El otro dictador que expiró en Chile

Roberto Ampuero | Sección: Arte y Cultura, Historia, Política

Hace exactamente 31 años, el 14 de enero de 1993, llegó a Chile Erich Honecker, el último dictador alemán, el arquitecto del Muro de Berlín que encerró durante 28 años a 17 millones de sus ciudadanos, el responsable de dos centenares de muertos y miles de heridos, gente que intentó cruzar la frontera para vivir en libertad en Occidente. Sí, Honecker, el comunista que brindó asilo a 2.500 compatriotas en su hermético Estado totalitario.

Y este mismo año, el 29 de mayo, se cumplirán 30 años de su fallecimiento en nuestro país. Pocos recuerdan o saben que Honecker vivió 16 meses, y sin haber pagado por sus crímenes, en un condominio de la comuna de La Reina, atendido por chilenos que condenan la dictadura de Augusto Pinochet, pero al mismo tiempo admiran, justifican y algunos hasta extrañan  a la del líder comunista. Honecker murió libre de toda responsabilidad y persecución porque la justicia de la Alemania unificada, mediante un acto humanitario y atendiendo al cáncer que lo aquejaba a sus 81 años, estimó que debía escoger el sitio, dentro o fuera de Alemania, donde pasar el resto de sus días rodeado de los suyos.

Honecker decidió dejar su país. Descartó, eso sí, marcharse a la Cuba fidelista, que alabó y puso como ejemplo para el Tercer Mundo mientras gobernaba. También desechó terminar en la igualmente hermética Corea del Norte de la dinastía Kim, que jamás criticó, y desistió irse al mundo árabe. Corresponde recordar que ningún ex país comunista europeo le ofreció asilo, tampoco China ni la Unión Soviética (desaparecida abruptamente en la Navidad de 1991), y que Honecker decidió venir a pasar sus últimos años a “la cuna del neoliberalismo”, el modelo latinoamericano situado en las antípodas de la Cuba castrista y la extinta RDA, Chile, el ejemplo de transición democrática pacífica mediante plebiscito.

Según su familia, Honecker decidió residir en Chile porque aquí vivían su hija Sonja, su nieto y su yerno, y porque aquí esperaba solidaridad pues él había sido solidario con los exiliados chilenos de los años setenta. Imagino que también optó por nuestra patria porque conocía la realidad cubana y norcoreana, y desde luego la de Chile, y comparó…

Lo paradójico es que con su decisión de venir a residir acá –asistido por la izquierda–, le hizo un flaco favor al gobierno del Presidente Aylwin, que entró por lo mismo en tensiones con la Alemania unificada y el Kremlin, donde buscó asilo en la embajada chilena en Moscú para eludir la justicia de Berlín. También le jugó una mala pasada a la izquierda criolla: de pronto, sin decir agua va, un sector que se definía esencialmente a partir de su rechazo frontal a un dictador de derecha, contó en el living de su propia casa con un dictador de su misma cosecha, venido de detrás del Muro, “surgido del frío”, como diría John Le Carré: el Secretario General del Partido Comunista germano-oriental, Presidente del Consejo de Estado y de ministros, y encargado de la construcción del Muro de Berlín en 1961, camarada Erich Honecker.  

Pocos han notado que el último dictador alemán fue el primero que puso de manifiesto –sin quererlo seguramente– que con su aquiescencia la izquierda chilena perdía la superioridad moral en materia de defensa de la democracia y los derechos humanos que suele arrogarse. A la hora de la hora, y sin dejar de condenar (con razón) a Pinochet, una parte de esa izquierda se encargó de presionar para que se gestionara la residencia de Honecker en Chile, otra guardó silencio o miró para el lado ante el asunto, y otra apapachó a Honecker planteando –también probablemente sin caer en la cuenta de las consecuencias históricas de la comprometedora decisión adoptada– que hay dictadores malos (los de derecha) pero también buenos (los de izquierda), y que la gratitud hacia un dictador por favores concedidos lo vuelve virtuoso y exonera de toda responsabilidad en el ámbito de violaciones a los derechos humanos.

