En educación no hay que sumarse a modas, ¡hay que renovar!
Germán Gómez Veas | Sección: Arte y Cultura, Educación, Familia, Política, Religión, Sociedad
Son muchas las décadas que nuestro sistema educativo lleva en una condición o estado disminuido, endeble y descaminado, con graves consecuencias para millones de jóvenes y por cierto, poniendo en una posición crítica el futuro de la nación. Las causas de esta situación perjudicial no son pocas, pero tampoco son inabordables.
La mala formación docente, un currículum escolar desenfocado, políticas equivocadas como por ejemplo establecer que los docentes deben ser mediadores de aprendizajes o que los alumnos deben construir sus propios aprendizajes, la ideologización de actores relevantes en el servicio educacional, la corrupción y negligencia en la administración de los recursos destinados a los escolares, la pérdida del prestigio y autoridad docente, y desde luego el afán de seguir modas pedagógicas sin el más mínimo juicio crítico, son ocho principales razones que se pueden observar entre las responsables de nuestra debacle educativa.
La última de las causas mencionadas, esto es, la decisión de seguir modelos o enfoques pedagógicos sin revisar críticamente su pertinencia y alcance, es un situación que ya se ha experimentado en otros lugares. De esta forma reflexiona Hannah Arendt respecto a la inconcebible situación del sistema escolar estadounidense de los años 50: “Ahora bien, por lo que hace a la educación misma, ha sido sólo en nuestro siglo cuando la ilusión que surge del pathos de lo nuevo ha producido sus más graves consecuencias. Lo primero de todo, permitió a toda una serie de teorías educativas modernas, de origen centroeuropeo y que consistían en un pasmoso revoltijo de sensateces e insensateces, realizar la más radical revolución en el sistema educativo entero, bajo la bandera de una educación progresiva”. La filósofa se refiere al experimento de las escuelas progresivas y la incidencia del constructivismo pedagógico que fundamentalmente llevó a cabo el heterogéneo movimiento de la Escuela Nueva. Movimiento ideológico que en gran medida se centró en lograr cambios pedagógicos respecto de lo que denominaron “educación tradicional”. “No entro en detalles –continúa señalando la pensadora–, y dejo a un lado las escuelas privadas y, en especial, el sistema de escuela parroquiales católicas. El hecho significativo es que, por favorecer ciertas teorías, buenas o malas, se llegó a rechazar todas las reglas del buen sentido. Semejante procedimiento tiene siempre consecuencias perniciosas, especialmente en un país que se fía tanto del sentido común en su vida política” (“La Crisis de la Educación”).
La observación analítica de la pensadora alemana acierta en un aspecto crucial que también se observa hoy en la depresión que experimenta nuestro sistema educativo. En Chile las dos últimas décadas hemos sido testigos de numerosas políticas educacionales que bajo la excusa de innovar se han dejado arrastrar, irreflexivamente, por modas que en los hechos han sustituido, improcedentemente, los fines de la educación por un propósito metodológico que en gran medida ha incidido en la ineficacia educativa que persiste en nuestro medio.
Lo apropiado tanto para los sistemas educativos a gran escala como para las escuelas, es renovarse sin dejarse embaucar por consignas o teorías populares que no cuentan con una antropología y ontología que las sostenga. Entonces, en educación es clave la renovación en muchos de los aspectos propios del proceso pedagógico, pero ello no se cumple pretendiendo implantar formas de educar simplemente porque son exóticas, populares o novedosas. En concreto, hay que ser capaz de plantear una renovación en los factores decisivos de la acción educativa respetando la esencia formativa del proceso pedagógico, pues de lo contrario se seguirá en un desfiladero cultural y competitivo sin precedentes. Renovar en educación implica mantener y ser responsable con la esencia, es decir, con lo que no cambia, en la acción educativa. Muy acertadamente José Luis González-Simancas explica este alcance: “Las acciones de renovar, reponer, regenerar, implican, por lo que tienen de duplicación, la existencia mantenida de algo previo, que no destruye sino que se mejora. No se trata de ‘novar’ (o ‘innovar’), ni de poner o generar por primera vez, sino de mantenerlo en su genuina y auténtica substantividad: se trata de devolver la calidad de ‘nuevo’ a lo que había envejecido, de infundir ‘novedad’, aliento y vida, de sintonizar con la novedad de las circunstancias, a lo que nunca debería haber dejado de estar al día, pero que ha dejado de estarlo por falta de atención al cambio del entorno (re-novar); de poner en su sitio algo que había dejado su lugar propio o que se había hecho ausente por creerlo innecesario (re-poner)” (“Renovación educativa”).
Un primer camino para enmendar la ineficacia educativa radica en saber en qué y, fundamentalmente, en cómo renovar la formación inicial docente. También conlleva una renovación en las normas, métodos y objetivos presentes el desarrollo pedagógico en el aula y en la conducción de las escuelas, con el doble, simultáneo y firme propósito de restituir tanto la autoridad inherente a la profesión docente como conseguir que los alumnos realmente logren aprendizajes de excelencia. Asimismo, la renovación también supone gestionar una forma más eficiente para conseguir la comprometida, adecuada y necesaria integración de las familias en favor de los fines de la educación.