La religión woke

Gonzalo Contreras | Sección: Arte y Cultura, Educación, Familia, Historia, Política, Religión, Sociedad, Vida

“¡Basta de razonar, la lógica es racista!”, le espetó uno de sus agresores al profesor Bret Wainstein de la universidad de Evergreen, que intentaba dialogar con sus alumnos luego de ser violentamente funado tras un comentario de este que había ofendido a su sala de clases. La llamada batalla cultural es, en sus inicios, un fenómeno que se da casi exclusivamente en las universidades norteamericanas, pero que se ha expandido a todas por igual y, como dice Andrew Sullivan, “hoy todos vivimos en el campus”. Nunca una ideología, o conjunto de doctrinas estrictamente académicas, había ejercido tal influjo en todas las actividades de la vida corriente de las personas, como ocurre con la cultura woke, posmoderna, identitaria, o políticamente correcta, o como quiera llamársela. El aspecto académico, universitario, de estas doctrinas es un aspecto que releva Jean-François Braunstein, profesor de Filosofía de la Ciencia en Paris I-Sorbonne, en su libro La religión woke (Ed. Grasset, 2022, aún no traducido). El término woke surge del movimiento de resistencia radical de los negros norteamericanos y supone estar “despierto”, alerta y consciente ante las discriminaciones, humillaciones y ofensas históricas a las diversas minorías que los Estudios Culturales han definido como víctimas, la palabra es fundamental, de la opresión masculina blanca heterosexual: mujeres, razas no blancas y diversidades sexuales, a los que se suman más recientemente, los gross studies, cuya traducción sería estudios de la gordura. Ahora los gordos también serían una más de las minorías históricamente oprimidas.

El origen universitario de estas ideas que en los 90 eran todavía una curiosidad rumiada al interior de los departamentos de humanidades, es determinante para su éxito y difusión. Dado su origen, ha de suponerse que tienen base científica. Entonces no es raro encontrar en la actualidad académicos provenientes de las ciencias duras, acusadas estas de racistas y virilistas, sosteniendo la idea de que el sexo biológico no existe o que los procesos colonialistas se mantienen lo mismo que en el siglo XVII.

Como dice George Orwell: “Hay que ser un intelectual para escribir semejantes cosas; a una persona común y corriente no le está permitido alcanzar ese nivel de cretinismo”. “Masculinidades tóxicas”, “cultura de la violación”, “vergüenza de los obesos” (fatshaming), son algunas de las materias que desde la academia han penetrado en la cultura de masas como si fueran asuntos sancionados por la ciencia. “Ideas de lujo”, llama Rob Henderson a estas creencias que otorgan un cierto chic a quien las detenta, y que alcanzan lo descabellado, como “desfinanciar las policías” con el fin de frenar la acción represiva, como ocurrió en diversas alcaldías, como Minneapolis o Portland, también algunas en Francia, con devastadoras y verificadas consecuencias en el incremento inmediato de la criminalidad.

Quienes sostienen estas teorías son jóvenes blancos superprivilegiados salidos de las universidades de la Ivy League que han hecho de la culpa (whiteguilty) una forma narcisista de elevación moral, que paradojalmente reproduce el concepto de clase bajo la forma de una nueva élite de elegidos, portadores de una ética post protestante que desde la rectitud moral más inquebrantable pretende superar al mundo corrupto y degradado de sus padres. Todo esto nos suena muy conocido. La exhortación al “checkyourprivilege”, hazte cargo de tus privilegios de educación y cuna, es una forma de autoincriminación que un joven biempensante de la actualidad debe asumir antes de entrar a cualquier conversación.

Recordemos la “ceremonia del perdón” de Nancy Pelosi y de una comisión de congresistas demócratas de la Cámara de Representantes ante una delegación de ciudadanos de raza negra, en la cual ella y sus colegas se arrodillaron ante aquellos, pidiéndoles el perdón por el pasado esclavista de Norteamérica. Ceremonias semejantes, con el mismo carácter religioso, se han llevado a cabo ante tribus originarias en distintas zonas del país. Los actos de expiación son necesarios, indispensables se diría, para no ser sujeto de “cancelación”, palabra clave de esta nueva cultura moralista con visos de puritanismo. El cancelado es aquel personaje público que por ser quien es o por ideas que ha expresado se le niega su participación en la discusión pública, a la vez que es repudiado y aislado socialmente. El cancelador se ve así liberado de argumentar o defender sus propios planteamientos, ya que el cancelado no es digno de ellos. Además, estos planteamientos son para el woke ideas tan profundas que van más allá de la razón común, por lo que el ciudadano corriente tampoco las alcanzaría. 

A diferencia de otras religiones, la woke no conoce el perdón. El privilegio blanco, o de clase o cisgénero, es un pecado original que no tiene redención, ni tampoco esperanza. El mundo woke es un mundo sin esperanza, es triste, es una tierra de condenados. Para ellos el mundo no puede sino ser cada día peor a lo que ya es.

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio el domingo 9 de julio de 2023.