¡Qué situación le creó Honecker no sólo a la izquierda sino también a nuestro país! Y justo cuando la democracia chilena daba sus primeros pasos tras diecisiete años de régimen militar. Bajo el cielo sucio de Santiago vivieron al término de la Guerra Fría durante casi dos años dos ex dictadores de inspiración política diametralmente opuesta, uno extranjero, comunista y admirador de Salvador Allende y la Unidad Popular, el otro, chileno, militar, nacionalista, su némesis; uno encerró literalmente a su país, el otro lo abrió al mundo; uno ganó todas las elecciones con un mínimo de 98% (sic) de los votos; el otro dejó el poder al perder un plebiscito; uno condujo a su Estado a la extinción, el otro legó un modelo que sus sucesores conservaron y fueron reformando y que colocó a Chile a la vanguardia del continente en numerosos aspectos.

Me pregunto si Honecker no nos habrá dejado –sin querer– no sólo un problema sino también la posibilidad de una solución con su decisión de venir a pasar tranquilo la fase final de su vida cerca de Pinochet. ¿Esta coexistencia bajo el mismo cielo capitalino entre el secretario general y el general no enviaba acaso sendos mensajes a la izquierda y derecha en el sentido de que trataran de indagar en las razones del antagonista para mantenerse en el poder? ¿No había allí una modesta semilla que pudo haber conducido a un acercamiento sólido de ambos Chile? ¿No habrá contenido ese paso postrero de Honecker una sugerencia sobre cómo tratar a los enfermos terminales condenados a cadena perpetua por violaciones a derechos humanos?

Supongo que Honecker debe haber reflexionado al menos sobre el lío que creaba a la izquierda al marcharse de Alemania, pero no a países regidos por comunistas o revolucionarios, sino a una democracia “tutelada”, según la izquierda, por la Constitución de Pinochet, a un país donde, según ese mismo sector, el general tenía la última palabra. ¿Qué pensar sobre esa decisión de enorme peso simbólico del comunista defenestrado por sus propios camaradas? O planteado esto de otra forma: ¿Cómo hubiese reaccionado la izquierda si Aylwin hubiera acogida a un feroz dictador de derecha? ¿Habría tolerado el mismo trato que a Honecker y que el ex dictador paseara libremente, sin funas ni insultos, por las calles del país?

No es una interrogante ociosa ni añeja. Se vincula de alguna manera con el estallido civil y delincuencial del 2019 y los recién conmemorados 50 años del fin de la Unidad Popular. La coexistencia entonces de ambos ex gobernantes en Santiago de Chile dejó a mi juicio interrogantes que el país esquivó entonces y nunca ha abordado a fondo, y que no lo ha hecho porque a la izquierda le incomoda que le recuerden sus simpatías por dictadores refundacionales, y la derecha creyó en su momento que ese empate político llevaría a la izquierda a bajar el tono de sus críticas al régimen militar. Lo cierto es que al final la izquierda nunca redujo su condena al régimen militar. Como vimos, ella acaba de conmemorar por lo alto y a nivel internacional un fallido, pero oneroso 50 aniversario del 11 de setiembre, aunque en diciembre pasado terminó apoyando la Constitución política nacida bajo Pinochet. En la(s) derecha(s), por su parte, muchos ya ni recuerdan que el dictador comunista ícono de la Guerra Fría y padre del Muro de Berlín vivió hasta su fallecimiento en La Reina.   

Estas fechas, la de la llegada a Chile y la de su muerte en Santiago, la izquierda las pasa sabiamente por alto o las conmemora en privado destacando en sordina, entre camaradas, “la modestia”, “el buen carácter” del líder comunista y la solidaridad que efectivamente brindó a 2.500 chilenos. 

Tremendo cómo, a través de esa actitud, ese sector legitimó guardar silencio frente a dictaduras que hayan otorgado favores. (Trabajé, estudié y viví cuatro años en un cuarto de un internado universitario en la RDA y conocí el drama de mis compañeros que sabían que vivirían encerrados en su país hasta los 65 años de edad, por eso mi gratitud la dirijo a sus ciudadanos, vecinos y amigos que la financiaban con sus impuestos y bajos salarios, no a su dictadura). Convengamos en que no puede pontificarse sobre libertad, democracia y derechos humanos si al mismo tiempo se apoya públicamente a una dictadura totalitaria o reconoce haber vivido en ella, pero sin notar que era dictadura.

