Tres muertes de Allende

José Rodríguez Elizondo | Sección: Historia, Política

Es un tema viejo. En 2005, cuando surgió una  tercera versión de esa muerte, escribí una columna para La Vanguardia de Barcelona tratando de desentrañar su significado. Me explico. Hasta ese momento, yo computaba como primera la versión real del suicidio, en el palacio de La Moneda. Me fue contada por Arturo Jirón, Patricio Guijón y José Quiroga, tres de los médicos que fueron testigos presenciales. La segunda versión correspondía a Fidel Castro y fue la que circuló por todo el mundo, inspirando a cineastas, pintores, poetas y escritores. Gabriel García Márquez la reelaboró agregándole truculencias de su cosecha.

La invención de Castro

Castro lanzó su exitosa versión en el discurso del 28 de septiembre de 1973, como homenaje al líder caído. De hecho, fue un fake descomunal, que invocaba entre sus fuentes a Beatriz, hija de Allende… quien no fue testigo presencial. Según lo grabado y filmado por sus comunicadores, Allende destruye un tanque de un bazucazo. Enfrenta a “los militares fascistas” metralleta en mano. Cae herido y los militares lo acribillan a balazos. Sus compañeros, “en un gesto de insólita dignidad”, rescatan su cadáver, lo depositan en el sillón presidencial y lo cubren con la bandera chilena. Además, el inventor sugería que los Estados Unidos, con base en el emergente “régimen fascista”, se alzaba como “una amenaza por el Oeste a la Argentina y una amenaza por el sur al Perú”. ¿Tenía acaso en mente inducir una guerra vecinal contra Chile?

En cualquier caso, el objetivo principal de Castro fue demostrar que Allende siempre estuvo equivocado con su vía pacífica al socialismo y que él siempre tuvo la razón con su vía guerrillera. Esto lo condensó en una sola frase: “los revolucionarios chilenos saben que ya no hay ninguna otra alternativa que la lucha armada revolucionaria”. Lectura tácita: Allende murió como un guerrero, para redimir su gran error.

Búmeran contra el inventor

Y aquí llego a la tercera versión. Está en el libro Cuba nostra: los secretos de Estado de Fidel Castro, de 2005, del periodista francés Alain Ammar. Ahí se “revela” que el líder chileno fue asesinado por Patricio de la Guardia, el principal agente cubano en Chile, para evitar que se rindiera o negociara con Pinochet. Órdenes de Castro, por cierto, pues los agentes no se mandan solos. Fuente inmediata: dos exagentes cubanos exiliados en Francia, uno de los cuales, Daniel Alarcón, había combatido en la guerrilla boliviana del Che Guevara y era considerado traidor por el régimen. Ambos la habrían escuchado –como jactancia– de labios del propio de la Guardia. 

Comenté el tema con José Quiroga, uno de los tres médicos que me contaron su dramática experiencia y le pareció “demencial”. Me agregó que ningún cubano, ningún extranjero, estaba ese día en La Moneda. Sin embargo, yo creo que había método en esa locura. En el mundo enrarecido de las dictaduras y sus agentes secretos, donde la verdad sólo cabe cuando conviene, suelen levantarse nuevos mitos para demoler los establecidos. 

Desde esa óptica, la versión de los cubanos exiliados también tenía un objetivo político camuflado, claramente dirigido contra Castro. Como un búmeran, pretendían desmontar ante el mundo su falsa versión sobre la muerte de Allende, tras lo cual podrían seguir otros desmontes sagrados. 

En cualquier caso, el líder cubano quedaba entrampado y sin salida. Ya no podía desmentir esa tercera versión para reivindicar la suya propia. A esa altura, Beatriz y su tía Laura se habían suicidado en La Habana y la familia Allende comenzaba a reivindicar la verdad. Además, debió percibir que en ambas versiones cubanas hay una coincidencia épica y sutil: el cadáver de Allende cubierto con la bandera chilena. Esto permitiría sospechar que fue de la Guardia quien le proporcionó las claves de su “homenaje” a Allende.

De la Guardia luego desmentiría lo que los dos exiliados cubanos dicen que dijo. Sin embargo, es inimaginable que pudiera ratificarlo. A la sazón estaba en Cuba condenado a 30 años de cárcel (que luego cumplió en arresto domiciliario) en el marco del célebre proceso contra el general Arnaldo Ochoa. En dicho proceso, junto con Ochoa fueron fusilados cuatro militares, entre los cuales Antonio de la Guardia, hermano mellizo de Patricio. Sin duda, un tétrico disuasivo.  

El silencio de los otros

Confirmando que era “un mal perdedor a nivel mundial”, como lo definiera su amigo García Márquez, Castro nunca desmintió su fake. Sólo hizo un intento oblicuo, cuando aconsejó a Hugo Chávez –a la sazón prisionero tras su fallido golpe de Estado– que no se suicidara. Su frase dictada al diario Granma en 2007, es la siguiente: “le pedí que no se inmolara, que Allende no disponía de un solo soldado para resistir y él en cambio contaba con miles”

En 2011, a instancias de Isabel, también hija de Allende, hubo una “verdad jurídica” sobre el tema que culminó con un peritaje de nuestro Servicio Médico legal. Según éste, en el cuerpo del expresidente no había “signos de lucha” y el suicidio fue “la forma médico legal de la muerte”. Isabel explicó que tal verdad serviría “para cerrar un ciclo histórico y terminar con las voces minoritarias que todavía sostienen que (mi padre) fue asesinado o que murió combatiendo”

Increíblemente, quienes habían suscrito en las izquierdas chilenas la fantasía de Castro ni siquiera entonces reprocharon su falsificación enorme. Le reconocieron fuero para mentir. Ello me hizo recordar un diálogo del exilio, en Caracas, con uno de los ministros de Allende que sabía de su digna muerte. Ante mi pregunta “¿por qué nunca contaste la verdad?”, su respuesta fue otra pregunta: “¿Querías que me metiera en las patas del Caballo?”. Ese Caballo con mayúscula era Castro. Así le decían, admirativamente, sus seguidores en la isla.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero el domingo 14 de agosto de 2023.