Derrotados… y sin clase

Juan Pablo Zúñiga Hertz | Sección: Política

La coalición de gobierno, que ya venía con una fragmentación interna, terminó siendo derrotada en las últimas elecciones. En realidad, fue derrotada por segunda vez en menos de un año y en ambas ocasiones fue una derrota aplastante. Esta secuencia de derrotas y el fracaso absoluto en su gestión como gobierno, nos da la razón cuando advertíamos –sin intención de ser fatalistas– que no se podía confiar en el FA/PC. A su vez, los nefastos resultados muestran de manera clara lo profundamente equivocados que estaban y siguen estando los señoritos del progresismo, mostrando, con ello, su profunda arrogancia.

Como era de esperar, al igual que la noche del 4 de septiembre de 2022, los señores de la moral superior, de la infinita tolerancia y dignidad, empapelaron de insultos a todos los chilenos. “Fascistas pobres”, “desclasados”, “primitivos”, “ignorantes” y, como señalara Francisco Orrego en un programa de televisión “fascistas de casa pareada”. Tanto insulto los retrata de cuerpo entero. No son sólo las frases del “picado”, sino que muestra su verdadero ser. Hablan del pueblo, de las clases, de las luchas, de las igualdades, de derrumbar el sistema perverso, de las equidades y justa distribución de las riquezas y un largo etcétera. Usted ya sabe la cancioncita.

Hablan de pueblo, pero los señoritos del gobierno y la horda cada vez más reducida de progresistas que los apoyan no pertenecen a ese pueblo. Es cuestión de mirar los apellidos y el estrato social al que pertenecen. Se imaginan un pueblo a la usanza de textos marxistas y de viejas revoluciones de los años 60, con pala, picota, bigotones, unas señoras miserables y unos niños que les cuelgan los mocos. Es todo imaginación de sus mentes. Imaginan un pueblo que no existe más y al cual nunca pertenecieron. Hablan de luchas, pero su única lucha ha sido hacer de todo para salir bien –a costas de la política– en el desolador panorama que les ofrecen sus vidas de fracaso y de profundas miserias morales.

Hablan de igualdades y de estar contra las elites, sin darse cuenta de que ellos mismos son una elite. Vea el votante promedio por el apruebo el 4 de septiembre 2022 y los de las listas de gobierno en las últimas elecciones y verá tantos jóvenes que nacieron en familias que distan de haber sido víctimas de esa desigualdad de la que hablan. Muchos de ellos abrazaron esta revolución de corte intelectual que les ofrece el progresismo como para redimirse de una estúpida culpa por los privilegios de los cuales gozaron, privilegios de los que no están dispuestos a abrir mano, ni menos compartirlos con los más necesitados. Hablan de derrumbar el sistema perverso, pero que les dio y les sigue dando tantos beneficios para mantener ese estatus de vida que hace algunas décadas era inimaginable.

Nos tildan de fascistas pobres, de desclasados y de un cuánto hay de frases profundamente clasistas que no se esperarían de alguien que se cree ser del pueblo y de un proletariado que ya no existe. La respuesta a tamaña contradicción es simple: nunca han sido del pueblo, nunca han sido proletarios, nunca les ha faltado nada y muchos de ellos nunca han trabajado.

El progresismo nacional y el gobierno pertenecen a una clase socioeconómica privilegiada, pero que desdeñan y que desean –al menos a la luz pública– no pertenecer a ella. Dicen representar a un pueblo que desconocen y que cuando no les dan el voto, los tapan a insultos como niñitos mimados que son. Por lo tanto, los desclasados son ellos. Los fascistas violentos son ellos. Los primitivos, que como simios desquiciados destruyen todo a su paso para conseguir el poder, son ellos. Los ignorantes, son ellos. 

Los dioses castigan al arrogante cegándolo y finalmente liquidándolos, hablaban los griegos de la antigüedad. El castigo para tanta arrogancia es este: vivir en el limbo desesperante de no tener identidad, no comprender la realidad, ser castigados por un pueblo sensato que los detesta y, en fin, terminar derrotados y sin clase.