Alea iacta est

Juan Pablo Zúñiga H. | Sección: Política, Sociedad

La suerte está echada”. En estos momentos -y lo digo con la más alta solemnidad- estamos a horas de ser parte activa del futuro de Chile, a horas de jugarnos el porvenir de la nación y, sin duda, el momento más importante de la historia de nuestro país en los últimos 130 años. Cada uno de los votantes seremos una pieza clave que ha de determinar o el duro trabajo de reconstruir el país y proseguir nuestro andar como pueblo, o el tiro de gracia a la República para adentrarnos de lleno en el peligroso terreno por el que hemos transitado hace años y cuya única certeza es el enfrentamiento inminente.

A esta hora ya no hay más nada que decir. Los argumentos de todo tipo -políticos, matemáticos, morales, sociales, filosóficos y espirituales- que han emanado desde los que amamos nuestro país y cuyo futuro no estamos dispuestos a lanzar en la ruleta rusa de un nuevo experimento social totalitarista, ya están en el espacio público y en el fuero interno de cada ciudadano que dio oídos a palabras sabias. Así mismo, las explicaciones de nuestros rivales -muchas rayando en la locura, el delirio y la abierta obscenidad que atenta contra todo parámetro de mínima decencia- que apuntan a una apuesta que en la realidad carece de incertidumbres y goza de la certeza del desastre inminente, también están encima de la mesa de la historia.

Por lo tanto, es poco lo que se puede decir hoy. Sin embargo, permítase un minuto de reflexión antes de ir a emitir su sufragio. El 20 de enero de 1961, John F. Kennedy acuñó aquella célebre frase que nos insta a preguntarnos no en lo que nuestro país puede hacer por nosotros, sino lo que nosotros podemos hacer por nuestro país (“Ask not what your country can do for you, ask what you can do for your country”). Desde mucho antes que se desatara la revolución en curso -digamos 10 ó 20 años atrás- pregúntese ¿cuánto he hecho por Chile? ¿he servido a otros compatriotas? ¿cuál ha sido mi rol en la transmisión de mis principios y tradiciones como chileno a las generaciones siguientes a la mía? Y desde que estalló la insurrección en aquel infame octubre de 2019, ¿qué he hecho por cambiar el curso de mi país? ¿he sido responsable en mantener la civilidad o me he dedicado a inflamar más aún el clima de polarización? Y desde un punto de vista práctico, cuando se habla de la batalla cultural, ¿realmente me interesa? ¿me he dedicado a leer, estudiar, informarme y formarme, o más bien me he transformado en un activista de celular, mandando mensajes, videos y caricaturas inútiles que en nada cambian el parecer de mi interlocutor?

Las respuestas a dichas preguntas son suyas. Yo ya tengo las mías y el papel que he jugado en esta historia. Por minúsculo que sea, es mi historia y se hace parte de la de mí país. La cuestión fundamental es ¿estoy satisfecho y con la consciencia tranquila respecto de la parte que he tomado en la historia contemporánea de Chile?

Cuando entremos este domingo a la cámara secreta a emitir nuestro sufragio, cada uno de los votos será, o una piedra para sentar las bases del país que queremos y debemos reconstruir, o una estocada más al alma nacional con una daga simbólica que tendrá grandes chances de convertirse en una de verdad para estocarnos en una fatal guerra fratricida. Recuerde, sus actos y palabras -aunque no lo parezca- tienen un impacto en la sociedad.

La emoción del momento lleva a cometer torpezas inadvertidas en el presente, pero el desastre se arrastra hacia el futuro. De la misma manera, una decisión sabia, llena de amor ágape, es decir, amor sacrificial, de entrega por el prójimo y, en este caso, por el bien común, nos puede salvar de la tragedia. El amor de entrega no es emocional ni pasional, es racional. Vote con la razón. Vote con entrega. Vote pensando en el bien común. Vote pensando en cómo proyectar hacia el futuro nuestros siglos de historia y nuestras tradiciones. Una “raya” mal hecha hoy, nos puede costar la aniquilación definitiva.