Navidad y pesebre

Klaus Droste | Sección: Religión, Sociedad

Navidad es un tiempo precioso. Muchas veces no lo vemos, porque andamos como a oscuras, agitados, preocupados, acelerados, distraídos, entumecidos. No es extraño, que los días previos a Navidad sean tensos y agotadores. La misma celebración de la navidad, para muchos, triste, melancólica, solitaria. Sin embargo, puede ser un tiempo, un momento, un espacio, lleno de Paz y Alegría.   

“El pueblo que caminaba en las tinieblas, ha visto una Gran Luz” (Is, 9) . Esa “Gran luz” que ilumina la oscuridad dice Isaías es porque “Un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado”. ¡Qué paradójico la Gran luz es niño pequeño! Eso irradia el pesebre en Navidad.  

Una Luz que puede ayudarnos a ver nuestra vida para reorientarla, con una paz que calma y emociona cuando la vista se posa sobre una realidad tan pobre, tan precaria, pero tan llena de belleza a la vez. Quizás una belleza insuperable, porque nos revela en medio del silencio que todo puede ser redimido por el amor. Que cuando el cariño toca las realidades más insignificantes estas se hacen amables y sobrecogedoras atrayendo la mirada del corazón, dándole la quietud que le falta, la serenidad perdida, la paz que anhelaba.  

La Navidad nos recuerda que el Amor, con mayúscula, ha venido al mundo para quedarse. Que la fuerza más gigantesca que existe se ofrece y se hace débil para levantar, para habitar y transformar lo que es inhóspito. 

El Pesebre nos habla de la belleza de la no sobreabundancia de lo material y la alegría del cariño que todo lo toca y transfigura. Que lo importante son las personas, la vida que comienza, el cielo que se acerca a la tierra y la tierra que acogiendo lo divino alcanza su auténtica medida, respondiendo a un llamado original, que resuena en el fondo de hasta el más endurecido de los corazones; porque en definitiva hemos sido creados para amar y ser amados.  

Contemplar el pesebre, vivir la Navidad, no es admirar un bien caduco, es ser capturados por un ser que reclama nuestro amor, que se abaja, se inclina y se ofrece indefenso para que no haya miedo de ser traspasados por el Amor que se da a nosotros, embelleciendo nuestra vida, humanizando y ennobleciendo nuestro corazón, ayudándonos a mirar a nuestro alrededor y agradecer tantos dones y bienes, invitándonos a perdonar, a buscar caminos de encuentro con quienes estamos alejados, enemistados. Abriendo, también, caminos para ir en ayuda de quienes no tienen, destinarnos a ellos y a todos, con la convicción que el Amor vence siempre, que el Amor es invencible y que el Amor nos reclama. Siempre es posible volver a centrar la vida, volver nuevamente a lo esencial, a lo único verdaderamente importante y definitivo. Esa Gran luz, ese niño en el pesebre, nos recuerda año a año, que “el amor lo es todo, que abarca todos los tiempos y lugares, en una palabra, que el amor es Eterno” por eso podemos volver a comenzar y decirnos ¡Feliz Navidad!

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por la Universidad San Sebastián el jueves 21 de diciembre de 2023.