De lo común y lo peculiar

Juan Pablo Zúñiga Hertz | Sección: Política, Sociedad

“Cuidemos la democracia”. “Le hace mal a la democracia”. “Por más democracia”. Democracia aquí, democracia allá. Democracia hasta en la sopa. No me voy a meter en las profundidades del qué es la democracia, pero ¿qué es lo que realmente significa para las personas la democracia?

Democracia es una de esas palabras comodín que se usa hoy en día para el barrido y el fregado. De esas que ayudan a que inescrupulosos políticos saquen de debajo de la manga para limpiar su lenguaje, naturalmente impregnado de la antidemocracia. Así, como por arte de magia, pasan de ser tiranuelos a grandes demócratas que dejan a Platón, Cícero y a Lincoln como alpargatas. Al menos eso es lo que creen. Al menos eso es lo que ellos creen que la gente cree.

No siendo un defensor de la tal de la sabiduría popular –que creo es muy limitada– al menos en lo que se trata de ver con atención a lo que los políticos dicen, el pueblo hoy ya no es tan fácil de ser engañado. Por ello, cuando llega un mocetón o una de estas señoritas pintarrajeadas con sendos labios rojos a hacer gárgaras con la democracia, dudo que la gente les crea mucho.

Ya no les creen porque el concepto de democracia que manejan es diferente de lo que es. Para el político gobernante en Chile, democracia es una de esas palabras que suena bien y que es sagrada en sí misma. Por lo tanto, si acusan que alguien atenta contra este dogma sagrado, se transforma inmediatamente en un apóstata que merece ser acusado, cancelado y condenado. Pero si usted les pregunta qué entienden por democracia, no lo saben. No lo saben porque nunca les ha interesado la democracia y porque la usan como sustantivo para una ficción política escondida en sus mentes: llaman democracia a otra cosa nada que ver.

De acuerdo con G.K. Chesterton, el primer principio de la democracia establece que las cosas que son esenciales para el hombre son aquellas que se sostienen en común. A su vez, el segundo principio señala que el instinto o el deseo de la política es justamente una de esas cosas que los hombres sostienen en común. Resulta cómico cuando el gobierno en pleno se jacta de la democracia –que busca y promueve aquello que nos es común como chilenos– siendo que al mismo tiempo son feligreses del comunismo que, pese a su nombre, poco le importa el bien común.

En el fondo, este gran contrasentido retrata la farsa que es el gobierno: creen en el comunismo como una suerte de visión beatífica, pero nos cacarean sobre la democracia; tienen un odio parido por las fuerzas armadas, pero la comedia mandaba a que hace algunas semanas poco menos les faltaba marchar en la Parada Militar. Detestan la república y el concepto de patria, pues ahí los tiene ahora hablando de la patria. A la farsa se le suman unos cuantos bufones que hablan con gran seriedad de estadistas tonterías como que la “economía crecerá 0%”. Peculiaridades como estas resultaban cómicas cuando las veíamos suceder en otros países latinoamericanos, sin saber que caeríamos en lo mismo.

Estamos pagando por un gobierno que es una farsa. Es una comedia que promete transformarse en una tragedia. Es una pieza de teatro de mala muerte que nos intenta convencer de un carácter unificador y común, mientras sea en torno a sus ideas y su régimen. Así las cosas, nos quedan dos años de espera para ver el desenlace de esta pieza teatral, donde el histrión principal muy probablemente será tapizado a tomatazos.