El test del malvavisco en la política chilena (parte VII)

Joaquín Muñoz López | Sección: Historia, Política

La relación política con las FF.AA. y de Orden y las crisis institucionales

Las FF.AA. son la última reserva de orden de una sociedad, sobre todo, en sociedades subdesarrolladas, por ello, no pueden ser vistas sólo como garantes de la soberanía nacional frente a enemigos externos, sino también frente a enemigos internos, muy acorde con la mal interpretada doctrina Schneider: en su primera parte, establece que el Ejército es obediente a la Constitución, pero en la segunda –la que no se menciona tendenciosamente– sostiene que la defenderá de cualquiera que pretenda violarla. Éste no es un detalle menor. En cierto modo, la doctrina Schneider ordena la actitud del Ejército y de las FF. AA. y de Orden frente a las continuas crisis institucionales.

Ha habido muchas crisis institucionales, pero han pasado inadvertidas u olvidadas por la historia porque el Gobierno que debió enfrentarlas se impuso por contar con el apoyo de las FF.AA., cosa que no ocurrió con la Revolución de 1891 ni con el “golpe blanco” ibañista de 1927.  También ha habido regímenes de facto depuestos por militares leales al poder institucional. Vale la pena mencionar estos hechos, porque así se puede entender cómo nuestra supuestamente incólume vida cívica, ha funcionado manu militari para solucionar sus problemas de gobernabilidad o arbitrar diferencias. El caso más reciente fue el Pronunciamiento Militar de 1973.

Desgraciadamente, las intervenciones militares son hechos traumáticos en los que pagan justos por pecadores y, además, la capacidad propagandística de unos puede inclinar la balanza en favor de la verdad o de la mentira. No olvidar que se tratan de hechos de sangre, de guerras de baja intensidad, pero guerras al fin y al cabo.  Lo primero que muere en una guerra es la verdad.

Hoy por hoy, hay mucha gente que ve en una intervención militar la solución a la crisis que estamos viviendo, pero eso es un error. Queda el plebiscito de salida como recurso institucional. Además, si las FF.AA. decidieran actuar, lo harían cuando lo estimaran conveniente, no cuando lo pidiera una civilidad desleal que las usó y las desechó, simplemente, no les creen a los políticos. Es vergonzoso e irracional que haya personas que digan que está bien que un anciano de noventa años con Alzheimer esté preso para que aprenda. ¿Qué se puede aprender en ese estado? Estos comentarios que se escuchaban hasta el 17 de octubre de 2019, provenían inclusive de gente de derecha. Sin embargo, hoy ha cambiado la opinión de mucha gente de derecha. Pueden más el miedo y el oportunismo. En su momento, muchos pensaban de esta forma: “¿Para qué nos vamos a preocupar de los militares si nunca más tendremos otra UP?”.  Nunca vieron cómo trabajaba la izquierda, pese a que lo hacía frente a sus narices, ni tampoco reflexionaron en que, como mínimo, había una crisis cada cuarenta años.

El apoyo a las FF.AA. y de Orden no puede ser una opción circunstancial, sino una constante que vaya mucho más allá de la contingencia, una verdadera colaboración en su trabajo profesional. 

Las milicias populares y la delincuencia

“La subversión debe hacerse con delincuentes, porque son los únicos no comprometidos con el sistema: los obreros luchan solamente por aumentos de sueldo, los estudiantes son pequeños burgueses jugando a la política; en el hampa está la cuna de la revolución”. Estas palabras corresponden a Ronald Rivera, fundador de la Vanguardia Organizada del Pueblo (VOP), también fue militante del Partido Comunista y del MIR. A la luz de esta afirmación, podemos inferir por qué la izquierda es tan indolente con los delincuentes de cualquier tipo si le son funcionales, lo que no debe ser, ya que un delincuente es un peligro para la sociedad y debe ser castigado. Las Leyes Cumplido fueron la primera muestra de que la mano venía blanda, ya a comienzo de los noventa. Por supuesto, la oposición de la época no se opuso, no fuera cosa de que la tildaran de violadora de los DD.HH. Estigma que ha seguido teniendo y se ha comprado inexplicablemente, o sea, no debería hacer nada al respecto, pero debe cumplir con su trabajo, es decir, lo que le corresponde hacer.

¿Cuál es el “negocio” de la izquierda? Poder refundar las policías, especialmente, Carabineros, la policía militarizada. Luego vendrían las FF.AA., aprovechando el impulso. Para esto es muy útil una escalada delictual, así puede decir que las policías no hacen bien su trabajo, pese a que la verdad sea otra. La reforma procesal penal de la Concertación es la responsable de una justicia garantista y de la entrada al Poder Judicial de jueces y fiscales de izquierda más comprometidos con sus ideas que con la justicia.

