El padre Osvaldo Lira

Juan Pablo Urriola Palominos | Sección: Arte y Cultura

Frente a los hechos, pareciera que todo lo que se diga sobre el Padre Lira es poco. Su inconfundible personalidad se abre paso por sí sola, casi como un eco de su berroqueña voz, la que podemos oír hoy en sus conferencias grabadas, que no puede menos que dejar perplejo a muchos de sus oyentes. Dicho eco no se agotó sólo en la atención de quienes le trataron, conocieron y dejaron formar personalmente por él, sino que se ha extendido hasta el presente por medio de  más de un catedrático, que dando testimonio vivo sobre quién fue el Padre Osvaldo y su pensamiento, ha despertado la estudiosidad de más de un alumno. Tal es el caso, entre otros, del infrascrito que, sin ánimo de pretensión alguna, por más de un hecho providencial, entre lo académico y lo anecdótico, ha llegado a tener noticia no solo de su obra escrita, sino también de su personalidad. Esto no solo gracias a la enseñanza recibida o comentarios hechos por algunos de sus discípulos y amigos, sino también por la conversación con ellos, en particular con los profesores José Joaquín Ugarte, Juan Carlos Ossandón Valdés, y Bernardino Bravo Lira, entre otros. 

En contraste, agregamos, quien escribe ha encontrado más de una opinión poco comprensiva o conciliadora con la persona o el pensamiento  del Padre Osvaldo, siendo considerado por muchos como un cura “no conservador”, “reaccionario” y “radical”, y por ello, heterodoxo para los cánones liberales que actualmente campean. Esto muestra que su figura no dejó indiferente a nadie: tenía amistades y adversarios.  De esta suerte, pese a no conocerlo en vida, y movido por comprender un poco más, quien escribe hace el intento de esbozar una imagen de él, al alero no solo de lo que dicen sus seguidores o detractores, sino también de obras como La Vida en torno, entrevistas en prensa escrita, material audiovisual del que actualmente disponemos, y alguna anécdota recibida, no exenta del buen humor que caracterizaba al Padre Osvaldo.

Su talante, según dicen, fundía con claridad poco usual a la persona y el personaje, el autor y la obra, la afirmación y la anécdota. Del todo ajeno a quienes suelen cultivar su tipo, su modo de ser y de obrar, se plantó en este mundo sin contemplaciones de ninguna especie. Antes bien, el despliegue de su lenguaje y sus hábitos rotundos y determinantes no fueron sino la expresión espontánea de su constitución natural de animal racional elevado por el bautismo y el orden sacerdotal a un grado, en sus palabras, sobre existencial. En estos términos, se esmeró por pensar y vivir como un católico que abría paso a la transformación medular de la gracia. Pero, ya que “la gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona”, cuidó de moldear su juicio según la obra del celebérrimo Santo Tomás de Aquino, al punto que llegó a decirse de él: llegó a adquirir la forma mentis del Doctor Angélico. Esto último, pese a la reticencia que el Padre Lira tenía hacia los honores, hace que valga de facto para él lo que podríamos denominar como el noble título de Príncipe de los tomistas —entre quienes podemos encontrar a reconocidos metafísicos y teólogos del siglo XX, de la talla de Garrigou-Lagrange, Royo Marín,  Orlandis, Menvielle, o Fabro—.

El carácter del Padre Lira, conforme a su desplante y alocuciones, puede definirse, en una palabra: parresia. Virtud que conjuga agudamente honestidad y veracidad sin caer en temeridad, y que, considerando los tiempos que corren, en que el temperamento de la sociedad está calado hondamente por la sensiblería del romanticismo decimonónico, a muchos incomoda. Mas, esto no lleva por ninguna vía a decir que el Cura Lira era un insensible, muy por el contrario, nos consta al ver sus escritos y oír sus conferencias, que el resorte fundamental de su pensamiento se asentó sobre un fuerte sentido de realidad, en que el ser humano no puede quedar escindido de su corporeidad para su realización plena. De esta suerte y siguiendo su obra, no hubo lugar en su juicio para idealizaciones o espiritualismos dualistas —propios del pietismo moderno—, ni mucho menos para lo que se suele denominar como “pechoñerías conservadoras” —propias de una actitud acomodaticia permeada de una permanente preocupación por quedar bien—, tan ajenas, como apuntó Jaime Eyzaguirre, al talante propio del caballero hispánico, en contraposición al gentleman inglés (cfr., Jaime Eyzaguirre, Fisonomía histórica de Chile).

