El Presidente y la Quintrala

Gonzalo Rojas Sánchez | Sección: Política

Una Quintrala Roja (o sea, doblemente depredadora) organizó un acto de apoyo al Presidente Boric frente a La Moneda. Acudieron a la convocatoria unas dos mil personas, según la valiente evaluación de Carabineros.

El acto permitió comprobar que la adhesión al mandatario frenteamplista parece diluirse semana a semana, y que es lógico que las encuestas que le dan alrededor del 25% de apoyo se pregunten si no habrán sobrevalorado algunas respuestas ambiguas, adjudicándolas a su favor.

Pero ¿fueron los escuálidos números lo más importante del “acto de masas”? ¿Lo destacable fue la evidencia de que solo dos mil personas estuvieron dispuestas a manifestar su apoyo al Presidente, en una primaveral mañana de sábado, justo en los momentos en que se percibe su extrema debilidad?

No. De ninguna manera, porque lo que pasó no fue solamente una falla de organización, algo así como el obvio resultado de la gestión de una descolorida y desvanecida Quintrala, personaje menor que por querer encumbrarse tan alto, cayó con gran estruendo. Sonó como guatapique, como decían antes los viejos.

Ese fracaso fue algo mucho más revelador. Lo que ahí quedó de manifiesto, sobre todo gracias a la adolescente reacción del Presidente, fue algo significativamente más importante. Fue la confirmación de los cuatro defectos básicos que han caracterizado al frenteamplismo desde su creación y que ahora, en horario prime, todo Chile apreció.

La soberbia. Ha sido ella la que ha convencido a la organizadora y al Presidente de que con la voluntad propia todo se logra, aunque en contra esté la muy mayoritaria opción de los ciudadanos que rechazan al Gobierno. El horizonte del Presidente era esa primera fila de adherentes a los que saludó con afecto juvenil; más allá no convenía mirar, porque más allá no hay nada. La soberbia ciega.

La inmadurez. Es una enfermedad que se cura con el tiempo, pero esa tarea se hace imposible si esa carencia se asume como virtud. El Presidente sigue creyendo en el juvenilismo como estado de superioridad, a pesar de los casos Siches y Jackson. A pesar del propio caso Boric, atascado en el tobogán. Por eso baja… y juega con la primera fila.

La inexperiencia (que no es lo mismo que la inmadurez, porque una y otra cargan con lastres distintos). Boric mira hacia el pasado, trata de asumir a Allende (¡vaya experiencia la que busca!) o se busca a sí mismo en su propio 2011. ¿Y qué encuentra en todo eso? Fracasos, los de Allende, y berrinches, los suyos propios, como dirigente estudiantil o como diputado. Nada de eso proporciona experiencia para gobernar. El fracaso, porque ha sido convertido en modelo; y el berrinche, porque se lo ha asumido como autenticidad. Todo desechable.

La ideología. Desde su estrecho marco de verdades absolutas, el Presidente ha asumido sus tareas sin ponderación ni matices. Cuando está con los empresarios, loas; cuando está con sus dos mil adherentes, vamos movilizándonos. Es la convicción de que a unos hay que adormecerlos para que los otros se activen con mayor facilidad. Y aunque ese propósito debiera quedar oculto, la inmadurez, la inexperiencia y la soberbia lo hacen aflorar.

Para curarse de esos cuatro males —la soberbia, la inmadurez, la inexperiencia y la ideología—, el Presidente Boric solo dispone de dos opciones, las dos fuera de su grupo de referencia, el Frente Amplio.

O se apoya en la experiencia y madurez (pragmatismo) de unos socialistas que hicieron hace años el humilde acto de su renovación ideológica, o confía en la experiencia y madurez (voluntarismo radical) de unos comunistas cuya única humildad consiste en saber leer adecuadamente la correlación de fuerzas.

Tiene que optar.

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio el miércoles 4 de octubre de 2023.