Sergio de Castro

Sebastián Claro | Sección: Historia, Política, Sociedad

La historia moderna de Chile está, sin duda, cruzada por el trabajo de Sergio de Castro. Destacado economista de la Universidad Católica y de la Universidad de Chicago, tomó el liderazgo de la conducción económica del país en un momento particularmente complejo, conduciendo el proceso de transformación económica en Chile que permitió su modernización.

De Castro fue un hombre de grandes convicciones. Mirado desde hoy, muchas de sus preocupaciones parecen ridículas, pero no lo eran en los 70. Fijaciones de precios por doquier, industrias protegidas de la competencia externa, represión financiera que impedía a las empresas obtener créditos, limitaciones para importar y exportar, y restricciones para tener dólares eran solo algunas de las políticas que dominaban en esa época. Eliminar esa maraña de regulaciones que ahorcaban la actividad económica requería de gran convicción intelectual, que abundaba en De Castro.

Pero la convicción debía ser acompañada por una gran capacidad de persuasión para tener éxito. Los grupos de interés eran fuertes. La izquierda estaba convencida del rol dominante que debía ejercer el Estado en la economía, y la derecha era corporativista y proteccionista. La capacidad de convencer a la Junta Militar y a Pinochet sobre las virtudes de la liberalización económica en un mundo donde pocos creían en ella fue otra gran virtud. El tiempo le dio la razón.

Aunque su trabajo tuvo una dimensión microeconómica importante —lo que significó levantar restricciones en muchos mercados específicos—, su principal tarea fue reparar el desorden macroeconómico del país, reflejado en el déficit fiscal y la inflación descontrolada. El ajuste era tan necesario como ingrato, y exigió un esfuerzo mayor que pudo sostenerse en parte porque la economía tomó vuelo a partir de 1976, en respuesta a las reformas económicas y al favorable ambiente externo.

Las buenas perspectivas y el generoso financiamiento internacional de esos años fueron acumulando un boom del gasto y endeudamiento externo insospechado. En esto, De Castro y su equipo no supieron anticipar el riesgo que se acumulaba. La combinación de un tipo de cambio fijo —necesario en un comienzo para controlar la inflación— y un sistema financiero muy desregulado alimentó un desequilibrio que reventó cuando Estados Unidos subió sus tasas de interés en 1980 para controlar la inflación.

El fin de la plata barata gatilló la crisis de la deuda, acabando con el tipo de cambio fijo y con las responsabilidades públicas de De Castro. Aunque el tamaño de la crisis marcó en parte su gestión, la apertura de mercados competitivos para que los privados pudieran desarrollar sus actividades libremente cambió a Chile. El país le debe mucho.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio el domingo 28 de abril de 2024.