Se permuta… trabalenguas por certidumbre

Mauricio Riesco V. | Sección: Política, Religión, Sociedad

Próxima ya a terminar, desde el 4 de octubre pasado se encuentra reunida en su XVIª versión la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de Obispos convocado por el papa Francisco, “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”. Fueron convocadas 365 personas, no solo obispos como era usual, sino otras cuantas ajenas al ministerio episcopal: sacerdotes, diáconos, religiosas y, también, participantes laicos. Entre estos por primera vez participan 54 mujeres y con derecho a voto. Se trata de un “Sínodo de la Sinodalidad”, como la misma Iglesia ha querido llamarlo, apellido éste que resulta ser un tanto desacostumbrado y quizás si por lo mismo suene como un trabalenguas. Se trata de un “caminar juntos” precisó la autoridad.

Instrumentum laboris está siendo la guía de trabajo que precisa los asuntos que se deben abordar; fue publicada el pasado mes de junio para “Delinear los caminos de profundización que se han de llevar a cabo en estilo sinodal” y contiene las ideas recogidas en las asambleas continentales previas; plantea algunas reflexiones que giran en torno a lo que se debe entender como una Iglesia sinodal y contiene preguntas, también, que deben ser sometidas al discernimiento de los asistentes, según dice el texto. Entre las cuestiones que serán examinadas se encuentran algunas que han generado graves polémicas en la Iglesia desde hace tiempo como, por ejemplo, el acceso de la mujer al diaconado; cómo atraer a las personas que se sienten excluidas de la Iglesia “a causa de su afectividad y sexualidad (por ejemplo, divorciados vueltos a casar, personas en matrimonios polígamos, personas LGBTQ+, etc.)”; y el celibato sacerdotal, es decir, la posibilidad de ordenar a hombres casados “al menos en algunas zonas”. Instrumentum laboris afirma sobre estas cuestiones puntuales que “No debemos asustarnos por ellas, ni intentar a toda costa resolverlas, sino comprometernos en un discernimiento sinodal permanente”, para que las tensiones que de suyo generan puedan “convertirse en fuentes de energía y no decaer en polarizaciones destructivas”.

Esta es, ciertamente, una convención novedosa y con un enfoque muy original: mantener todas las puertas entreabiertas sin cerrojos preventivos y agregando un elemento de incertidumbre adicional que la convierte en una apuesta riesgosa. Por primera vez en la historia de los sínodos episcopales podrán votar los laicos, hombres y mujeres, arriesgada apuesta para una metodología inédita introducida por el Papa Francisco que podría revelar resultados impredecibles.

Y las preguntas (solo eso por ahora, ya que el Papa pidió encarecidamente un “ayuno de palabra pública) no han sido pocas ni tienen respuesta aún. Una muy obvia es si la Iglesia pudiera ir mutando a una institución “democrática”, para que el clero menor y seglares de todo tipo y condición participen en asuntos propios de su doctrina o concernientes a su magisterio, a su liturgia, a sus tradiciones, ya no como asesores, sino como parte activa de la jerarquía eclesiástica o como representantes de su electorado, por ejemplo. Otra, si pudiera “ampliarse” la doctrina vigente a situaciones clara y abiertamente condenadas antes por la Iglesia tales como, por ejemplo, los matrimonios homosexuales o la ideología de género, considerando el ánimo de “comprometernos en un discernimiento sinodal permanente”, para “no decaer en polarizaciones destructivas”, como lo señala Instrumentum Laboris. Por cierto, no han sido pocos los obispos y laicos que han hecho públicas sus dudas respecto del propósito de este sínodo y de los riesgos potenciales de sus resultados; otros cinco cardenales se las plantearon formal y directamente al Papa (dubia), pidiéndole que ratificara las enseñanzas de la Iglesia en cuestiones de doctrina, homosexualidad, ordenación de mujeres y autoridad eclesiástica porque, dijeron, “el sínodo está creando confusión”.

Es que en momentos como los que vivimos desde hace un tiempo ya largo en la Iglesia católica mundial, es fácil que toda reunión ampliada de las máximas autoridades de ésta, incluida su cabeza, para tratar justamente algunos temas ya antes esclarecidos, definidos y zanjados en las instancias pertinentes, sea interpretada como señal de cambios profundos en una Iglesia por cuyas venas ya fluye una crisis visible. Previo a una discusión tan abierta sobre algunos dilemas teológicos y eclesiológicos del momento, en un clima de transgresiones, desobediencia, indisciplina y desorientación alarmante tanto en el clero como en la feligresía, se requeriría, antes de un proceso sinodal o, digámoslo de otra forma, para el éxito de éste, tener la mayor claridad y seguridad posibles en asuntos dogmáticos y magisteriales que son, precisamente, los que han sostenido siempre las verdades intransables de nuestra fe, ahuyentando incertidumbres, desconfianzas, inquietudes, recelos y desconocimiento, porque estos “caminares juntos” o sínodos sinodales, si se prefiere, son un riesgo no menor, especialmente si se ha decidido incluir –en discusiones ampliadas y variopintas– todas las tendencias pro “aggiornamento”, ya muy conocidas por cierto, y que pujan por la incorporación formal y explícita de sus postulados a las enseñanzas de la Iglesia. Lo que se juega esta vez es, ni más ni menos, eso de seguir “juntos”, mantener la unión de la Iglesia o provocar su división al estilo alemán donde los resultados de su propio sínodo, su propio “caminar”, han sido abiertamente cismáticos. A modo de ejemplo, una de las no pocas resoluciones “audaces” fue estudiar “una reevaluación teológica de la homosexualidad como variante normal de la sexualidad humana”. Parecía feliz el presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, Georg Bätzing, cuando declaró en la conferencia de prensa final que “el camino sinodal ha funcionado como una expresión de una iglesia viva, colorida y diversa”.

