Dos formaciones, dos consecuencias

Gonzalo Rojas Sánchez | Sección: Educación, Política, Sociedad

Todo lo que estamos presenciando en estos días, esa mugre que surge desde mundos estatales y municipales coaligados con fundaciones de apitutados y depredadores, sí, toda esa burda corrupción que se viene practicando por décadas, tiene su origen en el abandono de un modelo formativo y su reemplazo por otro, ciertamente deformante.

Se abandonó el modelo de la enseñanza y del cultivo de las virtudes. Se las calificó de estructuras que amarraban y frustraban la libertad, a partir de determinaciones autoritarias, de origen eclesial, familiar y docente. Enseñar virtudes, se dijo, era vaciar proyectos, castrar voluntades, cerrar la opción por los cambios, consolidar el sistema de dominación. Todo eso, porque a las virtudes se las acusaba de provenir del más allá, de una esfera fuera del dominio de las autonomías individuales.

El reemplazo debía producirse por un sistema llamado de “valores” (curiosa asimilación con lo que se transa en Bolsa), es decir de estructuras afectivas y efectivas desgajadas del ser de las cosas, del ser de la persona, y dependientes de la opción de cada uno, etéreas sugerencias sobre dónde poner la mirada, pero carencia absoluta de sugerencias sobre cómo actuar en el día a día.

Dicho en sencillo: las virtudes cuestan porque hay que ejercitarlas; los valores atraen, porque basta con proclamarlos. 

¿Ejemplos? En vez de la virtud de la prudencia, el valor de la tolerancia; en vez de la virtud de la justicia, los valores de la diversidad y la inclusión; en vez de la virtud de la fortaleza, el valor de la rebeldía; en vez de la virtud de la templanza, el valor de la eficacia.

Y así sucesivamente.

Fija un valor, desarróllalo cómo quieras (es tuyo, nadie te lo ha impuesto ni te lo puede determinar, como sucede con las molestas virtudes) cámbialo a tu gusto, compártelo con los de los demás, súmate a los de ellos, rechaza y aísla a los que postulan las virtudes, porque ellos, de valores, nada entienden. 

A partir de ese reemplazo, por supuesto, Jackson dijo la verdad: su escala ética no es la de las generaciones anteriores. ¿Porqué tanto escándalo? Porque era la revelación explícita de lo que a veces no ha sido tan evidente.

¿Podía pedírsele a una generación formada en la autodeterminación de valores que respetara las virtudes de la probidad, la honestidad, la lealtad, el desprendimiento y tantas otras?

Imposible.

Hay que ir adelante, hay que recuperar la enseñanza y la práctica de las virtudes, sólo así se podrá ir adelante.