Sin Perdón

Carlos López Díaz | Sección: Religión, Sociedad, Vida

Este 23 de agosto, si nada lo impide, se matará legalmente a Marin Sabau, un vigilante de seguridad que un día entró armado en la empresa que lo había empleado, en Tarragona, y disparó contra tres de sus compañeros. En su huida hirió también con su arma a un policía. Tras infructuosos intentos de que se entregara deponiendo su actitud violenta, la policía autonómica lo abatió con varios disparos. Sabau sobrevivió, pero perdió una pierna y quedó en estado tetrapléjico, por lesiones vertebrales. Además, asegura padecer dolores que debido a su estado de salud no pueden ser paliados mediante sedación. Por ello, solicitó la eutanasia, en contra del parecer de las víctimas y un sindicato policial, las cuales desean con toda razón que sea juzgado antes. Pero el tribunal Constitucional, en última instancia, ha dictaminado que el derecho a una “muerte digna” prevalece sobre la tutela judicial.

No entraré en si este disparate es achacable a los jueces, al legislador o a ambos. Me limitaré a poner de relieve la falacia que subyace en el concepto de muerte digna. Lo que yo creo que es digno es que Sabau fuera juzgado, pagara por sus crímenes y tuviera tiempo, en su reclusión, de reconciliarse con Dios. Esto implica dejarle a Él que decida el momento de la muerte, pero sobre todo morir en su gracia. Ahora no será posible, salvo un milagro. Me pregunto si Sabau no ha tenido nadie cerca que le haya aconsejado, que le haya explicado que incluso la vida de un criminal es digna a los ojos de Dios, y que Él no niega a nadie la posibilidad de la redención. Más bien parece que le hayan animado, por un humanitarismo desviado, a pedir que el Estado termine con su vida.

Estoy convencido de que la gran mayoría de partidarios de la eutanasia son en cambio contrarios a la pena de muerte. Y dirán que hay una diferencia obvia. En la eutanasia, media el consentimiento de quien quiere terminar con su vida. Pero ¿acaso no hubo también una decisión libre en quien cometió crímenes que sabía que, en determinados países y épocas, estaban castigados con la pena capital?

No me sorprende que se sitúe el dudoso derecho a decidir sobre la propia muerte por encima del derecho a un juicio justo, el cual sí es un derecho inviolable del acusado, y uno de los pilares fundamentales del Estado de derecho. Digo que no me sorprende, porque ya desde hace décadas, se ha antepuesto un dudoso derecho anticonceptivo a la vida humana. El aborto y la eutanasia son dos caras de la misma cultura de la muerte. De quienes cuestionan la bondad de la Creación, y consideran que a veces es mejor no existir, sea por decisión propia o incluso de otros. Son los nihilistas que optan por la nada, y por tanto desconocen la esencia del pecado, que no es otra que la negación del bien; el no-ser. Esta ignorancia del pecado y de la culpa, que nuestro tiempo ha confundido absurdamente con una liberación, implica, con carácter deductivo inexorable, la ignorancia de la mayor y más verdadera liberación que le es concedida al hombre: el perdón.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por el autor en su blog Cero en Progresismo, el jueves 18 de agosto de 2022.