El 4 de septiembre

Alejandro San Francisco | Sección: Historia, Política

El 4 de septiembre es un día histórico en Chile. Durante muchos años la izquierda solía recordarlo como una jornada histórica, en la que Salvador Allende abrió el camino hacia La Moneda para las fuerzas de la Unidad Popular. Precisamente ese día había sido la elección presidencial de 1970, que le otorgó al líder socialista la primera mayoría relativa, que luego se consolidaría con el apoyo del Congreso Pleno y su elección como Presidente de la República. Desde el 2022 la fecha cambió de contenido y de grupo de celebración, porque ese día se celebró el plebiscito de salida del proceso constituyente, y en esa jornada el pueblo rechazó –con un respaldo electoral inédito– el proyecto refundacional de la Convención y en el que se había jugado el gobierno del presidente Gabriel Boric.

No es necesario forzar paralelismos históricos, aunque es evidente que ambos sucesos electorales se inscriben en procesos análogos aunque con resultados diferentes. Si la elección de 1970, a la larga, permitió la llegada de la izquierda al gobierno, bajo el liderazgo del socialista Salvador Allende, en 2022 el resultado fue al revés, y representó la derrota más lapidaria que haya sufrido la izquierda desde hace muchas décadas. En otro plano, parece claro que en 1970 se inició un “proceso revolucionario” –como denominó Fidel Castro a la experiencia de la Unidad Popular– mientras el plebiscito de 2022 mostraba con bastante claridad el fin de la revolución iniciada el 18 de octubre de 2019. Como es obvio, los procesos no son tan nítidos ni en el comienzo ni en el final de las respectivas historias.

Que ambos procesos hayan sido revolucionarios es una casualidad histórica, que en modo alguno es parte de un determinismo ni mucho menos de una continuidad necesaria e inevitable. Sencillamente, casi con medio siglo de diferencia, en Chile se plantearon dos experimentos de transformación estructural –radical o revolucionaria– del orden vigente. Uno fue el de la Unidad Popular, nacido en 1969 y en el gobierno al año siguiente; el otro fue la revolución de octubre de 2019, que de alguna manera llegó al gobierno en 2022, pero no logró consolidar su mayor propuesta: la nueva Constitución plurinacional plebiscitada precisamente hace un año atrás.

Lo que no es casualidad es una tendencia histórica habitual y que algunos de los participantes en los procesos de cambio olvidan o minusvaloran: las revoluciones habitualmente van acompañadas de la lucha contraria, que puede manifestarse a través de una reforma o de la conservación, pero también puede adquirir las características propias de una contrarrevolución, es decir una lucha más profunda, quizá también una estructurada como alternativa al cambio histórico que implica una revolución.

Las formas que adquieran una y otra pueden ser muy variadas: armada y no armada; popular o de elite; con renovación generacional o con envejecimiento de los cuadros; de partido único o plural; militarista, civilista o combinada. Lo que es claro es que la Unidad Popular, así como despertó la ilusión en un amplio grupo de chilenos y contó con el compromiso fervoroso de personas, grupos y partidos, igualmente produjo el levantamiento de una oposición social amplia y decidida, dispuesta a luchar no solo por sus intereses –como denunciaba la propaganda oficialista– sino también por sus convicciones más profundas sobre la nacionalidad, la familia, la libertad de enseñanza o la comprensión sobre lo que debía ser la democracia. Lo mismo ocurrió con la revolución de octubre, que en un primer momento tuvo la capacidad de anonadar a quienes se oponían a ella, pero pronto condujo a un levantamiento de diferentes agrupaciones contra algunas ideas, reformas o contra el proceso en general, así como su mayor esperanza: la nueva constitución.

Obviamente los procesos varían, así como también cambia el tiempo histórico. En 1970-1973 existía un gran interés extranjero por la realidad chilena, que vivía una situación de Guerra Fría, con evidente intervención externa en la política local, que se expresaba en dinero, armas, propaganda y otras tantas formas de lucha. Con todo, a pesar de la tensión dialéctica entre Chile y el exterior, la resolución de conflictos, los errores y la ruptura misma de la democracia son factores cruciales de la crisis.  En 2019 la realidad fue profundamente local, si bien en los últimos años América Latina ha sufrido un proceso de descomposición de la democracia y pérdida de fe en las soluciones institucionales para los conflictos políticos. Con todo, a la larga el camino elegido fue profundamente chileno en 2019: así lo expresó el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución, el proceso de la Convención constituyente y la derrota que sufrió el “octubrismo” y otros grupos afines el 4 de septiembre de 2022.

No es claro el ambiente que se vivirá este lunes 4 en la sociedad chilena, aunque lo más probable es que no tenga una emoción especial de celebraciones sociales, si bien algo existirá a nivel político y de organizaciones.

En las últimas semanas el Chile político ha estado sobrecargado de recuerdos, declaraciones, homenajes y condenas asociados a los 50 años del 11 de septiembre de 1973. Hay algunos esfuerzos por realizar una declaración en común, que no sabemos si llegarán a puerto; el ambiente ha tenido críticas cruzadas y énfasis diferentes, en buena medida porque persisten las visiones contradictorias sobre la génesis de la intervención militar.

Uno de los problemas de este ambiente es que ha dejado de lado la conmemoración del primer aniversario de la victoria popular del 4 de septiembre de 2022, sobre la constitución de la Convención y del gobierno del presidente Gabriel Boric. Sin embargo, es evidente que el problema no es solo la obsesión sobre el 11 de septiembre: al respecto, me parece claro que existe un hastío constituyente en Chile y una gran indiferencia acerca del proceso, imprevisible en el ambiente de ilusión vivido en octubre y noviembre de 2019, cuando parecía que una nueva carta fundamental vendría a solucionar –casi como por arte de magia– los variados y graves problemas que todavía subsisten en la sociedad chilena.

Ojalá procuremos que estas discusiones, a veces estériles y autorreferentes, den paso a proyectos de futuro más anclados en fundamentos sólidos y que procuren soluciones valiosas para la calidad de vida de nuestros compatriotas. Después de todo, el pasado no lo podemos cambiar, pero si actuamos con inteligencia y patriotismo, podemos avanzar hacia un futuro mejor.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero el domingo 3 de septiembre de 2023.