Hay solución. ¿Hay Esperanza?

Juan Pablo Zúñiga Hertz | Sección: Política, Religión, Sociedad

Por donde uno mire se nota la decadencia y el empobrecimiento en el más amplio sentido de la palabra. Una vez escuché un comentario de alguien que señalaba que estamos viviendo la mejor época de la humanidad gracias a los avances tecnológicos. Sin duda dichos avances mejoraron aspectos prácticos inimaginables hace 100 años. Pero, en la misma proporción, aumentó significativamente la pobreza espiritual, llegando a niveles de miseria humana.

Hace 15 años, no había país latinoamericano que no elogiase a nuestro país y que desease ser como éramos nosotros, un país marcado por el orden, el desarrollo y los mínimos niveles de pobreza y desigualdad de los cuales gozábamos. Eso ya se acabó. Décadas de discursos falsos inspirados por el deseo de destruir nos llevaron a tener un gobierno que vive en Narnia, un mundo de fantasía, al tiempo que en el Chile real vive una calamidad insufrible.

Tenemos un presidente más preocupado de sus amores clandestinos, de andar en bicicleta en vez de trabajar, posar para la foto, charlatanear por doquier y, por supuesto, seguir secando las arcas fiscales con sus compañeros y amigos, todos iguales o más ineptos que él. Pasamos de la acción y medidas concretas a las mesas de trabajo, los comités para esto, comités para aquello e infinitas reuniones de un politburó atestados de guatones barbudos y señoras odiosas. Pasamos de la seriedad y respeto al cargo a usar megáfonos, interminables discursos vacíos, contradicciones y un populismo nauseabundo.

Pasamos de la estabilidad a ser un país que busca cambiar la Constitución una y otra vez, cual republiqueta bananera. Escupimos al cielo y nos cayó de vuelta. A veces da entre pena, disgusto y rabia ver en lo que se transformó nuestro país. Fuimos atraídos y engullidos por la mediocridad de nuestro continente, mediocridad de la cual creíamos habernos librado para siempre y volvimos a ser un país más pobre en lo material y paupérrimo en lo cultural e intelectual. Sólo vea los resultados de la última prueba de selección universitaria. El tan sagrado mantra de la “educación digna, gratuita y de calidad” terminó dando como resultado una educación sin calidad e indigna, con pobrísimos resultados en matemáticas, ciencias, etc.

Es un fenómeno global esta especie de descomposición y pudrición valórica y espiritual de las sociedades de Occidente. En una audiencia con representantes del Congreso norteamericano, las rectoras de Harvard, MIT y la Pennsylvania University, al ser cuestionadas si consideraban como hostigamiento y abuso a los llamados a genocidio judío realizados por alumnos activistas en sus universidades, ninguna fue capaz de condenar los llamados a aniquilar a un judío, más aún, se atrevieron a decir que “dependía del contexto”, implícitamente reconociendo que sólo cuando comenzasen a matar de facto alumnos y académicos judíos, sólo entonces condenarían los llamados genocidas. Es decir, una descomposición tanto del alumnado cuanto de quienes deberían de ser los mentores y guías de las nuevas generaciones, quienes se transformaron en activistas destructores de la sociedad en el corazón mismo de centros de la cultura occidental.

La esperanza yace en los interesantes movimientos tectónicos que estamos viendo en el mundo donde más y más países están entrando en razón y comprendieron que hay que dar un tirón de riendas a las sociedades para frenar esta destrucción material, moral y espiritual que ha traído el progresismo. Ahí tenemos el caso de Milei en Argentina; todo indica que Trump volverá a la oficina oval y muchos otros de la misma línea seguirán la misma senda. Hay quienes los llaman de locos y consideran una barbaridad votar por ellos. Reconozco ciertos elementos del temperamento y lenguaje de Trump no me convencen por alejarse del conservadurismo católico con el cual me identifico, pero hay que entender que nadie está pidiendo que seamos amigos de este tipo de líderes, pero sí que reconozcamos en ellos esa capacidad de parar en seco la debacle y darle el tirón de riendas que las sociedades necesitan antes de venirse abajo.

Quedan dos años por el frente para sacar de una vez y para siempre al gobierno actual que representa toda la pudrición de nuestro país. No veo un Milei chileno, ni menos un Trump criollo. Sí veo gente cansada, gente con ganas de un cambio de verdad, ciudadanos con deseos de terminar la pesadilla constitucional y chilenos que quieren volver a trabajar y vivir en paz. Todo eso comienza el 17 de diciembre.