Callejones sin salida

Juan Pablo Zúñiga H. | Sección: Política

Hay un refrán en la cultura luso parlante que dice “alegría de pobre dura poco”. A pesar de que el alivio del término legal del proceso constitucional anterior persiste, la alegría de haber puesto limpiamente fin a esa vía dolorosa nos duró poco. En menos de dos semanas la clase política nos vuelve a embaucar y, haciendo oídos sordos de lo que la ciudadanía desea, acuerdan iniciar un nuevo proceso constitucional. O al menos, eso es lo que intentan.

No hay que ser adivino como para haber previsto que, lo que comentara hace una semana al respecto de la tentación de algunos políticos -principalmente de Chile Vamos- de acercarse a tratativas con la izquierda refundacional, se haría realidad. Si bien decidieron restarse de tales negociaciones, el hecho concreto es que demostraron -nuevamente- ese espíritu claudicante frente a las fuerzas gravitacionales progresistas. No cabe duda de sus intenciones sobre querer una nueva constitución y son respetables, el problema es que 8 millones de chilenos dijo explícitamente “no” a la propuesta anterior e implícitamente a un nuevo calvario constituyente.

Tenemos entonces una clase política que quiere revivir la borrachera constitucional, ya no con el terrorismo octubrista (o al menos así esperamos todos) pero sí con tratativas que apestan a mafia, donde el poder es su prioridad y el pueblo, ese mismo que les dijo que no, nuevamente es abandonado. Así las cosas, tenemos el siguiente problema: Por una parte, está el deseo de la ciudadanía de que nos dejen vivir en paz, dejar atrás esta obsesión de cambiar la constitución y olvidarnos de la clase política; por otra, este deseo ciudadano está prisionero entre un gobierno inviable e intrínsecamente revolucionario y una derecha sin voluntad de hacer valer el deseo de 2/3 del país.

Puedo comprender que hayan interesados en reformular nuestra carta magna (al menos yo no me cuento entre ellos), para hacer –como se dijo- “una que nos una”. Esto se trata de una decisión mayor. Se hablaba de “el texto que nos regirá los próximos 40 años”, lo que ya es un error pues sugiere que en 40 años más volveremos a este mismo circo. Para tomar decisiones apropiadas a este respecto se requeriría decantar lo sucedido en los últimos años, sopesar el significado del 4 de septiembre -que implica tomar en cuenta la decisión de la nación- y tener un equipo humano con condiciones morales e intelectuales a la altura de iniciar las discusiones respecto a una eventual nueva constitución. Pero como tenemos una clase política hambrienta de poder, no esperaron ni una sola semana ni dieron espacio a la reflexión. 

Perdone la franqueza, pero ¿cómo diablos salimos del entuerto si los fulanos que componen la clase política son podridos? Parece un callejón sin salida, pero no lo es. Para enfrentar un proceso de tal importancia -si es que nos hemos de embarcar en él nuevamente- se requiere retomar la decencia y el nivel intelectual del mundo político, ennoblecer una actividad poco deseada y muy vilipendiada, pero absolutamente necesaria para llegar a acuerdos y construir una sociedad. O como señalara Thomas Carlyle en su ensayo Sartor Resartus, recuperar la dignidad humana, la dignidad del cargo, la que se refleja inclusive en el modo de vestir.

Parecen tan lejanos los tiempos en que había verdaderos titanes en la política nacional. Sin importar si eran pelucones o pipiolos, conservadores o liberales, derechas o izquierdas -llámelo como quiera- con su inteligencia, con la razón, con sus discursos, con sus acuerdos -y hasta con su prestancia- construyeron nuestra República. No estoy llamando a traer de vuelta vetustos señores a los corredores del congreso, sino a la razón y la verdadera búsqueda del bien común. Este deseo no es un imposible y debe comenzar desde la ciudadanía a contar de la próxima elección.

Los callejones sin salida generalmente terminan en una pared. Pareciera ser que estamos en una trampa sin salida, pero la hay y está en nuestras manos. Cuando dicha tarea parezca difícil, recuerde las palabras del presidente Ronald Reagan el 12 de junio de 1987 frente a la puerta de Brandemburgo, dirigidas al recientemente fallecido líder de la ex URSS, “Mr. Gorbachev, tear down this Wall” (Sr. Gorbachev, derribe este muro). El infame muro cayó y con él uno de los regímenes más despiadados que haya conocido la historia de la humanidad. De nosotros depende derribar este muro infranqueable contra el cual Chile está encerrado. Parece difícil, pero no es imposible.