Las derechas y la batalla cultural en Chile
Gonzalo Vásquez V. | Sección: Arte y Cultura, Familia, Política, Sociedad, Vida
Lo que se ha llamado “derecha” en Chile, ha sufrido severos cambios en los últimos años. Después de un buen tiempo alineada –cual más cual menos- al proyecto del gobierno militar y reunida en dos grandes partidos políticos (RN y la UDI), se vio enfrentada a dos fenómenos. El primero, la aceptación general de todos los sectores políticos (al menos en la práctica) de la economía de mercado como mecanismo de asignación de recursos materiales, lo cual la dejó sin la exclusividad de ese caballito de batalla. El segundo fenómeno, es el progresismo de la cultura occidental, inundando toda la vida social y política y reflejándose en programas educativos desfondados (pensados sólo en función de la producción o la ideología de turno), en iniciativas para desarticular a la familia (divorcio, aborto, feminismo, igualación de situaciones familiares, etc.), en el abandono de la religión y el culto a la fealdad y la mentira, en el desprecio de la verdad y la hipertrofia de los sentimientos, en el olvido del bien común y la exaltación del individuo, en la pérdida del sentido de autoridad, en fin, en el establecimiento de la libertad como máximo bien del hombre y todas las consecuencias que esto tiene en la concepción que se tiene respecto de lo que es bueno y de lo que es malo.
Este segundo fenómeno, que tiene orígenes de larga data en Europa, ha obligado a la ciudadanía y a los políticos a tomar partido por asuntos sobre los cuales, hasta entonces, había grandes consensos… Hace pocos años, el aborto era impensable en Chile…
Así las cosas, se está dando un nuevo mapa en la política chilena, en la que el término “derecha” no tienen mucho sentido. Todos los que se dicen de derecha (RN, UDI, Evópoli, Republicanos e independientes de derecha) siguen buscando -al menos en el papel y con diferencias de grado- achicar el Estado, fomentar la iniciativa económica privada y la participación de los privados en la generación de bienes y servicios públicos, disminuir los impuestos, hacer respetar el estado de derecho y resguardar la seguridad y el orden públicos. Sin embargo, enfrentados a los más grandes bienes de Chile –la defensa de la vida del inocente, la búsqueda de la verdad en las universidades, la protección de la familia y el respeto a la autoridad, el imperio del sentido común, el cuidado de la decencia en el espacio público, el fomento de la virtud y la belleza, etc.- sólo hay dos grupos: progresistas y conservadores (y los hay en la izquierda y en la derecha).
Por ahí se ha insistido en que el marxismo se ha transformado para poner en juego dialéctico a hombres-mujeres, niños-padres, originarios-chilenos, profesores-alumnos, viejos-jóvenes, etc. y sería el causante del progrerío universal. Y por supuesto, algo de eso hay, pero el devaneo progresista de occidente se cocinaba a fuego lento mucho antes que el marxismo y, durante la guerra fría, cuando el marxismo era el enemigo, ese devaneo permeaba la sociedad en el lado de los “buenos”. En otras palabras, la profunda revolución social que invade a occidente no es sólo marxista, tiene varias cabezas y derechas e izquierdas se han unido en Chile (al igual que en otros países como Estados Unidos) para sacar adelante su agenda de disolución de los lazos sociales naturales.
Chile se ha convertido en un nuevo laboratorio de iniciativas progresistas, que llegan al absurdo total. El problema es que la derecha parece no verlo. En las declaraciones de principios de RN y la UDI nada hay que indique esta deriva; sin embargo, en la práctica (declaraciones, medidas de alcaldes, votos de parlamentarios, proyectos de ley presentados) estos partidos han respaldado esta “nueva cultura” (¡incultura!). Por su parte, Evópoli siempre se mostró del lado del liberalismo en estas materias y respecto de Republicanos, las opiniones de dividen. Algunos piensan que, siendo un partido outsider, sin nada que perder, se mostraba firme en la defensa de los principios que le dieron vida; pero una vez dentro del “sistema”, algunas de sus acciones y negociaciones cayeron en el cálculo político, desconociendo ingenuamente en la agenda mundialista en la que se impone la revolución de los principios.
Curiosamente, quienes han tomado el caballo de batalla de la defensa de la vida y de la familia tradicional, son los llamados libertarios de corte conservador (en Chile). Siendo liberales clásicos (especialmente en temas económicos), han tomado las banderas que el conservadurismo abandonó (¿por ser una causa impopular que no rinde votos?). Y a ellos les debemos que la llamada batalla cultural se esté dando en Chile, aunque muy modestamente. Son estos grupos los que han comprendido el alcance de la Agenda 2030 para la soberanía y la economía nacionales, así como para el orden social, en el que los derechos de los padres de familia no deben ser vulnerados.
Ellos han comprendido que la batalla es de largo plazo y empieza en casa, en los libros, en los colegios, en los barrios, en la música… por eso es cultural y no político-electoral. Han comprendido que lo dañado es la forma de pensar y dialogar, es decir, es toda la cultura que nos “cobija” (o que, más bien, nos ha dejado “en pelota”, literalmente). Sin embargo, dado que el raigambre libertario es, a fin de cuentas, liberal, su oposición a la agenda progresista se funda esencialmente en que ésta es impuesta por el estado y no necesariamente en la bondad intrínseca de los valores atacados por dicha agenda. Se equivocan, entonces, si piensan que la batalla se ganará sólo eclipsando al Estado omnipresente. Es necesario que entiendan que lo que defienden tiene valor en sí mismo porque es bueno, verdadero y bello.
Este es el panorama y el dilema que enfrenta la derecha anti progresista en Chile. Si no se ancla en la profunda convicción de que sus principios son dignos de ser defendidos por buenos y verdaderos (como sí lo hacen las izquierdas más duras), y no porque sean una alternativa más en el supermercado de las ideologías, el sector está destinado a fracasar nuevamente, y morir.