Obviamente, una parte de la derecha concurrió con sus votos para estas reformas y la rebaja de las penas, partiendo por la eliminación de la pena de muerte, reemplazada por una cadena perpetua de sólo cuarenta años. Nadie se dio cuenta de que «perpetuo» significa para siempre.

Con este cuadro pro delincuencia, aparecen los vecinos clamando por más seguridad. Los alcaldes no pueden ser ajenos a esta petición, decir que es una responsabilidad del gobierno central, sería dañino electoralmente. Proliferan los guardias municipales, lógicamente con perfiles distintos según la comuna. Hasta aquí nada extraño, pero no es así. Estos guardias municipales podrían funcionar como un poder paralelo a las policías si consideramos cuán infiltradas están algunas comunas por el narcoterrorismo y otros delitos.

Hay un proceso muy peligroso en marcha. Todos sabemos que la guerrilla en La Araucanía y los carteles del narcotráfico cuentan con armamento de guerra, es decir, varios delitos en uno, pero la nueva Ley pretende quitarles las armas de uso personal a los ciudadanos decentes.

Para entender bien este proceso, tenemos que remitirnos a las fuentes originales que usa la izquierda: “Registre a todos aquellos que posean armas de fuego, para que sean confiscadas en el momento oportuno, haciendo imposible cualquier resistencia a la causa” (10º punto del Decálogo de Lenin).

Otro caso de cómo la izquierda trabaja a largo plazo y la derecha a corto plazo y reactivamente tardía.

¿El mal menor?

“Se equivocan quienes creen que votando por Piñera evitarán la llegada al gobierno de la izquierda más dura. Sólo la retrasarán, pues, lo poco que sobrevivió de la derecha al gobierno de Piñera no representa ningún escollo para la ultraizquierda. Piñera ha gritado a los cuatro vientos que no es de derecha; todos lo sabemos, pero lo peor radica en que es ante todo ‘piñerista’, lo que se opone a cualquier línea de pensamiento o proyecto político, salvo al apoyo irrestricto a Sebastián Piñera y sus caprichos. Si él ganase las elecciones, terminará por desaparecer la derecha para dar paso a un espectro político dominado por las fuerzas de izquierda”.

El párrafo anterior corresponde a un artículo de mi autoría titulado Para no equivocarse nuevamente, publicado en este sitio dos semanas antes de las elecciones de 2017, en las cuales ganó Piñera. Era extremadamente fácil percatarse de que no debía ganar Piñera, de que el candidato de derecha debía ser José Antonio Kast. Quienes votaron por Piñera lo hicieron más desde la emoción que desde la razón, pues, por miedo al triunfo de una izquierda dura, no se detuvieron a pensar en lo que hacían. Como resultado de esa decisión, estamos gobernados por una izquierda extremadamente dura, verdaderamente, la ultraizquierda.

Ya en la segunda vuelta, Piñera seguía siendo la peor opción. La Nueva Mayoría estaba muy desgastada, sin capacidad de gobernar, apenas de pie, es decir, lo habría hecho muy mal de haber gobernado, por lo que la ciudadanía habría pedido a gritos un Gobierno de derecha. Sin embargo, sucedió lo contrario, ganó Piñera; la izquierda tiró los orcos a la calle; preso de su narcisismo, Piñera no frenó esta insurrección quizás con qué fin, pese a las advertencias recibidas a tiempo; la ciudadanía se decepciona de la derecha, y el resto es sabido. La sociedad chilena está completamente izquierdizada y el ciudadano promedio no confía en la derecha, se siente traicionado y difícilmente volverá a votar por ella. En todas las siguientes elecciones, el electorado pidió a gritos a políticos zurdos, tendencia que cambió sólo por la mala gestión del Gobierno de Boric, de no haber sido así, la derecha no tendría ninguna opción de éxito. Simplemente, estaría dependiendo de los errores de sus enemigos.

Cuando Piñera destruyó a la derecha durante su primera gestión, lo hizo para que ganara la izquierda, la que haría un mal gobierno, y así el electorado lo pediría a él de nuevo. Acertó, esperó sus “quince minutos”, pero no aprendió mucho. En esta nueva pasada, Piñera no esperó sus “quince minutos”. Por evitarse males mayores, terminó siendo odiado por todos y recordado como uno de los peores presidentes. Es el costo de dedicarse al servicio público sólo para lucirse.