Las humanidades y el desafío de la automatización

Alejandro Vigo | Sección: Arte y Cultura, Educación, Historia, Sociedad

En su lúcida columna del pasado 19 de mayo (“Por qué no CAE la teja?”), Sergio Urzúa se refiere al “notable boom” que estarían experimentando las humanidades, en un momento en el cual la irrupción de la llamada “inteligencia artificial” amenaza con condenar a una veloz obsolescencia a programas de estudio y carreras profesionales que hasta hace poco solían ser vistos –y vendidos– como caminos relativamente seguros hacia el anhelado éxito en el mercado laboral. El ejemplo de Urzúa, que puedo ratificar por experiencia directa, es el más paradójico: la programación informática. Estudiantes y jóvenes graduados comprueban, no sin espanto, que lo que parecía ser una “profesión de futuro” aparece ahora rodeado de incertidumbre en áreas centrales del desempeño profesional, tal como se había concebido hasta aquí. La paradoja es que la amenaza inminente no procede aquí de factores extrínsecos, sino del desarrollo de la propia disciplina en la que los profesionales de la informática hallan su campo específico de validación. Se dirá con razón que, en último término, nadie sabe nunca muy bien para quien trabaja. Ciertamente. Pero descubrirse, de repente, cooperando en la tarea de segar la rama del árbol en la que uno mismo se encuentra sentado no deja de ser una experiencia escalofriante.

Ahora bien, el problema no se restringe al caso de la informática. Hay otras ramas de estudio y carreras profesionales en las que la conciencia de que nada va a seguir siendo como antes, si es que acaso algo queda, se extiende rápidamente. Piénsese, por ejemplo, en las “ciencias de la comunicación”. En el ámbito del quehacer profesional vinculado con ellas, la preocupación crece y se hace perceptible por todas partes, también cuando ocasionalmente da lugar a reclamos gremiales de aspiración exclusivista, que no logran disimular el fondo de inseguridad del que proceden. Algo semejante puede decirse, cambiando lo que hay que cambiar, de otras cuantas carreras y profesiones, algunas tenidas por tradicionales: ya nadie sabe a ciencia cierta qué perspectivas de éxito podrán ofrecer desde el punto de vista laboral, en un futuro nada lejano.

En el mercado laboral, es cierto, el cambio nunca había sido tan rápido y tan drástico, y todo parece indicar que va a acelerarse aún más. Pero, además, esto ocurre en un contexto en el cual la progresiva masificación de la educación superior había producido ya toda una gama de efectos secundarios vinculados no sólo con la inevitable merma de valor posicional de los grados universitarios, sin también con el aumento de la oferta laboral y el derrumbe de la expectativa de mayores ingresos, para un contingente cada vez mayor de egresados de diversas carreras. En el caso particular de Chile, el proceso de masificación fue especialmente rápido en las últimas décadas. Estudios recientes muestran el descontento de parte importante de los egresados, que vieron frustrarse en medida significativa las aspiraciones de ascenso social que conectaban con su esfuerzo educativo. Este malestar se ha convertido en un factor no desdeñable a la hora de explicar los procesos sociales y políticos de los últimos años. Las nuevas perspectivas de una completa automatización, a corto plazo, de muchas tareas que hoy son desempeñadas por seres humanos acentúa todavía más la desorientación, no sólo en los jóvenes egresados, sino también al interior de la propia institución universitaria. ¿No sería que la promesa de éxito laboral y ascenso social con la que las universidades buscaron validarse ante la sociedad empieza a hacerse cada vez más difícil de cumplir y, con ello, también menos creíble?

Es en este preciso contexto en el cual, al parecer, viene a tener lugar ahora un incipiente boom de. las humanidades, que por el momento parece bastante modesto. Por cierto, la incontenible dinámica del actual proceso de desarrollo tecnológico reveló, con claridad jamás vista, el lazo secreto que vincula la novedad con la obsolescencia. A ello se añade una segunda constatación igualmente importante: lejos de ser garantía de éxito, la especialización y la profesionalización, allí donde no quedan inscriptas en una visión más abarcadora, pueden convertirse muy fácilmente en un camino hacia ninguna parte, pues aumentan de modo considerable la exposición al riesgo de la obsolescencia. Aquí las humanidades pueden ofrecer, ciertamente, una alternativa, al menos, como compensación de los riesgos. Pero igualmente cierto es que, para poder desempeñar esa función compensatoria, tendrán que ser capaces de no renunciar ellas mismas a su mirada de largo plazo y su vocación universalista, y de resistir el potente embrujo procedente de una retórica de la innovación que busca someterlas al mismo imperativo técnico que ellas deberían poder ayudar a relativizar. No está en absoluto claro, me temo, que en el estado actual de la institución universitaria sea posible dar cumplimiento efectivo a tales aspiraciones. Pero la esperanza, ya se sabe, es lo último que se pierde.

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio el domingo 26 de mayo de 2024.