Palabras incendiarias
Juan Pablo Zúñiga Hertz | Sección: Política, Sociedad

“You smell that? Napalm, son. Nothing else in the world smells like that. I love the smell of napalm in the morning… the smell, you know that gasoline smell? Smells like victory” (¿Hueles eso? Napalm hijo. Nada más en el mundo huele así. Amo el olor a napalm en la mañana… ¿conoces ese olor a gasolina? Huele a victoria).
Esas eran las palabras del teniente coronel William Kilgore, interpretado por Robert Duvall, en la película Apocalypse Now (1979), ambientada en la guerra de Vietnam. El napalm no era otra cosa más que gasolina o diésel gelatinizado, que al ser liberado generaba daños considerables incendiando todo -y a todos- en su paso. Es tal su poder de destrucción que su uso –al igual que otros dispositivos como la bomba de racimo o el azufre blanco– ha sido prohibido en localidades con población civil.
Las palabras y las animadversiones pueden llegar a ser tan incendiarias y letales como el napalm. Lamentablemente –y a diferencia del explosivo– no hay cortes ni tratados internacionales destinados a controlar las lenguas afiladas dispuestas a destruir. Esta conducta inherente al ser humano viene causando problemas hace bastante tiempo. No es por nada que el propio Apóstol Santiago en su epístola nos advierte: “La lengua, siendo un órgano tan pequeño, puede mucho; es una llama que puede devorar un bosque” (Sant 3,5).
“Puede devorar un bosque”. Lamentablemente vimos durante el verano recién pasado cómo cientos de miles de hectáreas eran incendiadas, no con palabras directamente claro está, sino con acelerantes. Ahora, estos incendios intencionales tuvieron su origen en grupos guerrilleros y terroristas que a lo largo de décadas utilizaron las palabras para ir encendiendo fuegos de rencores y odios inverosímiles contra nuestro país para así, un día, desatar la “tormenta de fuego”, como el Sr. Llaitul señalara en una oportunidad.
Estos personajes son culpables de tamaña destrucción que superó con creces los registros de años –y gobiernos– anteriores. Sin embargo, no estuvieron solos. Las palabras de personeros del gobierno que nos desgobierna fueron cómplices activos de esta tragedia nacional. Con sus palabras no condenaron a quienes eran responsables. Con sus palabras bajaban el perfil de la situación llegando a situaciones ridículas como afirmar piamente que el alcohol gel no arde. Con sus palabras ocultaron los gravísimos hechos de tener aeronaves que combaten incendios con impactos de bala de armamento de guerra. Con sus palabras ocultaron la existencia de aviones de la Fuerza Aérea –y los recursos– que estaban listos para ser acondicionados para el combate de incendios forestales. Y ahora, en una jugada irónica, sarcástica, cínica, indultan a un nuevo terrorista de tiempos de la insurrección apodado “el pirómano”. ¡Qué ironía más asquerosa, una más de las que nos refriegan en la cara estos mocetones que ocupan La Moneda!
Las palabras que emanan de las bocas sin control de quienes se supone dirigen el país –tanto en el gobierno cuanto en el Congreso– exhalan hálitos de gasolina. Basta darles cuerda y verá cómo vomitan odio y napalm, cómo llaman a “quemarlo todo”, cómo queman “a lo bonzo” a tanto chileno de esfuerzo, de micro a grandes empresarios, llamándolos ladrones y fascistas pobres. Verá cómo inmolan en piras incendiarias a todo aquél que se opone a sus ideas.
Es que estos señoritingos fueron alimentados en el odio y las frustraciones de sus predecesores y de mentor espirituales que desde ricas posiciones académicas en Europa hacen de la vida y destino de naciones enteras un mero juego y ejercicio académico, ejecutando revoluciones por doquier de manos de aduladores alumnos.
Antes los revolucionarios –malolientes y de barba y bigotes– culpaban al imperialismo, al capitalismo y a EE.UU. Esta nueva generación de revolucionarios sigue con las barbas, los bigotes y los ceños fruncidos, pero con perfumes, ropas de marcas y aparatos tecnológicos, todos comprados en Nueva York. Como si no bastase tamaño oxímoron, a la lista de sus chivos expiatorios se suma el sistema, la Iglesia, las costumbres, por su puesto las FF.AA., la familia, las tradiciones, etc. Siempre hay un culpable de sus frustraciones y fracasos. Es más fácil apuntar con el dedo y hacer verdaderas catarsis públicas para librarse de sus traumas y miserias personales, sin darse cuenta de que, cuando se apunta con un dedo, otros tres apuntan de vuelta.
Para ellos todo está mal. Hay que cambiarlo todo, y, para ello, es preciso quemarlo todo, sea explícita o implícitamente. Ya estamos cansados de tanto fuego. Cuando menos lo esperen, van a recibir de vuelta el balde de agua fría, tal cual como comenzaran su revolución por allá por el año 2006 con un jarrón de agua fría que más que enfriar los ánimos, le dio el puntapié inicial que desembocara sus incendiarios instintos.




