José Joaquín Ugarte: “A Santo Tomás el tiempo no le hace mella”

Rosa María Puelma | Sección: Arte y Cultura, Educación, Historia, Sociedad

Don José Joaquín Ugarte Godoy es un destacado abogado y profesor chileno. Realizó sus estudios de Derecho en la Pontificia Universidad Católica de Chile, donde obtuvo los premios Tocornal y Montenegro, y, además, realizó estudios de Filosofía en la misma casa de estudios durante los años 1970 y 1971. Allí es profesor titular de los departamentos de Fundamentos del Derecho y Derecho Privado, por más de 50 años, enseñando Fundamentos Filosóficos del Derecho, Derecho Natural y Derecho Civil, lo que le ha sido motivo de numerosos reconocimientos. En 2014 fue incorporado como miembro de número de la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile. Su enseñanza, que ha influido a tantos alumnos que han pasado por su cátedra, denota la clara influencia de sus maestros, especialmente del padre Osvaldo Lira SS.CC., don Julio Philippi y don Hugo Tagle. Ha escrito numerosos artículos académicos y de prensa, y libros de reconocido prestigio, entre los que se cuenta El derecho a la vida (Editorial Jurídica de Chile, 2006) y su obra magistral, Curso de Filosofía del Derecho (Ediciones UC, 2021, en dos tomos).

Actualidad del pensamiento de Santo Tomás de Aquino

– ¿En qué sentido considera usted que el pensamiento de Santo Tomás es actual, siendo que algunos lo estiman completamente obsoleto?

Es actual el pensamiento de Santo Tomás, porque, en primer lugar, no se trata de una actualidad temporal (que también la tiene) sino de una actualidad de valor en sí mismo, de pensamiento: Santo Tomás fue un filósofo original. Desde luego, es uno de los grandes, y quizás el mayor, comentarista de Aristóteles, que comentó todas sus obras. Y, si no es el mayor, es uno de los más grandes, como dice Werner Jaeger en su obra Humanismo y Teología (y eso que Werner Jaeger era protestante).

Y él tuvo, además, un sistema original, porque él, dentro del sistema Aristotélico, dio un paso más allá: conoció de los filósofos árabes (aristotélicos) y perfeccionó la distinción entre la esencia y la existencia. Y se le ocurrió a él vincular la doctrina de la potencia y el acto, y dijo: la esencia se comporta con el ser al modo de la potencia con el acto. Y eso es actualidad per se, siempre. 

En segundo lugar, Santo Tomás tiene y sigue teniendo muchos discípulos. A lo largo de los siglos, igual que Aristóteles y que Platón, sigue teniendo infinitos discípulos y partidarios: el tiempo no le hace mella. A diferencia de don José Ortega y Gasset, por ejemplo, que puede ser interesante, que era un hombre muy inteligente, pero que ya nadie se preocupa mucho de él. Cuando yo estaba en la universidad, estaba de moda, decía varios disparates, era inteligente, era brillante y todo… pero ya nadie lo recuerda para nada. Entonces hay gente que son flores de un día, que duran 40 años, 50 años, y después nadie las menciona. En cambio Aristóteles, Platón, Santo Tomás, el mismo Kant… atraviesan los siglos (Santo Tomás cerca de ocho siglos). 

Es un hecho que lo atacan, y por otro lado, tiene muchos partidarios en revistas tomistas, y gente que lo sigue cultivando. Demuestra que es una persona plenamente vigente, que nadie puede callar. No todos los que hablan de Santo Tomás son tomistas, pero como algunos dicen: “¡estará mal que se hable mal de uno, pero lo peor es que no se hable nada!”.

– ¿Qué cree usted que es lo que distingue a Santo Tomás en su manera de hacer filosofía?

– La filosofía tomista yo naturalmente no la domino: nadie la domina y menos yo. Pero yo leo, con frecuencia, la Suma teológica y la Suma contra gentiles. También he leído las Cuestiones disputadas y De la verdad. El estudio directo de Santo Tomás es un ejercicio muy bueno para un universitario. Santo Tomás es un prudente, suele decir: “es una opinión”. Nunca impone las cosas. 

Por ejemplo, afirma que la existencia de Dios no es evidente, sin embargo, de ahí se pregunta por qué todos saben qué es Dios. Y entonces dice: “puede ser porque sea evidente, como creen algunos, o puede ser por tal o cual cosa”. O sea, él no es tan tajante como la gente lo pinta, ni mucho menos.

