Al cabo de un mes, casi todo sigue igual

Juan Pablo Zúñiga Hertz | Sección: Arte y Cultura, Historia, Política, Sociedad

Luego de retornar de un mes retirado de las informaciones –sí, de absolutamente todas– me encuentro con que mis predicciones estaban en lo correcto: muchos eventos sucedieron en mi ausencia, pero mi ausencia en nada cambió el curso de dichos eventos.

Una simple inspección de qué es lo que ha sucedido en Chile y el mundo en este último mes confirma que continúa esa atmósfera enrarecida, al tiempo que dan escalofríos ver que en un mes todo se radicalizó aún más. Tal vez lo anterior no sea del todo correcto y simplemente sea un reflejo de la recuperación de la capacidad de asombro al evitar –en el curso de un mes– alimentarse diariamente del sensacionalismo.

¿Algo ha cambiado en Chile? El consejo para la nueva constitución sigue su curso mientras que el gobierno ha quedado completamente a la deriva. Esta última situación puede sustentarse en el tiempo mientras haya recursos en el navío, a la espera de que llegue un nuevo capitán con una nueva tripulación dispuesta a grandes sacrificios para retomar el curso. El problema es que la actual administración, al ver que la nave hace aguas y en su deriva el único curso cierto –dentro del mar de incertidumbres– son peligrosos roqueríos que amenazan hundirnos a todos, saltan a los botes salvavidas cargando consigo todos los recursos aún disponibles, dejándonos a los pasajeros atrás. Es decir, nada nuevo bajo el sol.

¿Algo ha cambiado en el mundo? Coincidentemente –o tal vez parcialmente planeado– mi ausencia de un mes ocurrió durante el período del año en que una minoría histérica celebra lo despreciable y se enorgullece de la vergüenza. Sí, me refiero al mes del orgullo aquél cuyo nombre prefiero no nombrar porque es para mí la prueba más evidente del declive civilizatorio en que estamos. Y esto no lo digo yo. Ya en el siglo XVIII Edward Gibbon señalaba que la primera de las causas que llevaron al declino y caída del Imperio Romano fue “el socavamiento de la santidad del hogar, que es la base de la sociedad” (de History of the Decline and Fall of the Roman Empire). Por lo tanto, el decaer de occidente sigue su marcha. Sin embargo, hay luces de esperanza.

¿Algo cambió en mí después de un retiro temporal? Ciertamente. El sólo hecho de dejar el comportamiento compulsivo de tener que ver la noticia tal o lo que hizo o dijo fulano de tal, permite pensar y ponderar más. Pensar y ponderar. Muchas veces caemos en la trampa de creer que, porque la noticia o comentario vienen de un determinado medio o una fuente en particular conocida o “del bando aliado”, creemos que es suficiente e inherentemente correcta. Para tener la idea clara, vale la pena esperar un poco a que la noticia se desarrolle, ver otras fuentes y luego formarnos nuestra propia imagen del evento.

Estar alejados de las informaciones por un tiempo permite también airear la mente, enfriar esa fiebre que nos lleva a un estado monocorde y monotemático, que, en definitiva, nos hace personas monótonas que sólo hablamos, por ejemplo, de política –casi como una suerte de obsesión– y en ello nos enrabiamos, nos amargamos y endiosamos el desprecio. Está bien preocuparnos, tener nuestra opinión y, como ciudadanos, tomar parte de la discusión, pero cuando la política se transforma en nuestro ídolo, se entromete en todo, inclusive en la vida familiar y espiritual pudiendo, potencialmente, impactar de forma negativa o inclusive arruinar una o ambas de estas preciosas joyas que guían nuestras vidas. Sin ellas, perdemos el rumbo.

Qué paradoja más grande es en la que nos encontramos hoy: tenemos acceso a un volumen gigantesco de información que en teoría debiese de ayudarnos a ponderar de mejor manera un determinado hecho, pero, en la práctica, estamos tan abrumados de informaciones que terminamos escogiendo aquellas que más nos apetecen o que dicen lo que queremos oír. Esto nos lleva a un estado en que creemos que tenemos clara la película, pero en el fondo no tenemos idea.

No, Chile y el mundo no necesitaban de mi constante preocupación para que las noticias –y la propia historia– siguiesen su curso. Una vez fuera del estado febril de la mente y desintoxicado de tanta información, se puede pensar mejor, ponderar mejor, entender mejor y, ciertamente, contribuir mejor en cualquier ámbito al que estemos llamados. Tal y cual lo hice hace un mes, lo invito a hacer lo mismo y alejarse por un tiempo de las informaciones. No será fácil al principio, pero los resultados serán tremendamente positivos.