Ducha en la batalla de las ideas, nuestra izquierda sabe que esa batalla no sólo requiere colocar temas y recuerdos en el tapete nacional, sino también imponer silencios y amnesias, por eso le otorga importancia al control de la difusión de “la verdad política” allí donde gobiernan. En estas fechas referidas a Honecker la izquierda criolla habla de otras cosas pues sabe que su postura está en contradicción con la defensa de la libertad, la democracia y los derechos humanos. Sabe cuán importante fue que Batista amnistiara a los dos años de prisión a Fidel Castro y sus atacantes al Cuartel Moncada y los desterrara a México para que en 1959 éste conquistara el poder, que aún no entrega. Sabe también que Vladimir Ilich Lenin volvió de su exilio a Rusia sólo meses antes de la caída del Zar Alejandro, y que Karl Marx escribió su obra crucial en Londres gracias a que cruzó fronteras. De haber contado sus países entonces con un muro infranqueable, Castro, Lenin y Marx hubiesen terminado probablemente encarcelados a perpetuidad o a los pies de ese muro.

Pero también se observan maniobras de conversión sotto voce en la izquierda. Por ejemplo, una parte celebra hoy los avances tecnológicos y la erradicación de la pobreza en China y Vietnam, pero omite que esos son regímenes de partido único y con economía de mercado. Otros se distancian del dictador sandinista Daniel Ortega, uno de sus íconos cuando vestía verde olivo, y algunos comienzan a soltar amarras con la dictadura de Maduro, aunque las simpatías por la tiranía cubana siguen intactas. Para el PC la isla es un modelo, y el gobierno de Gabriel Boric guarda un cómplice silencio, del que se arrepentirán en un futuro cercano, ante una dictadura unifamiliar que acaba de cumplir 65 años y ni siquiera es capaz de abastecer con productos tropicales a su población, la que sigue abandonando la isla que en los 1950 competía en índices de modernidad y calidad de vida con Argentina y Uruguay.  

Por otra parte, en las derechas algunos piensan que estas fechas son irrelevantes o simplemente las olvidan, enfrascados como están en guerrillas internas, en parte divorciados del sentir ciudadano y ajenos a la batalla y la difusión de las ideas, la que exige alzar la vista, ver más allá del barrio en que se vive y el diario que se lee, recurrir a lecturas humanistas, vincularse mejor internacionalmente, descifrar los nuevos tiempos y sus nuevas demandas. Sospecho que mientras sigan así, continuarán a la defensiva.

Deben formar más sólidamente a sus miembros, intensificar el diálogo con jóvenes, artistas e intelectuales, pero también aprender de ellos. La derrota que sufrió el sector en el reciente plebiscito ante el peor gobierno del último medio siglo en Chile pone de relieve evidentes deficiencias. Si la ciudadanía es crítica con gobiernos divididos, lo es más con partidos que en la oposición son incapaces de ponerse de acuerdo. Inquieta que el conjunto de la clase política chilena no sintonice con la ciudadanía, la que observa angustiada el escenario en que está inmersa: un Chile en su mayor crisis de seguridad, conducción y corrupción, y con un Congreso y partidos políticos que, como instituciones, cosechan desde hace mucho la más alta desaprobación ciudadana.

El arquitecto del ignominioso Muro de Berlín, símbolo del fracaso del comunismo y de la frontera que separó a Occidente del Este durante la Guerra Fría murió en Santiago de Chile en mayo de 1994. Pese a que esa guerra incidió en los principales conflictos y dramas políticos de nuestro país desde los sesenta hasta prácticamente la actualidad, los mayores ya casi no recuerdan que Erich Honecker se refugió al final de su vida en una casa de La Reina, y los jóvenes simplemente no saben quién fue Honecker.

No voy a repetir aquí eso que a menudo se afirma sobre los pueblos que no conocen su historia…

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero el domingo 14 de enero de 2024.