Son reales y efectivos los cinco hechos o acciones que acompañaron el proceso de reforma agraria que enumera en su carta de ayer el exsenador Ignacio Walker, desde la Ley Alessandri hasta el gran impulso de la agricultura iniciado hace 35 años, apunta él (desde las mismas cenizas… un poco antes, agregaría yo).

Verdadero y todo, el problema no radica allí. Como ha señalado el historiador Alfredo Jocelyn-Holt, lo que realmente tocó a las puertas de nuestra historia en esos años 60 fue un fenómeno mucho más amplio, de rango global, un verdadero movimiento de placas tectónicas lo caracterizaría yo, que él ha llamado “el fin de tres siglos del Chile hacendal”.

El problema radica, como muchas veces sucede en la historia de los pueblos, en que la miopía y la ambición política pudieron mucho más que la cultura para entender ese momento y gobernar ese proceso con justicia. Lo que pudo hacerse bien, se hizo mal, y se transformó en el pivote de la violencia que desbordó completamente cuando llegó la Unidad Popular, cuyo triunfo no fue en absoluto ajeno al clima de división y odio que sembró la reforma agraria.

Para un exsenador de la DC no debería ser indiferente el costo inmensurable que ello tuvo para la presidencia de Eduardo Frei Montalva, que a cinco años de un triunfo político sin parangón en el siglo, consideraba su partido quebrado y la causa perdida (ver “Conversaciones con William Thayer”, Societas N.12, 2010). La idea requiere más desarrollo, pero creo que tampoco ese fenómeno es ajeno a la pérdida que significó para Chile la paulatina desaparición del originario ideal democratacristiano. Tuve oportunidad de referirme a ello ya en 1994, invitado a exponer en su 4° Congreso Ideológico, en el panel “El PDC escucha a Chile”, efectuado en el entonces Edificio Diego Portales.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente como carta al director en El Mercurio el miércoles 2 de agosto de 2023.