Aylwin dice verdades

Gonzalo Rojas Sánchez | Sección: Arte y Cultura, Historia, Política

He leído con sorpresa y gran satisfacción el libro de Patricio Aylwin, La experiencia política de la Unidad Popular, 1970-1973, Debate, Santiago, 2023.

Quizás por eso mismo –por la alegría que nos produce a los defensores del pronunciamiento del 11 de septiembre de 1973 un texto con las verdades que Aylwin incluye– es que no ha sido motivo en esta conmemoración reciente de especial interés por parte de los mundillos concertacionista y oficialista.

Para el primero, el libro resulta muy incómodo porque les recuerda y amplía todo aquello que Frei y Aylwin dijeran en las primeras semanas posteriores al 11; y para el segundo, porque el dedo acusador del entonces senador democratacristiano –tantas veces presidente de su partido– cae como pelota de granizo cordobés sobre las cabezas de los marxistas que intentan reflotar la imagen de un paraíso allendista.

No interesa que yo siga escribiendo. Lo de Aylwin es mucho mejor.

“Mientras enfervorizados grupos militantes de la Unidad Popular salían a la calle a exteriorizar su alegría por el triunfo –que proclamaban definitivo– una ola de temor y desconcierto se apoderó de gran parte del país. Aunque desde los balcones de la FECH… Allende declaró que ‘respetaría los derechos de todos los chilenos’, para muchos, la amenaza de una dictadura comunista parecía inminente, mientras que para otros (los adherentes a Allende) la posibilidad de que su victoria fuera desconocida los inquietaba”.

“… a ningún democratacristiano dejaba de preocupar el peligro que un gobierno controlado por comunistas y socialistas podría entrañar para el régimen democrático chileno”.

“Generalmente caballeroso con sus adversarios (Allende) había logrado hacerse respetar por ellos. Salvo algunas exageraciones y exabruptos más bien teatrales, representaba con dignidad su papel de líder ponderado –de formación masónica– de una izquierda que se proclamaba ‘marxista-leninista’ y ‘revolucionaria.’ (…) A pesar de todo lo anterior, no faltaban motivos para dudar especialmente por la entusiasta identificación de Allende con su amigo Fidel Castro, de la que había hecho gala en los últimos años, y por su activa participación en la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS) fundada en Cuba con el fin de impulsar la lucha revolucionaria en el continente”.

“La publicación en marzo de 1971, de la entrevista que el intelectual de izquierda francés Regis Debray, entonces teórico de la guerrilla, hizo al presidente Allende, dio fundadas razones para debilitar nuestra confianza en la seriedad de los propósitos democráticos manifestados por el líder de la revolución chilena”.

“La difamación sistemática, la acusación de sedicioso y golpista y hasta el insulto procaz, pasaron a ser armas habituales de la publicidad oficialista contra los opositores. Los diarios Clarín, Puro Chile y Las Noticias de Última Hora, y la revista Punto Final daban la nota alta en la materia, marcando el debate periodístico y la lucha política con una tónica de grosería, sordidez y odiosidad en la cual fueron cayendo también algunos órganos opositores, como el diario Tribuna y SEPA, y que prosiguió en constante aumento hasta el término del régimen”.

“El propio Allende contribuyó a alentar ese clima de malsana odiosidad cuando declaró enfáticamente a los tres meses de gobierno: ‘Yo no soy presidente de todos los chilenos’, así como cuando en sus improvisadas exposiciones públicas se dejaba llevar por el entusiasmo, empleando un lenguaje agresivo contra ciertos sectores, formulando acusaciones de delitos que nunca llevó a la justicia o denunciando proyectos sediciosos cuyos hilos decía conocer, pero que jamás precisó”.

“La prensa, radio y televisión oficialistas, desencadenaron contra el poder judicial y, especialmente, contra los ministros de la Corte Suprema, una campaña de repudio, descalificación y aún insultos personales como jamás se había conocido en el país”.

“… tanto comunistas como socialistas habían creado entre sus militantes jóvenes equipos militarizados: las Brigadas Ramona Parra y Elmo Catalán, respectivamente. Y el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), que no formaba parte de la UP ni acataba su disciplina, jamás renunció a su concepción revolucionaria violentista, pese a que algunos de sus miembros eran parte del GAP, encargado de la protección personal de Allende”.

“La actitud del gobierno y especial del propio Allende, fue siempre ambigua frente al MIR”.

“A pesar de su utilidad, en los meses que siguieron a su promulgación, la ley de control de armas sería sucesivamente puesta en entredicho, dando pie a que las manifestaciones, la violencia, los amedrentamientos y los asesinatos por parte de los grupos extremistas continuaran de manera permanente hasta el final del gobierno de la Unidad Popular”.

“Alimentada por la violencia verbal, la agresión física, real y concreta, expresada en manifestaciones, intentos de tomas y ocupaciones de industrias, se tomó la escena nacional durante los meses previos a las selecciones (1973). Las noticias de heridos e incluso muertos, producto de conatos y represalias, se hicieron peligrosamente comunes para los chilenos”.

Suficiente por ahora.