Santo Tomás y Platón

– Muchos creen que Santo Tomás fue exclusivamente aristotélico, siendo muchas veces oscurecida la influencia que tuvo en él el pensamiento de Platón frente a la que tuvo el de Aristóteles. Sin embargo, el mismo Padre Osvaldo Lira SS.CC., maestro suyo, decía en sus clases que la cuarta vía para demostrar la existencia de Dios (la vía de los grados de perfección) es, al mismo tiempo, “perfectamente tomista y de vertiente perfectamente platónica”, recordando que “en Santo Tomás opera un síntesis entre estos dos pensadores supremos de la Antigüedad: Platón y Aristóteles”. ¿Cuál es la relación de Santo Tomás con Platón?

– Lo citaba, y lo citaba mucho. En el Comentario al Evangelio de San Juan, por ejemplo, él explica la quinta vía (del Supremo Ordenador), que a fin de cuentas es la de Platón, y dice, “algunos descubrieron que tiene que haber en la cumbre de todas las cosas un ser perfectísimo, sapientísimo”. La quinta vía es platónica, es una maravilla. Platón fue el autor de la “participación”, que toma  Santo Tomás de él, a través de San Agustín.

Para Platón existen las formas, en otro mundo. Cuando se habla de las ideas, la palabra de Dios significa “formas”. Existen las formas en el mundo superior, como cosas que tienen un poder genético respecto a las cosas que están acá. Después, Filón de Alejandría puso las formas en la inteligencia divina, San Agustín en el Verbo de Dios, y con eso le dio su primera significación, pero todo eso es platónico.

A mis alumnos siempre les he hablado de Platón. Siempre. Y les tomaba pruebas especiales sobre eso, porque me parece fantástico. Si uno mira lo que dice acerca del alma y la inmortalidad del alma es extraordinario. Los argumentos de la inmortalidad del alma son casi todos tomados de Platón: el deseo de inmortalidad, el hecho de que el alma está sumida en el pensamiento, que es inmaterial… ¡es una maravilla!. En Filosofía del Derecho, cuando muestro los argumentos de Santo Tomás, pongo siempre también el argumento de Platón.

La enseñanza del pensamiento tomista en la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica de Chile

– ¿Qué considera que distingue a la enseñanza del tomismo en la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica de Chile (Derecho UC), respecto de otras facultades o casas de estudios? ¿Qué es lo que distingue al modo en que se enseña en Derecho UC?

– Bueno, yo no estoy muy al tanto de cómo se hace en otras facultades fuera de la universidad. Me temo que no se hace tan bien como en la nuestra, aunque no me atrevo a asegurarlo. Yo hice clases de filosofía hace muchos años, y debe haber más de algún tomista en la Facultad de Filosofía, me imagino yo.

Lo distintivo nuestro, desde luego, es que nosotros no enseñamos Filosofía, sino Filosofía del Derecho. Pero para que tenga una buena fundamentación, hemos dado a la enseñanza también filosofía de la naturaleza, psicología racional o antropología, teología natural, teoría del conocimiento, y después la ética. Y en ese sentido, nosotros hemos tratado de enseñar con profundidad —la que se puede en un curso de Derecho— todas esas cosas, yendo a la fuente. Que los alumnos tengan fuentes, tengan los textos y tengan los fundamentos… Y en todo caso, también hemos enseñado otras tendencias y otras cosas: hemos expuesto y tomado otros autores también.

– ¿Cuál cree que ha sido el aporte de la Escuela Tomista de la Facultad de Derecho UC al tomismo chileno? ¿Ha habido algún aporte?

– Nosotros no somos propiamente filósofos, pero dentro de todo, en la filosofía del derecho tenemos nuestras ideas y nuestros hallazgos, nuestras publicaciones. Hemos hecho jornadas de Derecho Natural muchos años y hemos publicado y cultivado a fondo las ideas de Santo Tomás y de otros también.

Y, de hecho, porque a veces ocurre que en una escuela determinada no tiene explícitamente sus señas propias un ramo de enseñanza, pero de facto la tiene. De iure no, pero de facto sí. Entonces, eso suele ocurrir y yo creo que algo de eso hay aquí. Porque, de hecho, han salido de nuestra Escuela tomistas importantes, como Alejandro Miranda, como Raúl Madrid, Cristóbal Orrego, y muchos otros más.

