El siglo XX: la hoz y el martillo

Rodrigo Ojeda y Mauricio Schiappacasse | Sección: Arte y Cultura, Historia, Política, Sociedad

Hoy leemos que proclaman una nueva izquierda en Chile en tono progresista y benefactor. Sus ideólogos como buenos jardineros han podado lo necesario y conveniente, tras la poda han dejado en el olvido la crueldad y los horrores del siglo XX en manos de la hoz y el martillo. Hoy nos dicen: “Seguimos” con un álito del: “Venceremos”.

Aquí volveremos al pasado, a las raíces que conectan el presente con ese puente ensangrentado y a ratos olvidado, si olvidas y desconoces puedes ser engañado por los falsos profetas de los DDHH. Las víctimas de la revolución y del paraíso socialista merecen un lugar destacado en el olimpo de la sociedad libre. Los hijos de Marx no dudaron en aplicar la violencia en contra de los enemigos del pueblo y de los traidores de turno. Ejercieron la violencia deliberadamente en contra de la población civil y desarmada mediante: purgas, terrorismo, escuadrones de la muerte, hambrunas intencionadas a modo de castigo y control, campos de concentración y un sinnúmero de deportaciones. La crueldad se volvió sofisticada a quien osara pensar distinto.

El historiador y denunciante ruso Solzhenitsyn, (galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1970), redactó una carta abierta a los líderes de su país en 1973. En dicha misiva, afirmó que la cifra de víctimas en el Imperio Soviético durante la era comunista, producto exclusivamente de la exterminación interna, tanto política como económica, de las “clases”, alcanzó la alarmante cifra de 66 millones de personas. Los intelectuales y verdugos de la muerte roja fueron imitados en el resto del mundo, a modo de ejemplo, cabe recordar:

Mao en China: más allá de las cifras (70 millones de muertos según Jung Chang y Jon Halliday) aplicó el terror rojo mediante hambrunas, ejecuciones, persecuciones y asesinatos.

Pol Pot en Camboya: siguiendo el manual de persecuciones, ejecuciones, desplazamientos, hambrunas y torturas eliminó (según Eric Hobsbawm) a casi el 20% de la población de entonces.

En Corea del Norte: utilizando el hambre y el asesinato eliminaron al menos a 3 millones de habitantes. 

En Vietnam: mediante ejecuciones, campos de concentración y vestigios de esclavitud en tareas de “trabajo”, murieron al menos 1 millón de vietnamitas (Stephane Courtois et al.).

En Afganistán: siguiendo las pautas de castigo a las disidencias, mediante el terror político, armas químicas, campos de concentración y una policía secreta, dejando por resultado al menos un millón y medio de muertos (Courtois et al.).

La Europa Comunista y ensombrecida por el terror también conoció la persecución, el encarcelamiento, las torturas y el horror político, incluso con la construcción del Muro de los lamentos o de la vergüenza al dividir la derrotada Alemania. En la ex Yugoslavia al menos murieron un millón de “opositores” (Rudolph Rummel). Incluso en la Polonia de Juan Pablo II sufrieron el castigo comunista en víctimas y persecuciones. Sabido es que la iglesia de ese entonces debió funcionar clandestinamente, incluso en subterráneos ante el peligro del verdugo ateo. Afortunados los que pudimos presenciar la colosal figura de un sobreviviente del comunismo en Chile: el papa Juan Pablo II el año 1987.

En Latinoamérica, las garras del comunismo también asolaron. La dupla del terror: Castro-Guevara se uniformaron para matar. Según Nicolás Márquez la isla revolucionaria perdió al menos 120.000 cubanos en manos de la tortura, la persecución, los campos de concentración (entre ellos homosexuales) y el exilio forzado. En Nicaragua, la revolución y el espejismo cubano cobraron al menos 45 mil muertos (Courtois et al.). En Colombia, las guerrillas marxistas causaron una guerra civil que dejó un saldo de más de 200 mil fallecidos (Centro Nacional de Memoria Histórica).

En África, también existieron experiencias de exterminio asociados a la causa de la hoz y el martillo, pasando por Etiopía, Angola y Mozambique. Se aplicaron los mismos patrones: persecución, hambrunas, prisión política y torturas (incluso hay quienes sospechan sin las pruebas suficientes que existió canibalismo).

A modo de balance del infierno rojo, y más allá de las cifras y cantidades de vidas humanas de un necesario nunca más, debemos recordar y denunciar el genocidio en manos de esta ideología deshumanizante, contraria al bien individual y a la civilización humana. Resulta imposible olvidar el terror, las purgas, las persecuciones, las hambrunas y deportaciones, los trabajos forzados con una muerte segura, las humillaciones y vejaciones de todo tipo. De acuerdo con El libro negro del comunismo, el costo en vidas se aproxima a los 100 millones de muertes (Courtois et al.). Cuantificar el dolor, los traumas y todo tipo de secuelas rozan lo infinito.

El siglo XX, el de los grandes avances científicos, intelectuales y democráticos convivió con esta gran sombra y estela de sangre de quienes prometieron un hombre y un mundo nuevo. Víctimas anónimas que no pueden quedar en el olvido ni en la poda de quienes hoy hablan de una nueva izquierda. Como ha señalado acertadamente Gisela Silva, estas víctimas fueron “despojados de todos sus bienes, torturados, ajusticiados, deportados y encarcelados, es evidente que hay una inmensa mayoría de personas humildes, muchas de las cuales tal vez habían puesto sus esperanzas en el comunismo, para alcanzar una vida mejor”.

El siglo XX presenció y sufrió un humanicidio de manos de la hoz y el martillo. La izquierda local no puede despojarse de sus raíces sin al menos sonrojarse y prometer: “un nunca más”. La sociedad libre ha sufrido y se defiende: ayer y hoy en el día a día.