Relación Individuo-Estado: Un problema insoluble

Álvaro Pezoa Bissières | Sección: Política, Sociedad

Encontrándose Chile en pleno debate constituyente, las diversas alas políticas sustentan sus respectivas propuestas de sociedad predominantemente desde visiones individualistas (diversas), discrepando más abiertamente respecto al rol y el tamaño que debería tener el Estado. Al respecto, resulta pertinente apuntar que la dificultad basal que arrastra la filosofía política moderna es haber declarado primaria y fundamental la libertad autónoma y esencialmente “absoluta” del individuo. Las consecuencias prácticas de ello han sido el gradual debilitamiento de la persona y la sociedad porque, por el contrario, la condición humana real es primordialmente social y, en concreto, familiar.

En esta línea argumental, pareciera que la familia no ha de ser pensada desde los esquemas políticos, jurídicos y económicos individualistas sino más bien al revés. Todas las formas societarias –empresas, universidades, clubes, etc.– serán tanto más verdaderas y mejores en la medida en que encarnen, cada una a su modo, el espíritu familiar. Esta necesidad se aprecia nítidamente en las entidades de la sociedad civil: las personas anhelan siempre y en todo lugar sentirse como en “casa”.

El “nudo gordiano” a ser desatado radica en el modo en que se intenta enlazar las “partes” de la sociedad con el “todo” de ella. En el pensamiento clásico-cristiano los elementos básicos de la sociedad eran las familias, y el todo social la ciudad (organización política). Como vio Aristóteles, la primera forma social es la oikía (“simple casa”) u oikos (casa en el sentido de “familia”). La oikía no era (es) sólo la célula de la sociedad, sino también su “alma”. Se consideraba a la familia como un elemento natural, y se buscaba desarrollar una forma política que fuese también lo más natural y virtuosa posible. La familia fundamentaba la legitimidad del poder político, que se sustentaba en el conjunto de las familias de un origen familiar común (nación).

La lógica del enlace entre los elementos y el todo políticos era esencialmente cualitativa. La “calidad” de lo familiar se transponía, en la medida de lo factible, al todo político, promoviendo un desarrollo progresivo y orgánico de instituciones que lo eran en tanto que reflejaban, cada una en su forma propia, el alma familiar. Opuestamente, en la modernidad siendo el individuo el elemento político primero y básico, el todo político sólo puede reflejar la suma cuantitativa de individuos. El Estado moderno se constituye mediante una totalidad abstracta de individuos. Sin embargo, en la práctica no puede prescindir de considerar las diferencias efectivas existentes en la variopinta configuración de la sociedad.

El insoluble problema sociopolítico contemporáneo es que la conexión entre individuo y todo social (el Estado) se ha de hacer por medio de una lógica matemática completamente incapaz de resolver la complejidad societaria, tanto cualitativa como cuantitativa. Es decir, por “diseño” original, el Estado y el individuo nunca llegarán a estar suficientemente vinculados. Además, porque la relación entre individuos –y la de estos con el Estado– se encuentra asentada sobre una antropología de la desconfianza (“el hombre lobo del hombre”) y no de la confianza, como es propio de la realidad familiar. Para tener presente.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero el sábado 5 de agosto de 2023.