¿Hay solución?

Juan Pablo Zúñiga Hertz | Sección: Política

El triunfo de Javier Milei en Argentina es una esperanza para una nación que lleva más de medio siglo sumergida en la corrupción, infectada de socialismo y con un funcionalismo público intrínsecamente parasitario que ha asfixiado la vida de generaciones de argentinos. De alguna u otra manera, es una muestra de lo que se vive en toda Latinoamérica en mayor o menor medida en cada país, incluido el nuestro. La pregunta es: ¿hay una solución?

Milei tiene una tarea durísima para la cual se requerirá de medidas durísimas si quiere conseguir parte del plan que le anima que viene en definitiva a ser un plan de salvación nacional y, con ello, traer de vuelta la esperanza de que sí es posible para ellos volver a ser la nación pujante que fueron. Tal era la pujanza de Argentina que llevó a muchos a migrar allí desde Europa en el siglo XIX, como fuera el caso de una rama de mi familia. Es ese empuje el que el Sr. Milei pretende no resucitar, sino dejarlo ser y soltarle las amarras del estatismo asfixiante.

Miro a Chile y veo un patrón semejante al vivido por Argentina en su último siglo de historia, pero con cierto retraso. Ya a comienzos de los años 2000 había claros signos de que la decadencia se nos venía encima, el populismo y el festival de los bonos y asistencialismo estaba allí, presto a asomar cabeza y secuestrar con migajas a una sociedad que, si bien había aprendido el valor del trabajo, aún tenía escondido en su ser la flojera y la mediocridad.

Esa pereza y nulo deseo por cultivar en sí mismo la virtud ronda como fantasma en todas las sociedades latinoamericanas. Es a ello a lo que se refería Diego Portales sobre este gran problema de tener una sociedad sin hombres virtuosos. Es por ello que, de tiempo en tiempo, necesitamos que vengan los Milei, militares y figuras firmes como para enrielar nuevamente la sociedad y, con algo de suerte, conseguir con que se mantenga fuerte, ordenada, productiva y virtuosa en el tiempo.

Nuestras sociedades se comportan como niños y adolescentes malcriados que terminan siendo adultos que viven “al tres y al cuatro”. Pueden venir cuantos “Mileis” sean necesarios y nada va a cambiar si es que no hay un cambio de paradigma que nos remeza y permita deshacernos de una buena vez de esa pereza y mediocridad que nos asfixia hace siglos.

La mediocridad ciega a su víctima y le hace un adicto de la autocompasión. Con ello, al verse como un pobre sujeto, se olvida de que sí tiene potencial y que sí hay una solución. Es aquí donde entran las ideas de Milei, quien le cambió el paradigma principalmente a los jóvenes argentinos y de otros países de Latinoamérica, paradigma que invita a mirarse y decirse que sí tenemos capacidades, que si trabajamos, podemos; que no somos deficientes mentales que necesitamos a papito Estado diciéndonos el qué hacer. Ahí está la esperanza. Si somos capaces como chilenos de entender que allí está la clave –y hay cientos de miles a los que ya les “cayó la ficha”– sí tenemos solución.