Chile se queda sin chilenos

Gonzalo Ibáñez Santa María | Sección: Arte y Cultura, Familia, Historia, Religión, Sociedad, Vida

Es la conclusión que se desprende de la fría noticia: Chile enfrenta una aguda caída de su natalidad, hasta el punto de que, con los recién nacidos, no se logra reemplazar a los que van muriendo. En definitiva, Chile, o invierte esa tendencia, o simplemente queda sin chilenos.

Mucho se ha alegado contra las condiciones en que las mujeres deben enfrentar sus trabajos, hasta el punto de que, de cara a lo que esas condiciones exigen, la opción por la maternidad pasa definitivamente a un segundo o a un tercer plano. Esta es una efectiva realidad que merece una esmerada atención y un estudio acerca de cómo revertirla. No cabe duda de que en un país consciente de la importancia de la renovación generacional esa solución se encontrará.

Pero en Chile hay una razón más de fondo para explicar esta crisis, poco mencionada hasta ahora. A mediados de la década de los años de 1960 fueron elaborados por primera vez los anticonceptivos artificiales los que, al llegar al mercado, causaron una enorme expectación. El gobierno chileno de entonces, del Presidente Eduardo Frei Montalva y su partido Democracia Cristiana, resolvió de inmediato promover su uso intensivo entre la población chilena de modo de bajar drásticamente el índice de natalidad y, de esa manera, alegó, bajar la tasa de mortalidad infantil.

Contrastó esa posición con la que adoptó en 1968 el Papa Paulo VI en su encíclica Humanae Vitae. Su conclusión fue categórica: no era aceptable ninguna intromisión en el ejercicio de la sexualidad que impidiera artificialmente su carácter procreador. De lo contrario, se producía una instrumentalización de las personas que intervienen en esa relación para objetivos de placer rebajando así la condición humana que nos es propia, y poniendo en peligro precisamente la oportuna renovación generacional necesaria para la sustentabilidad de nuestra especie. A pesar de su nombre, el partido Democracia Cristiana y el Presidente Frei se negaron a aceptar lo enseñado por la encíclica e insistieron en la campaña de promover el uso de los anticonceptivos artificiales.

Si eso ya era asombroso por el nombre del partido gobernante, mucho más lo fue por el apoyo que recibió de grupos muy importantes del clero y del episcopado católicos de la época. De hecho, un grupo de profesores de teología de la Pontificia Universidad Católica de Santiago, con la anuencia del rector de entonces tanto como de su Gran Canciller, el cardenal Raúl Silva Henríquez, emitieron una declaración en la cual enseñaban a los católicos cómo evadir la encíclica papal sin por eso sentir que dejaban de ser católicos. Según estos teólogos, por sobre lo enseñado por el Papa, estarían dos principios: la autonomía de la conciencia individual y la primacía del mal menor. La explicación antojadiza que ellos dieron de estos principios condujo a una parte muy importante del pueblo católico por el sendero que iba a ser de su extravío. Perdido de vista el fin superior del ejercicio de la sexualidad cada cónyuge pasó a ser así un instrumento de placer para el otro cónyuge, con lo cual el matrimonio comenzó a perder todo su sentido. Por otra parte, embarcados alegremente en la práctica de la anticoncepción, los jóvenes de entonces terminaron siendo ancianos carentes de toda descendencia que pudiera apoyarlos en la etapa final de sus vidas.

Hoy, la realidad no se puede ocultar más. O recuperamos el sentido superior del ejercicio de la sexualidad o nuestro país, aunque mantenga su nombre, dejará definitivamente de estar habitado por chilenos. Esperamos de nuestros Obispos una oportuna palabra acerca de este desafío.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero el domingo 4 de febrero de 2024.