El regreso de las iglesias

Alejandro San Francisco | Sección: Arte y Cultura, Historia, Política, Religión, Sociedad

Con cierta sorpresa, y coincidiendo con los dos años de gobierno del Presidente Gabriel Boric, las iglesias y confesiones religiosas han publicado un importante documento, titulado “Las confesiones religiosas frente a la realidad del país: Un llamado a la paz”. En una época de evidente secularización y pérdida de relevancia del factor religioso en el ámbito público, llama la atención esta irrupción de las iglesias y confesiones religiosas, precisamente en un momento de dificultades transversales de Chile, que afectan a su clase política, pero también a la convivencia social.

Otro factor relevante es el regreso de la Iglesia Católica como actor de la vida nacional, en su justa dimensión. Durante años hubo más bien silencio y una especie de veto auto impuesto por parte de muchos obispos, lo que puede haber sido una secuela de los abusos de algunos sacerdotes y de la pérdida de prestigio institucional. La revolución del 18 de octubre tuvo muchas dimensiones, pero una de ellas fue precisamente la ausencia de las autoridades de la Iglesia Católica, apenas interrumpida para ofrecer los templos para cabildos constituyentes –oferta curiosa y algo oportunista– y quizá alguna otra cosa por ahí. Todo muy distinto a la mediación de monseñor Mariano Casanova en 1890, cuando existía el riesgo de ruptura de las instituciones e incluso de guerra civil, como finalmente ocurrió; también de 1973, cuando el cardenal Raúl Silva Henríquez procuró el diálogo final entre el Presidente Salvador Allende y el líder de la Democracia Cristiana Patricio Aylwin. Por cierto, esta presencia sería también visible e importante después de 1973, cuando se constituyó la Vicaría de la Solidaridad, centrada en la defensa de los derechos humanos. Lo mismo se puede decir de la promoción del Acuerdo Nacional para la transición a la plena democracia, que promovió el cardenal Juan Francisco Fresno en 1985.

Además de la presencia de la Iglesia Católica, es notable la pluralidad y relevancia de quienes firman el texto: Fernando Chomali G., Arzobispo de Santiago y Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile; Sergio Abad, Arzobispo Ortodoxo de Chile; Héctor Francisco Zavala M., Arzobispo Primado de la Iglesia Anglicana en Chile; Emiliano Soto V., Representante protocolar de las Iglesias Evangélicas ante el Estado de Chile; Héctor Cancino Del V., Presidente de la Plataforma Evangélica Nacional (PLENA); Sergio Velozo T., Obispo Presidente de la Unión de Iglesias Pentecostales de Chile; Francisco Javier Rivera M., Obispo Director de la Comisión Legal Evangélica; Eduardo Cid C., Obispo Vicepresidente de la Mesa Ampliada UNE-Chile; Eduardo Waigortin, Rabino Presidente de la Comunidad Judía de Chile; Samuel Szeinhendler, Rabino Presidente de la Confraternidad Judeo-Cristiana de Chile; y Fuad Musa P., Presidente del Centro de Cultura Islámica de Chile. No es habitual una presencia tan amplia, si bien de alguna manera ha existido históricamente, cómo fue el caso del Comité Pro Paz tras el 11 de septiembre de 1973.

¿Qué dice la declaración de las confesiones religiosas? Vale la pena reproducir en forma completa una de sus primeras reflexiones: “Es motivo de gran preocupación para nuestras comunidades y para muchos conciudadanos, observar el grave deterioro que se ha producido desde hace algunos años en nuestras relaciones cívicas, que afectan seriamente la capacidad de buscar soluciones justas y oportunas a las dificultades que enfrentamos. Un malestar muy generalizado recorre las distintas instancias de la vida nacional, que apreciamos va en aumento, lo que provoca una crispación en los ánimos de las personas y grupos sociales y hacen difícil la comprensión y el diálogo, elementos esenciales de una verdadera democracia, como la que todos deseamos”.

En el mismo tenor, el resto del documento enfatiza algunos temas de gran relevancia que se aprecian en el Chile actual: el problema de la seguridad, el sentimiento de temor, el desprecio por la vida, el atropello a la propiedad privada y a las leyes, así como los innumerables casos de corrupción que afectan a instancias privadas y estatales. Como problema de fondo, la declaración asegura que “ha quedado de manifiesto, la incapacidad de los actores políticos para llegar a acuerdos sobre temas esenciales, como las pensiones para el justo beneficio de los más necesitados; la tercera edad”; los dos procesos constituyentes fallidos serían una prueba más de los desencuentros. Agrega que “el país requiere dar un paso decisivo hacia una verdadera política de acuerdos y consensos, hacia un acuerdo nacional”, poniéndose a disposición para ese gran objetivo. Los firmantes hacen un llamado “a volver a las sendas del entendimiento y comprensión entre nosotros y trabajar por el progreso”, así como a poner por delante el amor a Chile.

El tema de fondo es que Chile está sufriendo una profunda decadencia, en medio de una crisis y demolición institucional, a lo que se suman los problemas económicos y la delincuencia desatada. En medio de un vacío de poder y una incapacidad de solucionar la crisis en el corto plazo, comienzan a aparecer nuevos actores (las iglesias) e ideas creativas (los militares a las calles), mientras se advierte la incapacidad de la política –no solo del gobierno, sino también de la oposición– para mostrar soluciones, orientar el camino y cambiar el curso de las cosas.

El problema nacional es mucho más profundo. Chile necesita una profunda regeneración espiritual, entre otras cosas porque desde hace años ha existido un grave problema en la familia y en la formación de los hijos, una destrucción de la educación que reciben la mayoría de los chilenos, pérdida de confianza y aumento de la violencia, mientras los problemas económicos y sociales han crecido en medio de una transformación cultural que se ha caracterizado por la secularización, la pérdida del sentido trascendente y la ausencia de Dios.

Por ello esta declaración de las iglesias y confesiones representa un punto de inflexión, pero no puede quedar ahí ni puede centrarse sólo en esos temas. Es necesario pasar desde las ideas que pueden mejorar la institucionalidad chilena a aquellas acciones que efectivamente pueden dar vida a una religiosidad más profunda, sincera y renovada entre los chilenos. El sentido de la religión es vincular a las personas con Dios, mostrar el sentido trascendente de la vida y de la historia, abrir caminos para hacer el bien en esta tierra, pero orientados al mundo futuro. Y de eso, hay mucha falta en Chile y también se pueden hacer cosas positivas.

Un caso particular lo representa la Iglesia Católica. Ella ha vivido momentos de tensión y crisis, ha sufrido un desprestigio por los abusos de algunos sacerdotes y ha visto la extensión de la secularización. En los últimos meses se ha apreciado un cambio en la dimensión pública de la Iglesia y un liderazgo visible en el arzobispo de Santiago. Sin embargo, sería un error olvidar que la tarea de fondo, el trabajo diario y la vida real, deben orientarse a acercar a las personas con Dios, en la convicción de que aquí está la fuente de la felicidad y el destino al que estamos llamados. Lo demás se dará por añadidura.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero el domingo 17 de marzo de 2024.