Sound of Freedom

Vicente José Hargous Fuentes | Sección: Arte y Cultura, Familia, Política, Sociedad, Vida

Hay películas que entran y salen de cartelera sin pena ni gloria. La joya que relata la historia de Tim Ballard (Jim Caviezel) no es una de ellas. Las últimas semanas hemos podido presenciar el revuelo generado por el reciente estreno en Hispanoamérica de la extraordinaria película de Eduardo Verástegui: Sound of Freedom. Una historia apasionante, profunda y fortísima, con uno de los mensajes más tremendos que el cine ha mostrado en años. Sin spoilers, podemos decir que la historia expone la dolorosísima realidad de la trata de personas y el tráfico de niños.

Aunque parezca increíble, la película ha sido objeto de una serie de críticas impresionantes. Cancelación pura y dura, pero también críticas de índole cinematográfico muy vehementes. Es obvio que ha generado controversia, pero ¿cuál es el problema? ¿Qué tiene de raro el mensaje que da Jim Caviezel al final de la película?

¿Por qué genera polémica la abierta denuncia de la esclavitud de nuestro tiempo?

Probablemente diga relación con ciertos personajes famosos manchados hasta el cuello con la podredumbre. No es primera vez que se denuncia que el mundo detrás de las glamorosas cámaras de Hollywood se encuentra Babilonia (Babylon es el título de otra película de 2022, absolutamente desrecomendada para menores y mayores de edad, que retrata la vida en Hollywood), pero quizás sí sea la primera vez que se menciona su conexión con el tráfico de niños. 

Jim Caviezel dio su testimonio una vez que se estrenó la película: “La mostré en Las Vegas. Había cinco pantallas y cerca de 1500 personas que la vieron. En [los lugares donde estaba] cada pantalla se oía que personas hablaban, mirando. Y una segunda vez. Y una tercera vez, hablaban, cuando aparecía un lugar específico. Y yo estaba pensando: ‘¿acaso hicimos algo mal o qué?’. Pero entonces ocurrió una vez más, y al final de la película les pregunté sobre esa escena en particular en la que todos hablan, y todos ellos gritaron: ‘¡la isla de Epstein!’… Y entonces dije: ‘Ok, ahora entiendo a qué nos enfrentamos’. La isla de Epstein no es la única isla sexual por ahí…”.

Pero hay más. Y es que la película visibiliza un mensaje también sobre la familia, sobre la inocencia de los niños e, incluso, sobre la fe. Tim Ballard se muestra como un buen padre ―de una familia numerosa, además―, creyente, viril. La figura paterna como algo positivo aparece claramente representada también en el padre de Rocío y Miguel (los niños que son víctimas del tráfico). También se trasluce la visión cristiana de la vida humana como algo sagrado, como imagen y semejanza de Dios con vocación a la filiación divina adoptiva ―resuena como música de fondo en la escena final un coro cuya letra intuyo que dice Dei filii sumus (“somos hijos de Dios”)― y, sobre todo, de la inocencia de los niños, como algo especialmente amado por Dios: God’s children are not for sale (“los hijos de Dios no están a la venta”).

Miremos, ahora, por contraste, los ideales que promueve el progresismo: la liberación sexual ―incluyendo el aborto―, el hedonismo vacío (en última instancia incompatible con un sentido trascendente de la vida), la autonomía individual, el “consentimiento sexual” y el placer como únicos valores relacionados con la vida humana en relación con otros… ¿Y los niños? Vaya que sí es un tema para el progresismo, pero no la inocencia de la niñez, sino todo lo contrario. No es secreto para nadie; basta con mirar los libros que se han repartido por distintos países de nuestro continente como parte de la “educación sexual integral” (ESI), que ni es educación, ni es integral, ni es sexual (porque lo sexual es una dimensión de la persona humana que se ordena a la complementariedad y la fecundidad): en el mejor de los casos, es imposición de ideologías que promueven la obsesión por el placer venéreo. Los ejemplos de la hipererotización de la infancia por parte del progresismo son incontables, incluyendo medidas para bajar el consentimiento sexual. Siempre contra los padres, a los que se les ve como potenciales vulneradores de derechos; siempre con el Estado, que sería el “garante” de los derechos de los niños, derechos que por su “autonomía progresiva” podrían ejercer como “sujetos de derechos”. ¿Patria potestad? Nada de eso. Los padres son vistos como “barreras” para los supuestos “derechos de los niños”, defendidos por los progresistas, siempre ligados a su sexualidad.

Pero el progresismo es hipócrita. Sus argumentos van siempre en favor de la revolución sexual… hasta que se muestran contradicciones o escándalos, como actos de “pornoterrorismo”, o polémicas defensas en favor de la pederastia. Dicen que no la defienden, pero sí apoyan los argumentos que la sustentan. Y es que las contradicciones del progresismo sexualrevolucionario tienen su origen en una libertad vacía: si el consentimiento es el único límite para las relaciones sexuales se llega a las peores aberraciones; de ahí que la pederastia haya sido defendida por insignes ídolos del progresismo, como Michel Foucault y Simone de Beauvoir. Y así, todos sus pedaleos mentales sirven en última instancia a justificar la peor esclavitud de nuestro tiempo, que es la más masiva de toda la historia.

Es urgente volver a una concepción integrada de la sexualidad ―que existe para el amor permanente y fecundo―, es urgente reconocer la inocencia de los niños y su indemnidad sexual, es urgente, en fin, dejar de lado las premisas del relativismo, del hedonismo y del progresismo: “God’s children are not for sale!”. Como dijo Eduardo Verástegui: “¡Seamos Sonido de Libertad y no silencio de esclavitud!”.

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Suroeste el jueves 5 de octubre de 2023. La ilustración fue realizada por José Ignacio Aguirre para Revista Suroeste.