Acerca de la corrupción, la prudencia y el buen gobierno
José Tomás Hargous Fuentes | Sección: Arte y Cultura, Educación, Política, Religión, Sociedad
Los últimos días se ha tomado la agenda política y de los medios de comunicación el caso de Marcela Cubillos y la Universidad San Sebastián (USS). Más allá de los detalles específicos de la historia –pienso que quienes mejor han comprendido los alcances de ésta ha sido la Fundación Nueva Mente (FNM)–, pienso que es una ocasión propicia para reflexionar sobre los fundamentos del problema de la corrupción, las virtudes públicas, el buen gobierno en cualquier organización y el fin de la sociedad.
Naturalmente estas reflexiones excederían con creces la extensión de una columna semanal, pero creo que se pueden trazar algunas líneas generales. Comencemos por recordar la importancia de la formación del criterio. Algo que ha saltado a la vista estos días es el nulo discernimiento ético realizado por muchos de quienes han intervenido en esta discusión, optando por defensas corporativas y no por el pensamiento propio.
No porque veamos la inconveniencia –ya sea moral, social, reputacional o de cualquier índole– de una acción o conjunto de acciones seremos unos “octubristas” y “enemigos de la libertad”. Más allá de los adjetivos, lo que está en juego en este debate no es la libertad de asociación, de trabajo o contratación, sino nuestra forma de discernir los actos humanos. Está en juego la necesaria distinción entre legal y legítimo, entre verdadero y falso, entre bueno y malo, el límite de lo permitido, en definitiva, entre intereses particulares y el bien común.
En el mundo de la praxis –el de la acción humana–, no podemos contentarnos con criterios puramente técnicos o legales, sino que debemos mirar más allá. Para decidir y actuar correctamente –es decir, ordenando las propias acciones al fin último personal y social– es necesaria la prudencia, lo que los griegos llamaban phrónesis o sabiduría práctica, aquel conocimiento que permite decidir y obrar bien. La ética no consiste en aprender o memorizar un conjunto de reglas –como un manual, una ley o un protocolo–, sino que en la formación del criterio de decisión que permita obrar adecuadamente con independencia de las circunstancias. Por eso, una persona virtuosa no necesita reglas que lo constriñan, porque sabe cómo actuar y adquirió los hábitos adecuados. En ese sentido, la corrupción pasa en muchísimos casos por una falta de virtudes públicas y no por una ausencia de reglamentos o protocolos.
Sin embargo, la pura ética no es suficiente. Como enseñaba Aristóteles, “aunque sea el mismo el bien del individuo y el de la ciudad, es evidente que es mucho más grande y más perfecto alcanzar y salvaguardar el de la ciudad; porque procurar el bien de una persona es algo deseable, pero es más hermoso y divino conseguirlo para un pueblo y para ciudades” (Ética a Nicómaco I.2, 1094b, 10). Es decir, la pura búsqueda del fin personal no completa la realización de la persona, sino que es necesario buscar el bien común. Que el “el hombre es por naturaleza un animal social” (Política I., 1253a, 4-5) no sólo quiere decir que el hombre vive en sociedad por constitución, sino que por fin, es decir, busca su fin en comunidad.
Las organizaciones de la sociedad civil, es decir, aquellas instituciones entre la familia y el Estado –los también llamados cuerpos intermedios– nacen para contribuir a distintos tipos de bienes, al de sus integrantes, de sus grupos relacionados y del bien común de la sociedad en su conjunto. Por eso, cuando emprendemos tenemos que tener siempre en consideración el para qué lo hacemos, el fin específico de la organización, que ordena y da sentido a lo que hacemos en ellas. En palabras del fallecido filósofo Rafael Alvira, “la clave única no está en si se sabe echar a andar y dirigir una Organización, sino en determinar a qué puerto se la quiere dirigir y para qué lleva personas dentro. Aquí se encuentra, precisamente, la diferencia entre el estudio de técnicas directivas y el de una filosofía de gobierno” (Empresa y Humanismo: Trazos pequeños de un proyecto grande (Pamplona: EUNSA, 2024), 40-41).
Por eso, se hace cada vez más necesaria una formación humanística que permita adquirir el criterio, es decir, la capacidad de decidir adecuadamente, pensando en el fin personal y en el fin común, tanto en el mundo empresarial como político y social en general. En el caso que nos convoca, el fin de una universidad es doble, formar personas y generar conocimiento, es decir, ser el faro cultural de la sociedad en que se inserta.
Usted se preguntará, ¿qué tienen que ver estas voladeras de un señor de hace 2.400 años con lo que vivimos en la actualidad? La verdad, muchísimo. Esta semana hemos visto cómo muchos chilenos suponen que el que una actividad sea un “acuerdo entre privados” o que “la libertad” justifica cualquier cosa. Eso quiere decir que muchos creen que el fin personal no tiene nada que ver con el fin común, es decir, que en la esfera privada da lo mismo lo que se puede hacer mientras no atente contra la ley o no se utilicen recursos públicos, o sea, prácticamente lo contrario que enseñaba Aristóteles. De hecho, ningún filósofo o economista liberal de peso sostiene algo parecido a eso. Ni Milton Friedman, ni Friedrich von Hayek, ni John Locke, ni Adam Smith sostuvieron alguna vez que la actividad económica era un espacio autónomo de la moral. Sin ir más lejos, hace quince años, Benedicto XVI advertía las nefastas consecuencias que ha tenido pensar de esa manera (Caritas in Veritate, 2009, 34).
Pienso que el problema más grave de los hechos destapados en las últimas semanas ha sido la ceguera de no percibir la inconveniencia de ciertas acciones. Eso quiere decir que no han sabido formarse moral y políticamente de manera que sepan saber qué, cómo, cuándo y cómo obrar. Esa formación –humana y humanística– es indispensable para quienes aspiran a gobernar en la sociedad, tanto en las organizaciones como en el Estado, para ordenar a sus integrantes al bien común. En palabras de Mons. Fernando Chomali, “Necesitamos de una gran sinfonía donde estén presentes la unidad, el diálogo social, la reflexión serena, la mirada amplia”.