El asombro de nuestro personaje por el despliegue armónico de los sentidos y su experiencia queda patente. Su admiración por las grandes y diversas obras del arte humano se refleja en sus escritos sobre estética: pintura, escultura, música y literatura, no escaparon de su escrutinio personal y saber filosófico. La profundidad de su mirada ante la poesía como acto creativo le llevó a afirmar que Dios es el poeta por excelencia, ya que su creatividad a diferencia de la nuestra es creadora (cfr., Osvaldo Lira, El misterio de la poesía).

De su personalidad sociable, atendiendo a quienes le trataron personalmente (Juan Carlos Ossandón, La sabiduría del R.P. Osvaldo Lira Pérez SS.CC), cabe decir que era amigo de sus amigos. Nadie, según ellos, cultivó con mejor calor y sin acepción de personas la amistad como nuestro mentado personaje: “se ataca a las ideas, no a la persona, ese juicio solo le cabe a Dios” (Osvaldo Lira, “Entrevista realizada por Rodrigo Yáñez”), solía repetir en más de una ocasión. Reflejo de esto fue su variopinta cartera de ayudantes, algunos no creyentes —que llegaron a convertirse—, y otros que, tras ser formados, decidieron tomar un camino contrapuesto al pensar de su maestro y optaron por el liberalismo, tan ajeno a la mentalidad defendida por el Padre Lira (v. gr., Alejandro Tapia Laforet, “Discípulos que no trascendieron al papel: Revisión en torno al Corporativismo en Chile a partir de la enseñanza del Padre Osvaldo Lira”).

Ahora bien, su actitud inflexible en los principios, pero dúctil en el trato se debe a que su obrar no se atrincheró en esquemas estereotipados al modo del deber ser —de la ética rígida que no alcanza el conocimiento del bien—, si no al querer querer —de la ética de la virtud que busca conocer y amar el bien que se conoce—. Todo esto queda plasmado en una conocida anécdota: caminando el Padre Osvaldo junto a un distinguido discípulo suyo por la vereda de la avenida Alameda, en la intersección con la calle Portugal, su alumno no quiso cruzar la calle por no tener la venia del semáforo en verde. De su lado, el Padre Osvaldo al ver que no venía auto alguno, cruzó. Al encontrarse con el joven aprendiz al otro lado de la calle, el sacerdote replicó: “¡por qué no cruzaste, hombre, no seas tan kantiano!”.

Ahora bien, desentrañando hechos, múltiples son las razones que se pueden aludir para explicar la personalidad del R.P. Osvaldo Lira, atendiendo a sus términos: la causa material, sus padres, Luis Lira y María Pérez, quienes desde su infancia procuraron para él una cristiana educación. Sin ir más lejos, el inicio de tal, fue su bautismo el mismo día de su nacimiento, un 11 de febrero de 1904, en la ciudad de Santiago de Chile. Nació así a la vida natural y sobrenatural el mismo día, marcándose en él una diferencia —en palabras de Santo Tomás— más grande que la existente entre el todo y la nada.