Hay una tradición muy antigua. Y desde que se fundó la Facultad, hasta donde yo entiendo, siempre se ha enseñado la filosofía del derecho de Santo Tomás. En eso no hemos flaqueado nunca. En esto fue crucial la labor de don Roberto Peragallo, que fue un gran profesor, extraordinario, tomista, y la de don Julio Phillipi, Hugo Tagle (que fue mi profesor, igual que don Julio), y así otros. Y después han venido otros más, como Gonzalo Ibáñez. Y hoy están Raúl Madrid y los jóvenes: Gonzalo Letelier, Felipe Widow y varios más… y siempre hemos mantenido una línea. Y yo he dado batallas para que se mantenga. 

– Bueno, esta pregunta quizás podríamos darla por respondida, pero quizás usted quisiera agregar algo:  ¿quiénes lo marcaron en su amor por las enseñanzas de Santo Tomás?

– Bueno, en primer lugar, el Colegio San Ignacio de Alonso de Ovalle, donde yo estudié, que en ese tiempo era muy bueno, entre los años 1952 a 1962. Tuvimos la suerte de tener como profesores al padre Gerardo del Lago S.J., al padre Walter Hange S.J. y al padre Edwin Hodgson S.J.

Después, tuve en el primer año de Leyes un muy buen profesor de Filosofía del Derecho, que fue Hugo Tagle. Hugo Tagle, que era abogado y que incluso ejerció la profesión, era abogado del Servicio de Impuestos Internos, y después se fue a tiempo completo a la Universidad Católica. Hugo era el que había hecho estudios de doctorado en España, y había llevado a la facultad obras de sus estudios: las ediciones de Las Leyes, de Francisco Suárez, algunas de San Agustín. Le gustaba que nosotros nos metiéramos en eso y nos daba lecturas para hacer exposiciones en clases. Por ejemplo, nos hacía descomponer un par de capítulos de La Ciudad de Dios. Nos ponía en contacto con esas cosas, y nos enseñó muy bien. También nociones de historia del pensamiento filosófico, del derecho romano. Después nos enseñó nociones de metafísica, la justicia, el alma, la libertad, y luego nos explicaba la doctrina tomista de la ley; Eterna, natural y positiva. Nos dio el amor por eso, porque él nos puso en contacto con Santo Tomás. Por cierto, nos pasaba el tratado de la ley. Él era un joven en mi tiempo, de 32 años, cuando yo tenía 18.

La influencia del Padre Osvaldo Lira SS.CC.

– A fines del primer año, o en segundo año, conocí al padre Osvaldo Lira. Lo conocí porque en la revista “Finis Terrae” publicó un artículo estupendo que se llamaba “Las reliquias religiosas de Lope de Vega”. A mí me gustaba mucho la poesía, y me gusta Lope de Vega especialmente. Leí ese artículo y lo encontré fantástico, y quise conocerlo. Y como escuché que Jaime Guzmán y Andrés Lecaros hablaban de él (ellos eran compañeros míos en el primer año de Leyes), les pregunté si me lo podían presentar, y Andrés Lecaros me lo presentó. Fuimos con él a verlo, y después yo empecé a ir. Y cuando estaba en el tercer año de Leyes, yo iba de oyente a las clases que hacía el padre Osvaldo: Ontología un año, y Teología Natural al otro. Tuve contacto con el Padre Osvaldo, fui alumno de facto del Padre Osvaldo, y aprendí muchísimas cosas con él, no todas las que debiera, pero en fin, lo que yo podía… Y siempre me fascinó lo que aprendía con él. 

Egresé de Derecho en 1967, estudié el examen de licenciatura, que me demoré en dar, e hice la memoria. En 1970 dí mi examen de grado, y en marzo me matriculé en filosofía. En ese tiempo había “currículum flexible”, cosa que a mí no me gusta, pero que me sirvió, porque como ya tenía cierta formación previa, entonces yo tomé ahí Metafísica con el padre Osvaldo. También tomé Filosofía de la Naturaleza con don Manuel Atria, que era un filósofo notable, que era ingeniero, y licenciado en Filosofía, y sabía latín, alemán, inglés, francés, italiano… ¡y además ingeniero!. Fue profesor de mecánica racional en la Facultad de Ingeniería, de la Universidad Católica, un hombre de ingenio, y muy amigo del padre Osvaldo. Tomé ética con el padre Osvaldo. Tomé también con él el curso de Platón.