¿Podríamos decir que se está desarrollando una nueva cultura en la Iglesia?, ¿un nuevo modo de hacer, de decir, de interpretar? ¿Se estará edificando una “Babel Sinodal” al interior de la reunión que se lleva a cabo en el Vaticano? No lo podremos saber sino hasta el término de esta etapa el próximo 29 de este mes, pero las señales que se han venido dando desde hace ya mucho tiempo nos hablan de un humo más bien gris que blanco… si no negro, el que sale por la chimenea vaticana.

Como todo pastor, el Sumo Pontífice tiene la misión de conducir el rebaño católico; las formas de hacerlo serán diferentes según su habilidad para pastorear y conforme se lo vayan indicando los tiempos y los recodos y sinuosidades del camino. No es tarea fácil, qué duda podría caber en ello; es que el rebaño siempre llevará todo tipo y variedad de ovejas. Las hay santas, virtuosas, intachables, íntegras, aunque también algunas díscolas, desobedientes, indisciplinadas y otras que, aunque parecen ser del rebaño porque las cubre el mismo vellón que al resto, son lobos infiltrados en el aprisco. Y eso hace que el sínodo actual represente una situación extremadamente compleja porque hablamos de enemigos al interior mismo de la Iglesia que, bajo el pretexto de modernizarla, pretenden cambios radicales en lo sustancial, es decir, en lo que no puede cambiar a riesgo de generar un cisma.

Hablamos, venerables hermanos, de un gran número de católicos seglares y, lo que es aún más deplorable, hasta de sacerdotes, los cuales, so pretexto de amor a la Iglesia, faltos en absoluto de conocimientos serios en filosofía y teología e impregnados, por lo contrario, hasta la médula de los huesos con venenosos errores bebidos en los escritos de los adversarios del catolicismo, que se presentan con desprecio de toda modestia, como restauradores de la Iglesia”. Así escribía San Pío X en su Encíclica “Pascendi (…) Sobre las Doctrinas de los Modernistas, lo que es absolutamente aplicable, si no más aún, al rebaño de hoy en día, a más de 100 años de distancia del que pastoreaba en aquella época Su Santidad. Refiriéndose a las doctrinas modernistas a su interior, el Pontífice no sólo las condenaba como un error, sino que, exhaustivamente y desde sus raíces más profundas, describía “cómo aquella amalgama de errores responde a una raíz común que encierra grave peligro para la fe católica”. Y la Encíclica Pascendi es parte, sigue siéndolo, del Magisterio de la Iglesia que debemos conocer y al que debemos respeto y sumisión.

Para entender mejor lo que ocurre en la Iglesia es necesario volver a leer estos documentos. Hoy, en la sala Pablo VI del Aula Magna de las Audiencias Generales se hallan cardenales, curas, seglares y monjas mezclados en las mesas redondas de 12 puestos cada una, sin importar o preocupar en ello el sentido jerárquico de las más altas autoridades de la Iglesia, ni de conocimientos, estudios, erudición, competencia ni, menos, la “tendencia” que sigue cada cual; todos deliberando sobre asuntos de extrema trascendencia. Según el cardenal Joseph Zen, perseguido desde hace años por el régimen comunista de Beijing, manifestó sus temores de que el Sínodo entre en crisis rápidamente porque se ha impuesto “una mezcolanza entre laicos y obispos que pueden dañar el poder sacro de la figura episcopal”. El cardenal norteamericano, Raymond Burke, dijo que el Sínodo se iniciaba en un clima de caos total” y aludió a la culpa que le cabe en esto al actual Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (1 julio 23), el jesuita argentino Víctor M. Fernández, un fiel intérprete de la revolución cultural que está teniendo gran influencia en la apertura total de la Iglesia a los gays y a los católicos divorciados y vueltos a casar. A su vez, el obispo Schneider opinaba sobre el Sínodo diciendo que “Otorgar a los laicos el mismo derecho de voto que a los obispos socava la estructura jerárquica de la Iglesia. (…) Los cambios en la composición de la asamblea hacen que el próximo sínodo parezca un parlamento democrático o igualitario en lugar de una jerarquía monárquica establecida por Nuestro Señor Jesucristo”. Cabe agregar que entre los congregados hay también dos obispos de la Iglesia “católica” China (abiertamente controlada por el Partido Comunista conforme a un estatuto especial –y secreto en sus términos– acordado con el Vaticano). Los obispos Antonio Yao Shun –de Jining– y Yang Yongquiang –de Zhoucun–, fueron nominados por el Papa después de que la Iglesia China propusiera sus nombres. En calidad de “Delegados Fraternos” fueron también invitados miembros del Patriarcado Ecuménico, de la Comunión Anglicana, del Consejo Metodista Mundial, de la Comunión Mundial de Iglesias Reformadas, la Alianza Bautista Mundial y Discípulos de Cristo, entre otros varios.

Al Espíritu Santo le corresponderá iluminar a nuestras autoridades eclesiales en este cónclave para que los caminos de profundización que se han de llevar a cabo en estilo sinodal” según lo pide Instrumentum Laboris, no se desvíen del único camino trazado por N.S. Jesucristo para su Iglesia, sin interpretaciones libres del trayecto a seguir o del uso de vías alternativas.