Sin cuenta
Juan Pablo Zúñiga H. | Sección: Historia, Política, Sociedad

Durante los paseos que hacíamos de niños a la cordillera, al ver el cielo totalmente despejado y estrellado, bromeábamos sobre cuántas estrellas había y hacíamos un juego de palabras donde la respuesta parecía un número finito: “sin-cuenta”.
Cincuenta años y sin cuenta celebraciones. De acuerdo con el diccionario de la RAE, celebrar -en su primera acepción- corresponde a “conmemorar, festejar una fecha, un acontecimiento.” La segunda, tercera y cuarta acepciones señalan “alabar, aplaudir”, “reverenciar” y “realizar un acto”, respectivamente. A la luz de ello -y de mi castellano- celebrar me suena a algo alegre.
Estos 50 años que el gobierno ha puesto tanto empeño en celebrar es en sí mismo un motivo de alegría para ellos, por mucho que risquen el rizo, pretendan soltar lagrimones de cocodrilo y se vistan de riguroso negro. No importa cuanta charlatanería vendan diciendo eso de que “no hay futuro sin pasado” o, la que más les gusta “para que nunca más”, no les crea. En realidad, las encuestas señalan que nadie les cree y por lo demás, a nadie le interesa.
Hablan de nunca más y del pesar que les produce el 11 de septiembre. La verdad de las cosas es que no les apena, todo lo contrario, les gusta, les alegra. Por algo llaman a “celebrar”. Es para estos “cabros de mi…” -como una señora próxima a esas sensibilidades les llamase- un motivo de celebración pues son protagonistas de todo ese misticismo que crearon en sus mentes en torno a la fecha.
Festejan porque el 11 es para ellos el día en que se consagró el victimismo y la autocompasión que les viene tan bien. Es el día en que fue erigido el panteón donde yacen sus héroes, día que consagra la amnesia selectiva con la cual se oculta meticulosamente sus crímenes, destrucción y división que propiciaron el 11. Para el fracasado y con pocos quilates mentales y aptitudes necesarias como para rascárselas por las suyas, la autocompasión viene de perilla.
En ese sentido, un día que les ofrece el gran martirologio para coronar el victimismo y que de paso les ofrezca héroes y santos para su devocionario, es en sí mismo un motivo para celebrar, pues es el gran sentido de sus vidas. Dicho sea de paso, la tercera acepción de la RAE para “celebrar” dice “reverenciar, venerar solemnemente con culto público los misterios de la religión, y la memoria de sus santos”. Curioso ¿no?
“Nunca más” las pailas -perdonando la expresión-, si lo que desean es un “otra vez”. Estos cabritos que han venido a dividir y destruir -que es lo propio del maligno- deseaban un “otra vez”. Fíjese en lo siguiente. Para la insurrección del 2019 y los meses posteriores, quienes están hoy en La Moneda y por cierto los 100.000 sátrapas que sentaron a calentar sillas a costa nuestra, deseaban poder imitar a sus héroes furibundos y a los “santos caídos” durante el Gobierno Militar. Imitaban el lenguaje, actitudes y modus operandi de los años post 11/09/1973: llamaban de dictadura al gobierno de Piñera, decían que había torturados, lo que nunca fue verdad; hablaban de que había centros de tortura, lo que era una total mentira. Instalaban lienzos en ciertos lugares como el Metro Baquedano que decían “aquí se tortura”, lo cual sabían era un montaje. Cuando Carabineros detenía a algún criminal de la infame primera línea, este se subía al vehículo policial gritando su RUT a la vieja usanza, como si hubiese sido la CNI tomándolos detenidos. Todo un montaje para revivir y vivir en carne propia algo semejante a lo que sus héroes vivieron.
Por ello, estos “sin cuenta” años, en los que ya perdí la cuenta de cuántos intentos han hecho para sacralizar algo que no le interesa a la mayoría de la población, solo muestra su fanatismo, pobreza y desconexión con la nación que en la realidad desprecian y no simplemente no les interesa. Por ello, este nuevo 11 de septiembre, para pesar de los feligreses, pasará sin pena ni gloria. Más bien, al pasar sin gloria, sólo restará -eventualmente- la pena para el resto del país, pena al ver que nuevamente soltarán a los matones de siempre a romperlo todo, luego de meses de ser aleonados.




