legislación que restringía la esclavitud en territorios federales, cuando llegó a la presidencia, ordenó dar Pasaportes a afroamericanos y luego, emitió la Declaración de Emancipación durante la guerra, que liberó a los esclavos en los Estados rebeldes. No logró en vida ver aprobarse la 14a enmienda que los reconoció como ciudadanos protegidos en igualdad por la ley, pero sin él no hubiera sido posible.
Lincoln nunca traicionó a su base, aunque eso no impidió su abordaje estratégico. Bien pudo decir que la guerra de secesión se debía a la esclavitud –era lo obvio– pero prefirió afirmar que era sobre la unión. Anuló el problema sin contradecirse. Y al final, todos lo recuerdan porque logró la victoria dignamente. Años después de su muerte, Frederick Douglass, abolicionista con quien tuvo diferencias, le rindió tributo reconociéndolo como “uno de los hombres más nobles, sabios y mejores” que conoció. Si al final, el abolicionista reconoce tu camino, es porque hiciste lo correcto.
Este debería ser el camino del movimiento provida. Y ojalá, el de Trump. Hoy, parece que se retractó de su posición sobre la Enmienda de Florida, la presión provida sirvió. Esperemos que su experiencia personal reciente, esa milagrosa experiencia, le trace un camino y le señale un destino. Que lo cumpla.
Es verdad que la política es el arte de lo posible, pero también, que la grandeza de un liderazgo está en expandir esa frontera de lo posible. Y cuando no se puede, como decía el Juez Scalia, “El disentimiento de hoy, será la decisión mañana”. Si no se puede ganar, siempre se puede decir la verdad.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Suroeste el martes 3 de septiembre de 2024. La ilustración fue realizada por José Ignacio Aguirre para Revista Suroeste.