Chilenos, o no

Gonzalo Rojas S. | Sección: Política, Sociedad

Un chileno puede vivir a más de 2 mil kilómetros de la Araucanía y otro en el corazón mismo de la zona roja, pero no hay un milímetro de diferencia entre el primero y el segundo. No la hay tampoco en cuanto a los componentes de la sangre de uno y otro, porque ambos reconocen la mezcla, el mestizaje, como una realidad obvia y comprometedora.

No existen diferencias, en el fondo, porque la voluntad de ambos es la misma: desplegar la propia vida en el territorio común, hacerlo desde la historia compartida y en comunión con las personas que conforman la Patria única.

Al revés, el racismo indigenista, propiciado por mestizos urbanos y por mestizos de cordillera arriba -mestizos todos- ha venido dañando gravemente esa convivencia llamada Chile, ese proyecto llamado Chile. Unos cuelgan una bandera multicolor desde su acomodado departamento de Providencia o de Ñuñoa; otros la despliegan -sí la misma-  mientras practican una toma agrícola o lanzan a voleo panfletos para reivindicar una quema de maquinaria, de iglesias o de escuelas. Los indigenistas mestizos urbanos saben muy bien cómo despliegan la violencia sus congéneres indigenistas mestizos rurales, pero no les importa nada: su objetivo común es la destrucción de Chile, esa construcción mestiza de la que reniegan como de su propia madre.

LLaitul detenido; Loncón, Calfunao y Linconao, beligerantes: eso ya es el pan de cada día y da cuenta de la gravedad enorme que tienen las proposiciones constitucionales en materias indígenas. Pero lo más serio, lo más peligroso hacia delante, es esa adhesión urbana -minoritaria pero visible- a un proyecto rupturista de la Patria. 

Quienes no crean ser chilenos, deberán declararlo así, y se les podrá exigir, por lo tanto, que se ajusten al estatuto de los extranjeros dentro del país. La decisión original es de ellos.