La tragedia de los inconscientes

Juan Pablo Zúñiga Hertz | Sección: Arte y Cultura, Política, Religión, Sociedad

En un gran esfuerzo evangelizador, las plataformas digitales Hallow y Ascension Press, han hecho un trabajo sumamente importante creando un plan de lectura anual de la Biblia y, este año, también del Catecismo de la Iglesia Católica que es en sí mismo transformador. El catecismo nos enseña de manera sistemática lo que la Iglesia Católica cree, nos enseña sobre los sacramentos y también nos muestra cómo vivir a la luz de la moral cristiana.

Cuando uno reflexiona sobre las condiciones del mundo actual, es imposible no sentir una desazón tremenda. Si usted es cristiano y por momentos –cuando deja de lado la rabia y el desprecio– siente pena por los líderes ciegos que guían nuestro país al despeñadero, significa que usted está experimentando misericordia por estas personas, pues se da cuenta de lo pobres que son. Más duro aún resulta ver la tragedia que cada uno de ellos experimenta al ser totalmente inconscientes de su vacío. No importa cuántos miles de millones de pesos el actual gobierno le ha usurpado a la nación ni cuántos millones más se están robando en este preciso instante, ellos continuarán siendo pobres. La pobreza de principios, la pobreza espiritual y la pobreza intelectual que los inunda es aterradora y mucho más devastadora que cualquier tipo de pobreza material pues ya ve usted que todos esos millones de pesos no han sido capaces de transformar sus pobres mentes y vacías almas.

El ataque constante en desmedro de la Iglesia Católica y la satanización de la moral cristiana, tanto en sus vertientes católica como protestante, trajo consigo una decadencia de la cual somos testigos todos los días. El esplendor de occidente pienso que llegó a su cénit poco antes de la Primera Guerra Mundial. Desde entonces, el declive ha sido constante y acelerado en gran medida a partir de la revolución cultural de los años 1960. Desde entonces vemos que, en el fondo de todas las ideologías –incluyendo la que nos desgobierna– tienen el elemento común del desprecio por la dignidad humana, siendo esta la piedra angular del cómo la Iglesia de Cristo aborda la justicia social, la cual nada tiene que ver con lo que el progresismo y las izquierdas en general entienden por justicia social, cuya visión es intrínsecamente injusta e inhumana pues atropella la dignidad del que se le desposee o expropia y disminuye la dignidad del que recibe parte de lo expropiado, haciéndole creer que es un inválido mental.

La pérdida de la moral cristiana se nota claramente en quien no la posee. Se ve el vacío espiritual y moral que termina permeando en las palabras, actitudes, principios e inclusive en la apariencia de quien la carece. Haga un paseo por las noticias y servidores del gobierno y vea el presidente, ministros, subsecretarios, asesores y todo el abultado escalafón público y verá que hasta el semblante de la gran mayoría no transmite serenidad, autocontrol, mansedumbre, ni menos amor. Son semblantes amargos, duros, iracundos, llenos del desprecio por la dignidad del ser humano.

En círculos teológicos y filosóficos norteamericanos –y algunos británicos– hay quienes se atreven a señalar que estamos viviendo los estertores de la civilización occidental, que otrora llamábamos de la Cristiandad. Por momentos así parece, pero hay esperanza. Hay esperanza en un número reducido aún, pero creciendo de manera sostenida de jóvenes y adultos que, de la mano de Cristo, hemos decidido abrazar una suerte de martirologio de los tiempos modernos, no por el gusto de sufrir, sino por el gusto del amor a Cristo y de llevar y defender la verdad hasta las últimas consecuencias.