La soñada reconciliación

Juan Pablo Zúñiga H. | Sección: Política, Sociedad

Padre bueno, Santo Dios, danos tu Espíritu Divino. Él nos ayude a construir nuestra reconciliación”. Estas eran las palabras de la segunda estrofa del himno Mensajero de la Vida, compuesto para la visita apostólica de S.S. Juan Pablo II a Chile en 1987.

¡Qué bálsamo que fue para nuestro país y para la vida de millones de chilenos la visita de San Juan Pablo II! Cada una de las palabras emitidas por Su Santidad entre el 1 y el 6 de abril estuvieron enfocadas en reencender el fuego de Cristo en el corazón de nuestro pueblo y en sanar las desconfianzas y resquemores que inundaban a nuestro país.

Hace unos días, aparecía en twitter el video de una mujer manejando que, al pasar cerca de donde se encontraban camioneros en paro, les grita -perdonando el lenguaje- “fachos c…”. Es fácil encontrar otros registros donde surge la frase “comunistas c…”. Así mismo, aparecía otro registro audiovisual de niños, sí, niños, peleando en pleno centro de Santiago con cuchillo en mano.

La violencia ya está enraizada y aflora a todo nivel. La fraternidad, la convivencia y la reconciliación no son más que palabras vacías que alguna vez tuvieron un significado profundo para nuestra sociedad.

Así las cosas, en un momento ciertamente marcado por una profunda desazón, me pregunto -y creo que muchos se han preguntado lo mismo- ¿será que realmente hubo la tal reconciliación o, inconscientemente como sociedad, reverberamos en la mente el odio que iba a terminar saboteando el verdadero reencuentro y convivencia nacional?

Es un hecho que la reestructuración del pensamiento de izquierdas más extremas luego de la disolución de la URSS trae consigo resabios del marxismo clásico respecto de exacerbar las contradicciones agudizando el conflicto. También está clara la politización de los aspectos más mínimos de la vida que el llamado progresismo ha impulsado. Frente a toda esta acción, ha surgido en los últimos años una reacción, la cual muchas veces comete la torpeza de rebajarse al nivel de su adversario. Está bien discordar, pero al no haber intensión de llegar a acuerdos, tenemos sentadas las bases de la polarización de la sociedad occidental. El problema es que a nivel nacional ya pasamos la barrera de la polarización.

Aunque resulte ingenuo, permítame y permítase reflexionar sobre cómo traer de vuelta ese ánimo que en 1987 nos exhortaba a empeñarnos por una genuina reconciliación. Sé lo que está pensando, pues yo estoy haciendo lo propio: “el problema nacional ya es un cáncer en etapa avanzada; es iluso pensar en reconciliación y no en una salida radical”. A pesar de ello, el primer paso es poner en marcha en nuestra mente la frase que me fuera enseñada durante mi confirmación “¿Qué haría Cristo en mi lugar?”

En tiempos en que prima la arrogancia, cada uno se siente dueño de la verdad, sin saber si quiera si la verdad que defiende es la verdad misma. La cuestión es ganar e imponer su punto de vista a cualquier costo. Cuando se llega a ese extremo, el entendimiento queda fuera de la conversa. Más aún, la conversa -que implica diálogo- simplemente no existe. Sin diálogo no hay negociación, sin la cual no hay acuerdos ni tampoco entendimiento. Con ello, como hemos visto, lo que resta al final del día es quién grita más alto, quién descalifica de la manera más humillante posible y así, quien logre cancelar al oponente, resulta ser el vencedor.

Chile tiene vocación de entendimiento, no de enfrentamiento”, nos recordaba Juan Pablo II en su mensaje del 3 de abril en el Parque O’Higgins. En una sociedad en conflicto como la nuestra, debemos entender que con el enfrentamiento no vence el más fuerte, sino que pierde el país completo. Hoy en día tenemos un oficialismo -y sus seguidores- con una intransigencia y arrogancia supina, dos fieros enemigos de los acuerdos, cuyas posiciones e ideologías, por definición, generan un enfrentamiento que se irradia a toda la sociedad. La oposición, en igual intensidad pero en sentido contrario, simplemente anula el efecto y quedamos en nada. Un país que queda en nada no avanza y está condenado a hundirse.

Somos llamados, por lo tanto, a ofrecer el entendimiento y no la confrontación como el modo primario de respuesta. Al menos eso es lo que se espera de quién tiene al Verbo de Dios como Señor y ejemplo de vida.

Verbo implica acción y tomar la iniciativa, en este caso, de la manera como Él la tomaría. Ello implica vigilar nuestras acciones y nuestros pensamientos. Por ejemplo, al recibir un mensaje de esos que abundan en las redes sociales, pondere primero si el contenido de este contribuye positivamente al entendimiento o más bien está destinado a la confrontación. Si es la segunda alternativa -que generalmente lo es- no lo repase automáticamente, sino más bien converse con quién se lo envió para así rescatar lo positivo que pueda haber en el mensaje.

No tenemos cómo volver en el tiempo para traer a San Juan Pablo II para amonestarnos y exhortarnos -nuevamente- a trabajar por la reconciliación. Sin embargo, sí podemos recoger sus enseñanzas y los frutos que rindieron, de los cuales fuimos testigos durante los años 1990 y 2000 donde existía un clima de concordia nacional. Reconstruir material y moralmente nuestro país será una tarea de décadas. Para dicho esfuerzo, todos estamos reclutados a tomar parte. Por muy oscura que parezca la noche o muy vociferante que luzca nuestro adversario, de nosotros depende cultivar el entendimiento y la razón como piedra angular para reconstruir la reconciliación nacional.