Y, naturalmente, lo más importante que yo tuve al estudiar Filosofía fue la formación tomista, ya que, en el fondo, la filosofía tomista es la filosofía, sin perjuicio de que puede tener errores o puntos de vista discutibles. En fin, es de todas maneras una de las expresiones más notables y genuinas de la buena filosofía y más genuina. Y eso fue para mí el padre Osvaldo: formación en el tomismo y la filosofía, que para mí de algún modo se identifican, con las salvedades que he hecho.

Santo Tomás, el Derecho y la abogacía

– ¿Por qué considera que es importante que se enseñe el pensamiento tomista específicamente en una facultad de Derecho? 

– Bueno, porque es la verdad. Ni más ni menos. Porque es la verdad. Porque, en realidad, la verdad tiene que ser enseñada en cualquier facultad, y en esta más que ninguna, porque hay que saber dónde está el bien y el mal.

Y el pensamiento tomista, en sustancia, es la verdad. Es la síntesis de Aristóteles y del cristianismo, como lo dijo el propio Papa Benedicto, que Dios había querido que existiera ese gran florecimiento de la filosofía griega para que sirviera después de instrumento de la fe, que fue una cosa providencial (Joseph Ratzinger, Fe, verdad y tolerancia). Santo Tomás es un modelo no de eclecticismo, como un cocktail de ideas, pero sí de persona que asimila a todos y que se preocupa de todos sus predecesores. Fue lo que dijo Juan XXII durante su canonización, en la que se lee que “su humildad lo hizo dueño de la ciencia de todos sus predecesores”

Del pensamiento griego y el cristianismo resultan todas las síntesis medievales, de Alberto Magno, Santo Tomás, y otros muchos: es la verdad. Naturalmente, la verdad es sólo Dios, pero humanamente hablando, esa filosofía es la verdad, con todas las salvedades que le puedas hacer.

Bueno, ustedes saben (probablemente saben mejor que yo) que Santo Tomás no dejó terminar la Suma Teológica, porque tuvo un éxtasis muy largo, y entonces el Padre Superior le pidió que la siguiera, pero no podía, ya que todo lo que había escrito le parecía paja frente a lo que había visto en su éxtasis. Pero, como nosotros estamos al lado de acá, tenemos que estudiarla. Y entonces, es la verdad: la verdad por escrito. Y por eso debe estudiarse en la Facultad de Filosofía, de Derecho y en cualquier otra parte en que haya que estudiar Filosofía. 

Si usted lee la Suma Teológica, usted puede ver que siempre está citando a San Agustín, a San Anselmo, a Aristóteles, a Platón, al Pseudo Dionisio Areopagita, y a muchos otros. Siempre recaba todo lo que se dice, todo lo que hay, para estar de acuerdo, o para estar en desacuerdo, o para estar de acuerdo en parte y en otra parte no: eso es constante en él, y es lo que lo hizo grande. Se ha dicho que tuvo un gran genio arquitectónico, porque pudo unir en una síntesis global los aportes de todo el mundo hasta ese tiempo. Así que, si es que hay un ejemplo de síntesis, de tomar en cuenta todas las posturas, fue él. Aristóteles también hacía lo mismo: si usted lee la Metafísica de Aristóteles, o Del alma de Aristóteles, va a ver que se preocupa de revisar las ideas de todos los demás y después exponer las propias. Y si no lo hubieran hecho, no habrían sido lo que fueron: nadie puede empezar de cero.

– Ahora bien, algunos podrían pensar que el tomismo es una cosa bonita, interesante, pero muy lejana a la vida jurídica real. ¿Qué diría frente a esa objeción? ¿qué tienen que ver las dos cosas?

