La “Vida Buena” en sociedad: Virtud y Ley

Álvaro Pezoa Bissières | Sección: Arte y Cultura, Educación, Política, Sociedad

En tiempos que Chile busca darse una nueva Constitución, resulta conveniente reconsiderar cuál es el propósito de la vida en común y la importancia que para tal efecto poseen la virtud y la ley. Al respecto, se ha de distinguir la “vida buena” de la “buena vida”. Esta distinción es muy clara para el pen­samiento filosófico sobre el hombre a partir de Sócrates, quien se decidió por la vida buena a costa de la buena vida, hasta el extremo de morir defendiendo la verdad, sin componendas. El ejemplo socrático conduce a fijar la vida buena en dos conceptos básicos: la virtud (areté) y la ley (nomos). De la virtud y de la ley deriva la posibilidad de la vida buena en el ámbito propiamente humano, la sociedad (polis). El hombre puede alcanzar libremente su plenitud en sociedad únicamente si su vida es virtuosa y si la ley común es adecuada.

La virtud abarca toda la vida, contiene inteligencia y habilidad en el condu­cirse e implica valentía y, para ésta, el dominio de los propios impulsos. En la antigua areté, el bienestar y la vida buena no son incompatibles; comporta una visión de la buena vida sin carácter vicioso, precisamente porque está amparada por la vida buena. Esta última es un ideal de excelencia, tanto desde el ángulo individual como desde el social. La virtud pertenece al alma, es aquello que permite al hombre no desperdigarse en la búsqueda de los bienes externos que puede adquirir, pero que no le perfeccionan interiormente. La plena humanidad de los actos es imposible de alcanzar sin virtud. Ésta permite comportarse rectamente, en orden al bien, pero hay que desarrollarla.

La adquisición de la virtud debe proyectarse sobre la sociedad. Le da el sentido a ésta: la sociedad debe preocuparse de la areté. Los pensadores griegos llegaron a la conclusión de que lo mismo que sin alma no hay virtud y sin virtud el alma no es realmente eficaz, tam­bién existe un alma de la sociedad: la ley. Y esa alma posee tanta eficacia para la comunidad como la virtud para el hombre. La ley ha de marcar la finalidad, pues la sociedad surgió para el vivir bien. Para el hombre el mero vivir es poco y la sociedad no se limita a asegurar la supervivencia; tampoco su fin es el simple convivir. Los hombres –dice Aristóteles–, se reúnen para realizar lo justo, que es lo que preserva la felicidad.

En síntesis, junto a la virtud, alcanzar la vida buena exige una buena ley común (Constitución). Lo individual comporta un correlato social. Éste tiene que ser apropiado porque, en otro caso, se obliga al hombre virtuoso a vivir una vida imperfecta, exclusi­vamente privada. Y vivir al margen de la sociedad no vale la pena. La gran pregunta aristotélica: ¿se puede ser buen hombre sin ser buen ciudadano?, lleva a procurar que el hombre bueno sea, por lo mismo, buen ciudadano.

Pero para eso hace falta que la sociedad esté correctamente organizada; que se dé a la sociedad una forma normativa apropiada. Ética y política se requieren mutuamente para posibilitar una vida social humanamente digna. Para ello, la Constitución es parte esencial, aunque no suficiente.

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero el sábado 4 de noviembre de 2023.