Más ignorantes que nunca

Juan Pablo Zúñiga Hertz | Sección: Educación, Política, Sociedad

Hace un tiempo, una encuesta realizada a jóvenes menores de 25 años preguntaba sobre su dominio de la informática. El resultado fue sumamente interesante: los jóvenes argumentaban tener gran dominio de la informática, lo que en realidad se traducía en el dominio de redes sociales y en una ignorancia absoluta en términos de programación, manejo de códigos y otras herramientas requeridas para realmente dominar el área.

Algo semejante sucede en otros ámbitos: las personas creen que saben mucho, pero en realidad no saben nada. Dicha ignorancia es ideal para la creación de prisiones mentales y para hacer de la mentira una realidad. Esta afirmación huele a distopías; tiene sabor a la novela 1984 y, si pone atención, hay mucho de ello en los tiempos actuales. La gran diferencia está en que hoy se ofrece un volumen gigantesco de información que hace creer al individuo que sabe mucho y que está al tanto de todo, pero sólo desde una perspectiva ideologizada, lo que en la realidad significa que no sabe de nada.

El teólogo Peter Kreeft, en su obra Handbook of Christian Apologetics nos advierte sobre el peligro de las ideologías. En ellas, “el individuo elige lo que quiere creer no a través del ejercicio de mirar las evidencias, sino mirando las etiquetas ideológicas o preguntando sobre con cuál grupo humano desean asociarse o inclusive siguiendo vagos sentimientos evocados por una idea en sus consciencias”. Es decir, el individuo simplemente substituye la razón por instrumentos que le entrega visiones parciales de la verdad, cambiando la racionalidad por lo irracional, lo que es todo lo opuesto a la educación.

Si repara en la historia de la última década en nuestro país –y en referentes como EE.UU y el Reino Unido– verá el sabotaje a la educación que ha transformado centros del conocimiento universal en enclaves de adoctrinamiento, es decir, de castración mental para impedir el uso de la razón y así los adoctrinados terminan por no darse cuenta de la realidad grotesca que se le ofrece.

Ahí está el centro del asunto: las ideologías progresistas –lo que es un oxímoron en sí mismo pues están ancladas a un pasado nefasto revestido de gloria– siempre apelan al argumento de que son los sectores conservadores los que desean a las masas ignorantes, en circunstancia de que son ellos quienes hacen el juego perverso de hacer creer a las masas que saben mucho, pero en definitiva sólo saben de la verdad parcial que les ofrecen. Por ello no es de extrañar que están constantemente acusando a la verdad de “fake news” y llamando a la necesidad de crear órganos celadores de la verdad que, en el caso de la casta progresista chilensis más suena al “Ministerio de la mentira”.

Sin la razón resulta imposible acercarse a la verdad, la cual es en sí objetiva. La razón requiere –aunque suene redundante– de racionalidad, la cual es opuesta al producto de la ignorancia o irracionalidad que las ideologías instalan en la mente. Es por ello por lo que la base ideológica de quienes desgobiernan nuestro país apela a lo subjetivo. Es cuestión de ver al propio presidente que un día dice una cosa y al día siguiente otra, ofrece discursos en Europa sobre una realidad fantasiosa y, en su mundo privado –por boca de su conviviente– intercambia roles de hombre y de mujer como quien cambia de chaqueta.

De la misma manera como han destruido la educación, el ataque a la fe no es por mero accidente. La fe cristiana y la razón van de la mano. De acuerdo con Kreeft, la ortodoxia cristiana expresaba durante la Edad Media máximas como “fides quarens intellectum” (la fe en la búsqueda del entendimiento) y “credo ut intelligam” (yo creo para poder entender). Es decir, con el creer también viene la comprensión. Por lo tanto, al derrumbar también esta otra fuente de la razón, más fácil es socavar la capacidad del individuo de pensar y más fácil hacerle creer cuanto panfleto añejo se le ponga por delante.

Así las cosas, es arduo y duro el camino que tenemos por delante para derrumbar tamaña pobreza como lo es el vacío que deja la ausencia del pensar. En otras oportunidades he citado que nos ha de tomar décadas recuperar Chile después esta revolución infame, pero recuperar las pobrezas intelectuales que ha dejado, será tarea titánica.