– Tiene mucho que ver, porque el Derecho es una realidad, que es dada al hombre por Dios su creador, un orden de justicia entre los hombres: entre los hombres y la sociedad y entre los hombres entre sí, que es dado por Dios. Hay un derecho natural que está en la naturaleza humana (como no matar o no robar), que son cosas que no crea el hombre y que están en todos los sistemas jurídicos, por lo demás. Ese es el derecho natural que Dios puso en la naturaleza humana, y que es fruto de una Ley Eterna, que está en la mente de Dios, pero que recibida en el hombre se llama Ley Natural, y que está presente en el hombre determinando lo que es bueno y lo que es malo, y relativamente al Derecho, lo que es justo y lo que es injusto. Me gusta y encuentro bonita la abogacía, porque aparece la opción de la Administración de Justicia, y colaborar en que se haga justicia. Don Antonio Varas dice en su discurso de incorporación como académico de la facultad de la Universidad de Chile, a mediados del siglo XIX, que el juez es un colaborador de Dios para que impere la Ley Eterna acá en la Tierra.

Y entonces en la Facultad de Derecho esto se debe estudiar: solamente es justo o injusto lo que es tal según la Ley Natural, sin perjuicio de que la ley positiva imprime las determinaciones conforme a los requerimientos de los tiempos y lugares distintos, pero toda la base es el derecho natural, que parte de la Ley Eterna, de la Ley de Dios. De tal manera que es imposible conocer científicamente a Dios sin saber metafísica, sin saber todo eso. Antes todo el mundo sabía eso, nadie lo discutía (hasta el siglo XVII o XVIII, más o menos). El derecho partía de ahí. Siempre ha habido gente disidente, pero Hume empieza ya en el siglo XVIII a poner en duda todas estas cosas, y después Kant… pero en fin.

– ¿Y ha impactado en usted el tomismo para el ejercicio de la abogacía? 

– Pero por supuesto, yo me he preocupado de tomar causas justas y no tomar las injustas, y de aplicar el pensamiento filosófico. Porque hay un hábito filosófico. No es que yo recurra a argumentos metafísicos para fundamentar la parte jurídica (aunque alguna vez lo hice y me paró la sala de la Corte Suprema). Pero hay un hábito, una manera de abordar los problemas: un hábito de buscar las causas, de abordar las cosas buscando los primeros principios y las últimas causas que nos da la Filosofía, y eso sirve mucho para el Derecho.

Bueno, me pasó un día que unos señores me encargaron que recuperara un fundo que habían expropiado en Petorca. Y me dijeron: “mire, nosotros estábamos conformes con que se lo dieran a los inquilinos porque, en fin, ya está; pero resulta que ahora ha salido un Decreto Ley (en el tiempo del Gobierno Militar) que dice que las tierras que conceden limitaciones para la reforma agraria (como los secanos), no se van a los inquilinos, sino que se van a rematar y la plata va a quedar para el Fisco. Eso me parece completamente inmoral, absurdo, una burla. O sea si vas a hacer plata tiene que ser plata para nosotros, ¿por qué va a ser para el Fisco?”.

Entonces me encargaron este asunto. Yo estaba pensando, y me dije “nadie puede ser expropiado sino es por causa de utilidad pública”. La causa de utilidad pública es una causa final, tiene que cumplirse. Si no se cumple, la expropiación no ha sido a causa de utilidad pública, porque la utilidad pública es una cosa que no existe si no se da en la realidad. La misma ley está diciendo que no hay utilidad pública en ese asunto.

Entonces ahí estructuré mi demanda, conseguí medida precautoria, y alegando en la Corte Suprema dije: “Hay cuatro causas: material, formal, eficiente, final”, y empecé. Y don Josemaría Eyzaguirre Echeverría (que yo lo quise mucho y era muy bueno, y que era ministro de la Corte Suprema), me dijo: “señor abogado, ¿qué tiene que ver eso con la Reforma Agraria?”. Don Josemaría me dijo eso, y entonces yo —orgulloso dentro de todo, si bien sumiso— dije: “señor Presidente, querría que me dijera en qué parte puedo seguir”. Y eso no me lo podía contestar, entonces dijo: “siga donde quiera”. Pero me cuidé muy bien de volver a las cuatro causas [se ríe]. Aunque el propio Josemaría Eyzaguirre tuvo una evolución en su vida en esa materia: 20 o 30 años después en otro fallo acogió este argumento, fundado en la equidad (y a fin de cuentas, en el derecho natural).

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Suroeste el viernes 26 de enero de 2024. La ilustración fue realizada por José Ignacio Aguirre para Revista Suroeste.