Cómo luchar contra la globalización

Fernando Sánchez Dragó | Sección: Educación, Política, Sociedad

Doy por hecho que en esa necesidad –la del título de mi columna– todos estamos de acuerdo. Cuando digo todos me refiero a sus lectores, pues estoy seguro de que quienes leen La Gaceta de la Iberosfera son, como mínimo, personas sensatas. La antigua bipolaridad de las escaramuzas políticas se libraba entre la derecha y la izquierda. Eso ya no existe, al menos en España. La una y la otra se han vuelto socialdemócratas. La pugna en la que la humanidad se juega su futuro es ahora la que se libra entre el identitarismo y el globalismo. O sea: entre el sentido común, representado por el primero y recuperado, entre nosotros, por VOX, y el delirium tremens propagado por el segundo y defendido por la Agenda 2030, la Unión Europea, la ONU, la Moncloa, Soros, Bill Gates, la Fundación Rockefeller, las multinacionales, los políticos intervencionistas y los estertores postreros y rastreros del socialismo. Entre otros, claro.

Hace dos o tres días encontré en mi cuenta de Twitter –métanse en ella y se divertirán. Tengo ya ciento ocho mil seguidores. A menudo me convierto en trending topic gracias a la extrema incorrección política de mis aguijonazos– lo que sigue. Era la respuesta de un lector a uno de ellos…

Humanizar a los animales. Deshumanizar a los humanos. Masculinizar a las mujeres. Feminizar a los hombres. Hacer adultos a los infantes. Infantilizar a los adultos. Esta es la realidad paralela que busca implantar el Globalismo, pero eso no quiere decir que sea la realidad”.

Y yo lo rematé con un solo adjetivo. Exacto, dije. 

Aunque pensé para mis adentros que ese tuitero se quedaba corto, porque el Globalismo propone muchas cosas más y todas son igual de delirantes. Sólo el pensamiento volitivo, único que los progres y los woke practican, puede tomárselas en serio, pues lo lógico es que la conducta de la humanidad y las normas de la sociedad se adapten a la realidad y no que sea ésta, inamovible por definición, la que se adapte a las unas y a la otra. El león seguirá zampándose a los antílopes por mucho que los buenistas se empeñen en que su dieta sea vegetariana.

Pero el globalismo es una moda y las modas pasan. Empieza a haber síntomas no sólo evidentes, sino abrumadores, de que las gentes del común están templando las gaitas de esa locura y recuperando el sentido común. Véanse lo de Chile, lo de Suecia, la Segunda Venida de Trump, las perspectivas de Sánchez, el probable advenimiento de Giorgia Meloni en Italia, el ascenso de los partidos conservadores en todas partes… 

Siempre ha habido tentativas de globalización –los persas, la pax romana, el Sacro Imperio, la Hégida, la epifanía de Felipe II (“en mis dominios no se pone el sol”), los mongoles, los otomanos, el comunismo, el nazismo, la Commonwealth, la democracia– y todas han fracasado por el peso de la circunstancias geográficas, culturales, étnicas, religiosas y consuetudinarias. Pero ahora, por primera vez, debido a Internet, a la Araña, a la Red, la globalización podría dejar de ser un proyecto o una pesadilla y pasar del ámbito volitivo al de la puta realidad.

De ahí que la forma más efectiva de oponerse a ella sería desactivar esa trampa, pero eso, por desgracia, es irrealizable. Ya no es posible volver atrás. Internet va a seguir existiendo al menos hasta que llegue el Colapso, que a mi juicio llegará y con él saltará por los aires la santabárbara y el homo sapiens volverá a vivir como vivían los simios de los que procede.

Pero quizá, en el ínterin, podríamos hacer pequeñas cosas, dar algunos tímidos pasos…

Por ejemplo: defender y restaurar la propiedad privada, recuperar el dinero y los pagos en metálico, levantar de nuevo las fronteras, cuya función es similar a la de los tabiques dentro de una casa, cobrar conciencia de que las culturas tienen que ser homogéneas y de que el multiculturalismo, sinónimo de mestizaje, las destruye… Et alii.

No se me oculta la evidencia de que todo esto es una utopía, pero también lo es, a la manera del 1984 de Orwell, la Globalización que los poderes fácticos nos proponen, y la verdad, utopía por utopía, yo me quedo con la que representa el mundo de ayer, gobernado por el sentido común, frente a la locura de la digitalización urbi et orbi.

¿Estamos a tiempo?

That is the question.

Y la respuesta es: no.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Gaceta de la Iberósfera, el lunes 12 de septiembre de 2022.