Manos de hacha
Juan Pablo Zúñiga Hertz | Sección: Política

Cuando era niño, tenía el pésimo hábito de romperlo todo. Cosa que tocaba, cosa que rompía, por lo cual mis padres y familiares me llamaban de “manos de hacha”. Al ir creciendo y continuando con el mal hábito, mis padres me dijeron: “el día que las cosas salgan de tu bolsillo, ahí vas a empezar a cuidarlas.” Dicho y hecho.
Tenemos un gobierno de manos de hachas. Todo lo que tocan lo rompen. Desconozco si los padres de los pelafustanes del ejecutivo instruyeron a sus hijos con la misma sabia frase con que mis padres me instruyeron. Tal vez lo hicieron, sin embargo, como la mayoría de nuestros gobernantes nunca han trabajado, nunca golpearon puertas repartiendo currículum, nunca sufrieron el desempleo, sino que siempre han tenido ese bigote lácteo de tanto mamar de la leche del estado, es comprensible su falta de valoración por las cosas. Al final, son la representación –o tal vez el fruto– de la ley del mínimo esfuerzo.
Todo lo rompen. Desde Boric para abajo, todos hicieron sus carreras rompiendo cosas, por decirlo de una manera genérica. En cuanto estudiantes, rompían la disciplina y el deber primero del estudiante que es estudiar y esforzarse. Luego como dirigentes rompían los deseos de estudiar y salir adelante de sus compañeros de universidad metiéndoles paros a la fuerza. Llegados al congreso rompieron el orden de las más diversas comisiones. Construyeron leyes, pero que apuntaban a un proceso de desconstrucción -es decir, ruptura- a largo plazo. Llegaron a La Moneda rompiendo la institucionalidad, rompiendo las normas, rompiendo y destruyendo ciudades, rompiendo vidas y rompiéndole el alma a Chile.
Hoy, sentados en el gobierno, siguen haciendo lo propio de un “manos de hacha”: siguen rompiendo cosas, desde la probidad, la seguridad y hasta la institución misma de la presidencia. El problema es que el destructor por excelencia no puede ver nada intacto, el hacerlo le produce un impulso irresistible por romper. Es así como vemos que están rompiendo incluso su propia coalición. El Sr. Garín, ex convencional de aquél órgano que tantas veces llamé con justa razón de “podredumbre de las podredumbres”, ha expresado últimamente su observación sobre el desespero que se ve dentro del gobierno, lo cual es evidente a la luz de la construcción mental del rompedor clásico: en algún momento llega a un punto de quiebre en el cual se da cuenta de que realmente no sabe construir nada.
“Se van rompiendo cosas en la casa, como empujadas por un invisible quebrador voluntario…” Estas eran las primeras palabras de la “Oda a las cosas rotas” de Neruda. Hace años vemos cómo se ha ido quebrando Chile, como se ha roto cada pequeña parte del entramado de nuestra nación. A diferencia de la oda de Neruda, el quebrador voluntario no es invisible ni uno solo. Son visibles y son legiones. Legiones que con descaro aumentaran en decenas de miles en sólo tres meses.
A nadie le gustan las cosas rotas. Son feas. Desagradan. Pueden ser arregladas, pero siempre traslucen su rotura interna. La única solución es reponerlas y terminar con el hábito de romper. Ya sabemos quiénes son los manos de hacha que tanto daño nos hacen, que insisten en destruirnos la vida y en romper cada aspecto de nuestra sociedad. Al ser ellos individuos sin capacidad de valorar el esfuerzo histórico que nos permitió desarrollarnos como nación, la única solución que cabe es deshacernos de los manos de hacha y terminar de una buena vez con el festín de destrucción.
Los rompedores profesionales que nos desgobiernan se están quedando solos. Aún hay necios que están en los estertores de su borrachera revolucionaria. El resto del país ya ha vuelto a la cordura. Es hora de arremangarnos y reparar los daños de la partuza del PC y FA. Es hora de prepararnos para el fin inminente de los manos de hacha que con tanta demolición lograrán que el peso de la estructura del país termine cayendo sobre ellos.