Siguiendo el esquema, como causa formal, su alma infundida por Dios, fue modelada en su inteligencia y voluntad, por la causa ejemplar de la espiritualidad de los Sagrados Corazones de Jesús y María, nombre de la congregación a la que perteneció y en la cual perseveró, no sin padecer tormentos y contrariedades ―antes, durante y después de la convulsionada década de 1960― (Testimonio de esto no solo encontramos en afirmaciones del R.P. Osvaldo Lira en más de una entrevista, sino también en los testimonios de sus cercanos. Por todos, Raúl Lecaros Zegers, “Presentación de las obras completas del Padre Lira”). [2]

Mas, como dijera San Agustín, Dios puede sacar de un mal un bien, y fue en medio de las incomprensiones que el Padre Osvaldo fue llevado providencialmente a España. Tildado por aquel entonces de comunista por no concordar con la proposición de equivalencia lógica entre ser católico y conservador, fue trasladado disciplinariamente a España, donde vivió —según dijo él mismo— los años más fructíferos de su vida: profundizó allí la filosofía y teología de mano de la monumental obra del Aquinate, gozó del arte como nunca lo hubiese imaginado, y afianzó amistad con distinguidos catedráticos españoles. De esta suerte, para el momento de su regreso a Chile, no solo no se desprendió de sus ideas “disruptivas”, sino que las cribó, decantó y reforzó. Mas, con el curso del tiempo la percepción que tenían de él algunos de sus coterráneos, cambió: pasó de ser, en palabras de ellos, de comunista e insurrecto a integrista y tradicionalista (Cristián Antoine, “El largo viaje de una vida plena”). Pero quienes le conocían bien, sabían que era el mismo, al modo de Natanael, “un hombre sin doblez” (Jn 1, 47). Reflejo de esto, siendo ya nonagenario, son sus propias palabras: “el partido conservador dejó de existir, en tanto que el catolicismo sigue existiendo” (Osvaldo Lira, “Entrevista realizada por Rodrigo Yáñez”).

Respecto de sus causas extrínsecas, basta decir ―amparados en lo que decía San Pablo en los Hechos de los Apóstoles― que “en Él vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17, 28). De esto el Padre Lira era muy consciente, y claro ejemplo de ello no es solo su acucioso estudio de la metafísica, sino su batallar por la consistencia en el pensamiento y comportamiento del mundo católico, la búsqueda de la coherencia en atención a la parusía de cada uno y su suerte ya sea de gozo o sufrimiento según la voluntad divina. Por ello, el Padre Lira nunca escatimó en decir unas cuantas verdades sobre su tiempo, por cierto consideradas incómodas o por lo poco anacrónicas. Pero a la vista de su talante, podemos decir que no era por un afán de crítico desmedido u opinólogo, sino por la búsqueda de la salvación de las almas. En sus palabras: “entre lo que dice la chusma y lo que dice San Pablo, me quedó con San Pablo” (Ibid.), dicho de otro modo, con el reinado social de Cristo.

Extensa fue la obra de nuestro personaje: muchos sus escritos y discípulos, y más aún quienes no quedaron en la indiferencia frente a su paso. Sobre sus sucesores, podría decirse que acrisoló a los considerados más ortodoxos —en el campo del Derecho, la Historia y la Filosofía (José Joaquín Ugarte, “La influencia intelectual del padre Osvaldo Lira”)— no sólo en una unión viva con el pensamiento perenne de la Iglesia, sino también, en un estilo de enfrentar los hechos y complejidades de la realidad contingente: virtudes, humanas y sobre-existenciales, enmarcadas en una comprensión del catolicismo, que no se reduce solo a la virtud de la religión, sino que se extiende a la vida misma (cfr., Osvaldo Lira, Catolicismo y democracia). En otras palabras, no llegó al curso de su vida terrena, un 20 de diciembre de 1996, al modo de alguien carente de resonancia y legado. De esta suerte, mucho queda por sacar a la luz, más en los tiempos que corren, en que se carece de razonamientos sólidos que sostengan respuestas contundentes ―vale decir esenciales― frente a la vorágine de las contingencias. En palabras de Carlos Julio Casanova, “una rebelión de la esencia en tiempos de revolución” (Carlos Julio Casanova Guerra, Blog), en la que la metafísica y teología perenne juegan un papel fundamental. Como se dijo en un principio, frente a los hechos, pareciera que todo lo que se diga sobre el Padre Lira, es poco.

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Suroeste el miércoles 6 de marzo de 2024. La ilustración fue realizada por José Ignacio Aguirre para Revista Suroeste.